martes, noviembre 25, 2025

La inteligencia artificial al servicio de los gobiernos: el falso profeta digital.

En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una herramienta de apoyo a convertirse en un instrumento de poder. Lo que comenzó como un avance para facilitar la vida cotidiana —recomendaciones en redes sociales, traducciones automáticas, diagnósticos médicos—, hoy se perfila como el eje central de los sistemas de vigilancia, control social y manipulación masiva de información. No es casualidad que muchos gobiernos estén invirtiendo sumas colosales en su desarrollo: detrás del discurso de “seguridad y progreso” se oculta, en muchos casos, el deseo de moldear la mente colectiva.

Cuando Apocalipsis 13 habla del falso profeta que realiza señales delante de las multitudes para engañar a los habitantes de la tierra, muchos imaginaron un líder religioso o político visible. Pero en la era digital, este “profeta” podría manifestarse de otra forma: una voz artificial que habla con autoridad, un sistema que “predice” el futuro, una red que todo lo sabe y todo lo ve. Hoy, los algoritmos son los que deciden qué vemos, qué creemos y hasta cómo pensamos.

La inteligencia artificial no es mala en sí misma; como el fuego, puede dar calor o destruir. El peligro está en quién la controla. En manos de gobiernos sin temor de Dios, puede ser usada para manipular emociones, suprimir la verdad y levantar un sistema global de obediencia digital. Ya no se necesita fuerza militar para someter pueblos; basta con dominar la información.

Jesús advirtió: “Mirad que nadie os engañe” (Mateo 24:4). En tiempos donde las mentiras se visten de ciencia y los mensajes parecen venir de una inteligencia superior, el creyente debe discernir los espíritus, incluso los digitales. No todo lo que parece sabio viene del cielo.

Palabras para meditar:
Vivimos en una generación fascinada con la tecnología, pero sedienta de dirección espiritual. La inteligencia artificial puede imitar el conocimiento, pero nunca la sabiduría de Dios. Puede generar respuestas, pero no discernimiento. Puede conocer tu rostro, pero no tu corazón. El verdadero peligro no está en las máquinas, sino en que el hombre les entregue su voluntad.

El cristiano no debe temer al avance tecnológico, sino mantenerse despierto. La Biblia dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7). En un mundo donde las voces digitales intentan reemplazar la voz divina, solo los que escuchan al Espíritu sabrán distinguir la verdad del engaño.

La inteligencia artificial puede servir al hombre, pero jamás debe ocupar el lugar de Dios. Que el creyente no adore al sistema ni confíe en sus algoritmos, porque el único que conoce el futuro, la verdad y el corazón humano sigue siendo el mismo: Jesucristo, el Verbo hecho carne, no el verbo digital.

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