En los últimos años, una peligrosa tendencia ha comenzado a consolidarse en América y, en particular, en Estados Unidos: la utilización de la fe cristiana como herramienta política y, en algunos casos, como justificación para la violencia, el odio y la división. Lo que nació como un mensaje universal de amor, reconciliación y gracia, hoy es manipulado por líderes, pastores e “influencers” que convierten la cruz en un símbolo partidista, y la Biblia en un arsenal de frases para defender ideologías humanas.
De la buena noticia a la manipulación del púlpito
Históricamente, la iglesia siempre ha corrido el riesgo de ser cooptada por el poder político. Desde la alianza entre Constantino y la iglesia primitiva en el siglo IV, pasando por el poder casi absoluto del catolicismo en la Europa medieval, hasta el surgimiento de movimientos religiosos ligados a gobiernos totalitarios, la manipulación de la fe para fines ajenos al evangelio no es un fenómeno nuevo.
Pero lo que vemos hoy en Estados Unidos es distinto por su alcance y velocidad. Pastores influyentes con plataformas multimillonarias, tele-evangelistas que viven en mansiones, y líderes religiosos que bendicen candidatos políticos como si fueran los “ungidos de Dios” han creado un evangelio a la medida del poder. El templo se transforma en un centro de influencia, más interesado en las alianzas estratégicas que en el bienestar espiritual de sus miembros.
Jesús, sin embargo, fue claro: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). El Hijo de Dios nunca buscó pactos con Roma para legitimar su mensaje, ni usó su autoridad para obtener privilegios terrenales.
Influencers cristianos: del púlpito al algoritmo
En la era digital, muchos líderes de opinión han trasladado el mensaje bíblico a las redes sociales. En teoría, esto representa una gran oportunidad: predicar a millones que quizá nunca pisarían una iglesia. Pero la realidad es que en muchos casos se ha pervertido el propósito.
Lo que debería ser un espacio para evangelizar y edificar, se convierte en un ring de boxeo ideológico. Influencers cristianos que citan la Biblia no para traer luz, sino para atacar. Quienes deberían levantar al caído, terminan hundiéndolo más en la culpa. Y lo más grave: justifican la violencia política o los conflictos internacionales, como la guerra en Israel, usando selectivamente pasajes bíblicos, mientras ignoran los pilares del evangelio: gracia, misericordia y amor al prójimo.
Pablo advirtió contra esto: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1). Sin amor, toda predicación se convierte en ruido vacío.
Estados Unidos: la fe secuestrada por la polarización política
La política estadounidense es un terreno especialmente fértil para esta distorsión. Ambos partidos, republicano y demócrata, recurren al lenguaje religioso cuando les conviene. Citan a Cristo, se fotografían en templos y hasta convocan a pastores para respaldar sus campañas.
El problema surge cuando líderes evangélicos se prestan al juego. Muchos de ellos eligen qué pecados condenar y cuáles callar, dependiendo de qué candidato apoyan. Señalan con dureza los errores del adversario político, pero callan ante los pecados del “ungido” de su preferencia. En algunos casos, llegan al extremo de justificar la mentira, la corrupción o el desprecio al inmigrante, con tal de defender una ideología que en nada refleja a Cristo.
Esto es, en esencia, hipocresía religiosa. Jesús lo denunció en su tiempo cuando dijo: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).
El precio de la manipulación: odio, racismo y violencia
Cuando la Palabra de Dios se usa como herramienta política, las consecuencias son devastadoras. La sociedad se polariza, el discurso de odio se normaliza y la violencia se convierte en una consecuencia natural.
Vemos cómo comunidades enteras —migrantes, afroamericanos, latinos, y otras comunidad es son atacadas no solo desde un punto de vista ideológico, sino también con la Biblia en mano. En lugar de predicar la verdad con misericordia, muchos líderes la usan como espada para herir.
Es cierto: Dios condena el pecado. Pero el llamado del evangelio nunca fue a odiar al pecador. Al contrario, Jesús comía con publicanos y pecadores, escandalizando a los religiosos de su tiempo. El mensaje del cristiano debería ser restaurar, no destruir; sanar, no condenar.
Cuando la fe se politiza, Cristo deja de ser el centro y pasa a ser un pretexto. Y cuando Cristo deja de ser el centro, todo se derrumba.
Una iglesia dividida, un evangelio debilitado
El daño no se limita al ámbito político. Las mismas iglesias se ven fragmentadas. Congregaciones divididas entre republicanos y demócratas; miembros que ya no se ven como hermanos en Cristo, sino como adversarios ideológicos. El resultado: un cuerpo de Cristo debilitado, incapaz de cumplir la misión para la que fue creado.
El apóstol Pablo fue tajante: “Os ruego […] que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10).
Cuando la iglesia se convierte en arena política, pierde autoridad espiritual y credibilidad ante el mundo.
¿Qué camino debemos tomar los cristianos?
Frente a este panorama sombrío, los creyentes tenemos una responsabilidad ineludible:
- Discernir: no dejarnos arrastrar por discursos políticos disfrazados de fe.
- Recordar que Cristo es Rey: ningún partido, candidato o nación está por encima de su señorío.
- Predicar con amor: señalar el pecado con firmeza, pero siempre ofreciendo la esperanza de la gracia.
- Desvincular la fe de la política partidista: la iglesia debe ser profética, no partidista. Debe denunciar la injusticia, venga de donde venga.
- Unir, no dividir: ser embajadores de reconciliación en un mundo cada vez más roto.
Recuperar el evangelio de Cristo
El evangelio no necesita propaganda política, ni megatemplos, ni influencers virales para ser verdadero. Su poder está en la cruz, en la tumba vacía y en el amor transformador de Cristo.
Si los cristianos olvidamos esto y seguimos permitiendo que la fe se utilice como moneda de cambio en la política y el poder, nos convertiremos en cómplices de aquello que Jesús mismo denunció: un sistema religioso que usa el nombre de Dios, pero niega su poder.
Hoy más que nunca necesitamos volver a las palabras de Jesús: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). No es con odio, no es con manipulación política, y no es con hipocresía. Es con amor verdadero, cimentado en la verdad del evangelio.




