En los últimos tiempos, el enemigo ha intensificado su ataque contra los más pequeños. No es casualidad. Desde el principio de la historia bíblica, el adversario ha intentado destruir las generaciones que Dios levanta para cumplir sus planes proféticos. Cuando nació Moisés, Faraón ordenó matar a todos los niños varones hebreos (Éxodo 1:22). Cuando nació Jesús, Herodes hizo lo mismo (Mateo 2:16). Detrás de esas órdenes no había solo miedo humano, sino una estrategia espiritual: eliminar a la generación que traería liberación, restauración y cumplimiento de las promesas de Dios.
Hoy vivimos algo similar, aunque con rostros distintos. Ya no se usan espadas, sino ideologías, distracciones digitales, confusión de identidad, desintegración familiar y contenidos que deforman el corazón y la mente de los niños. El enemigo sabe que si logra apagar la pureza, la fe y el propósito en la niñez, debilita el futuro del Reino de Dios en la tierra.
La Biblia dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Este versículo no es solo un consejo; es una estrategia celestial. Formar el corazón de los niños en la verdad es levantar una muralla espiritual contra el avance del mal. Por eso Satanás busca ocupar ese espacio antes que los padres, antes que la iglesia. Él sabe que los niños de hoy serán los profetas, pastores, evangelistas, intercesores y líderes del avivamiento que prepara el regreso de Cristo.
Los ataques a la inocencia, la confusión sobre la identidad, la pérdida del temor de Dios y la normalización del pecado son parte de una guerra silenciosa por las almas de nuestros hijos. Pero la victoria no está en el miedo, sino en la formación espiritual. Debemos volver a orar con ellos, enseñarles la Palabra, hablarles del poder del Espíritu Santo y hacer de nuestros hogares altares de fe.
Jesús fue claro cuando dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Los niños son el reflejo del Reino, los herederos del mover profético que vendrá. El enemigo lo sabe, por eso los persigue. Pero el plan de Dios siempre prevalece cuando los padres y la iglesia se levantan en oración, cobertura y enseñanza.
Reflexión
Los niños no son solo el futuro: son el presente del Reino. Cada oración que haces con ellos, cada palabra de fe que les siembras, es una semilla profética que dará fruto en su tiempo. No subestimes lo que Dios puede hacer en un corazón pequeño, porque a menudo las generaciones que cambian el rumbo de la historia comienzan en el silencio de una habitación donde un niño aprende a hablar con Dios.
“Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas…” (Joel 2:28)
Que no se nos pase esta generación. Que el enemigo no robe lo que Dios ha destinado para ellos. Protejamos, guiemos y oremos, porque los niños de hoy son la generación profética en formación que anunciará la gloria de Cristo sobre toda la tierra.




