martes, noviembre 25, 2025

Cuando los cristianos dejan de hablarse porque van a otra iglesia.

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Hay algo triste que sucede en muchas congregaciones y que casi nadie se atreve a decir: cuando alguien se va de la iglesia —ya sea porque Dios lo guió a otro lugar, porque se sintió incómodo, o porque lo corrieron— de repente los que antes eran sus “hermanos en Cristo” dejan de hablarle. Ya no lo saludan igual, ya no lo invitan a los eventos, e incluso algunos llegan a decir: “ya no es de los nuestros”. Pero ¿desde cuándo el cuerpo de Cristo se dividió por edificios o nombres?

Esta actitud se ha vuelto tan común que muchos cristianos viven con miedo de cambiar de iglesia aunque Dios los esté moviendo a otro lugar. Temen ser juzgados, señalados o tratados como si hubieran traicionado a su familia espiritual. Sin embargo, la Biblia nos enseña que la iglesia no es un club ni una marca registrada, sino el cuerpo vivo de Cristo, compuesto por millones de creyentes en todo el mundo.

Cuando la iglesia se convierte en un círculo cerrado.

He escuchado muchas veces frases como: “se fue de la cobertura”, “ya no está bajo autoridad”, o “ya no pertenece aquí”. Y aunque hay un punto válido en el sentido de mantener orden espiritual, muchas veces lo que hay detrás de esas palabras es orgullo disfrazado de celo espiritual.

Hay pastores o líderes que sienten que si alguien se va de su congregación, está siendo rebelde o ingrato. Algunos miembros, en lugar de orar por esa persona, comienzan a hablar de ella como si hubiera cometido un pecado. Y tristemente, los lazos de amistad que se formaron por años desaparecen de un día para otro.

Pero ¿dónde quedó el amor fraternal? ¿No dice la Palabra que somos un solo cuerpo en Cristo?

Romanos 12:5 nos recuerda:
“Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.”

Eso significa que aunque alguien cambie de iglesia, sigue siendo parte del mismo cuerpo. Nadie deja de ser “miembro del cuerpo” porque asista a otro templo. Sería tan absurdo como si la mano dijera al pie: “ya no te necesito porque te fuiste a otra casa”.

Cuando la amistad depende de la congregación.

Un hermano me contó hace poco su experiencia. Después de servir por años en su iglesia local, comenzó a sentir en oración que Dios lo estaba llamando a un nuevo ministerio. Lo habló con su pastor, y aunque fue respetuoso, notó un cambio inmediato. Algunos amigos que antes lo buscaban todos los días, dejaron de contestar sus mensajes. Otros comenzaron a evitarlo. “Me duele —me dijo— porque pensé que éramos amigos, no solo compañeros de iglesia.”

Y cuánta verdad hay en eso. Muchos cristianos confunden la comunión con la membresía. No somos amigos solo porque nos vemos cada domingo o servimos en el mismo grupo. La verdadera comunión nace del amor de Cristo que habita en nosotros.

1 Juan 4:7 dice:
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios.”

Si alguien deja de amarte porque ya no vas a su iglesia, entonces nunca te amó realmente con el amor de Dios, sino con una amistad condicionada a su círculo.

El peligro del “espíritu de competencia” entre iglesias.

Otro problema que surge es el de los celos entre congregaciones. Algunos pastores o líderes ven a otras iglesias como si fueran rivales. Si un miembro se va, se interpreta como una pérdida o una traición. Pero el Reino de Dios no compite, coopera.

Jesús nunca dijo “edificaré mis iglesias”, en plural. Dijo:
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18).

Una sola Iglesia, con diferentes congregaciones. No es la “iglesia del Pastor A” o la “iglesia del Pastor B”. Es la Iglesia de Cristo. Si de verdad todos predicamos al mismo Señor, ¿por qué actuamos como si hubiera bandos?

El apóstol Pablo también tuvo que corregir este mismo problema en Corinto. Algunos decían: “yo soy de Pablo”, otros “yo soy de Apolos”. Pero Pablo respondió con claridad:

“¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:13).

Si Pablo viviera hoy, probablemente diría: “¿acaso está dividido Cristo entre iglesias, denominaciones o nombres? ¿Fue crucificada la denominación por ti? ¿O fuiste bautizado en el nombre de tu congregación?”

Dios usa distintos lugares para un mismo propósito.

A veces, cuando una persona se va de una iglesia, no es porque haya pecado o se haya desviado. A veces simplemente Dios tiene un nuevo propósito. Tal vez hay dones que solo florecerán en otro ambiente. O tal vez Dios quiere usarlo para bendecir una nueva obra.

El problema es que muchos no lo entienden así. Les cuesta creer que Dios también puede hablar a través de otro ministerio. Sin embargo, la Palabra es clara:

1 Corintios 12:4-6 dice:
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.”

Cada iglesia local es una extensión del Reino. Ninguna es “la única correcta”. Pensar lo contrario es arrogancia espiritual.

Lo que realmente duele al irse.

Cuando alguien deja una iglesia, muchas veces no sufre por el cambio de lugar, sino por la pérdida de los lazos. Duele que te ignoren los que antes te llamaban “hermano”. Duele que los mismos que te abrazaban con amor ahora pasen de largo.

Y es que el ser humano tiene la tendencia de aterrizar lo espiritual en estructuras humanas. Convertimos las iglesias en pequeños mundos cerrados donde, si no estás adentro, ya no perteneces. Pero el amor de Dios no tiene fronteras ni paredes.

Jesús amó a los fariseos que lo criticaban, a los samaritanos que eran rechazados, y hasta a los romanos que lo crucificaron. ¿Cómo no amar entonces a un hermano que simplemente ahora asiste a otro lugar?

Volver al amor del principio.

El libro de Apocalipsis nos recuerda algo muy importante:
“Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.” (Apocalipsis 2:4).

Cuando dejamos que los celos o el orgullo dividan a la Iglesia, estamos dejando ese amor. Porque el amor no busca lo suyo, no compite, no tiene celos. El amor se goza en la verdad y desea lo mejor para el otro, esté donde esté.

Si un hermano se va a otra congregación, lo correcto sería bendecirlo, orar por él, y desearle que Dios lo use poderosamente. Si realmente amamos a Cristo, deberíamos alegrarnos de que su Reino se expanda, no de que se reduzca a nuestras cuatro paredes.

Recordemos que todos servimos al mismo Señor.

El día que entendamos que no somos enemigos, sino compañeros de misión, habrá más unidad en el cuerpo de Cristo. No hay “mi iglesia” y “tu iglesia”. Hay un solo Señor, un solo Salvador, un solo Espíritu.

Efesios 4:4-6 lo resume perfectamente:
“Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.”

Si esa verdad viviera en nosotros, no habría iglesias con competencia, ni líderes con celos, ni miembros dolidos por la separación. Seríamos un solo pueblo que se alegra cuando el otro crece.

Reflexión final.

Si en algún momento te fuiste de una iglesia y sentiste el rechazo de quienes considerabas hermanos, no dejes que eso te aleje de Dios. Los hombres fallan, pero Cristo nunca. Su amor no depende de la congregación que elijas, sino de la relación que tengas con Él.

Y si tú sigues en la misma iglesia y alguien más se va, no lo juzgues ni lo ignores. Llámalo, bendícelo, ora por él. No sabes cuánta sanidad puede traer un simple mensaje que diga: “hermano, aunque ya no estemos en la misma iglesia, sigues siendo parte de mi vida en Cristo”.

Ese tipo de amor es el que verdaderamente refleja a Jesús. No el que se limita por las paredes de un templo, sino el que trasciende denominaciones, distancias y diferencias. Porque la Iglesia de Cristo no tiene fronteras; su único límite es el amor.


Oración final:
Señor Jesús, enséñanos a amar más allá de los nombres de las iglesias. Quita de nosotros los celos, la competencia y el orgullo espiritual. Que podamos ver a nuestros hermanos con tus ojos, sin juzgar, sin dividirnos, y sin olvidar que todos somos parte del mismo cuerpo. Restaura las amistades que se rompieron por causa de los muros religiosos y une a tu pueblo en un solo corazón. En tu nombre oramos, amén.

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