CUANDO EL AMOR TOCÓ LA PUERTA.
Esa noche, Laura escuchó un golpe suave en la puerta del dormitorio. Era tarde. Su esposo, Daniel, regresaba de trabajar. Ella, envuelta en su propia fatiga y en un enojo sin nombre, no respondió. Fingió dormir, aunque su corazón seguía despierto.
El sonido volvió, más leve esta vez.
“Laura… ábreme, por favor.”
Pero ella no se movió. Dentro de sí pensó: “¿Ahora quiere hablar? ¿Después de todo el día sin mirarme?”
Y el silencio se hizo más pesado que la noche.
Cuando por fin se levantó, la puerta estaba abierta… pero Daniel ya no estaba. El aire olía a despedida. Bajó las escaleras con el corazón latiendo fuerte, y solo encontró una taza de café fría sobre la mesa.
Salió al jardín y miró hacia la calle vacía. Sintió el peso de sus propias palabras no dichas. Quiso correr tras él, pero no sabía a dónde. En su mente resonaba un versículo que había leído hace tiempo:
“Yo dormía, pero mi corazón velaba; es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía…” — Cantares 5:2
En ese instante entendió que no solo Daniel había estado llamando. Dios también le había estado tocando el corazón.
Mientras las lágrimas le caían, recordó los primeros años de su matrimonio: las risas, los desayunos improvisados, los sueños que un día tejieron juntos. Todo eso seguía ahí, dormido, esperando ser despertado.
Tomó el teléfono y marcó. La voz de Daniel sonó del otro lado, cansada pero viva.
—No quería irme así —dijo él—, solo necesitaba que me escucharas.
—Y yo necesitaba recordarte cuánto te amo —respondió ella entre sollozos.
El silencio que siguió no fue incómodo. Fue un silencio lleno de promesa.
Esa noche, cuando él regresó, se abrazaron sin palabras. No hacía falta decir nada. El amor, aunque herido, había despertado.
Y Laura comprendió que el matrimonio no se destruye de golpe, sino en los pequeños momentos en que dejamos de abrir la puerta. Pero también se reconstruye cuando uno decide hacerlo, incluso con las manos temblando.
Reflexión:
El amor verdadero no se trata de tener siempre la razón, sino de tener siempre el corazón dispuesto. Si has cerrado la puerta del diálogo, no temas volver a abrirla. Puede que del otro lado no solo esté tu pareja… sino también Dios esperándote para sanar lo que parecía perdido.
Oración:
Señor, enséñanos a abrir cuando el amor llama. Derriba el orgullo que levanta muros, y despierta en nosotros la ternura que un día prometimos.
Amén.




