Vivimos en un mundo donde la prisa, la competencia y el afán se han convertido en parte de la rutina diaria. Pareciera que todo gira en torno a tener más: más dinero, más bienes, más reconocimiento. Pero ¿para qué tanto afán? La realidad es clara y contundente: cuando partamos de este mundo, nada nos vamos a llevar.
El espejismo de lo material
El ser humano lucha incansablemente por acumular riquezas, como si estas fueran garantía de seguridad y felicidad. Casas, carros, joyas, negocios, títulos… todo parece importante mientras estamos aquí. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda:
“Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.”
(1 Timoteo 6:7)
Este versículo es un llamado de atención. ¿Qué sentido tiene desgastarnos en exceso por lo que es pasajero? Lo material es temporal; lo eterno, en cambio, es el alma.
El afán roba la paz
Jesús mismo nos advirtió sobre el afán:
“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?… Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
(Mateo 6:31-33)
El afán consume la mente, roba el gozo y nos mantiene distraídos de lo verdaderamente importante: nuestra relación con Dios, la familia, y el propósito de vida.
El engaño de la seguridad terrenal
Muchos piensan: “si logro tener cierta cantidad de dinero, viviré tranquilo”. Pero la Biblia nos recuerda la parábola del rico insensato:
“Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?”
(Lucas 12:20)
El problema no es tener, sino poner nuestra confianza en lo que poseemos. Ese es un error que nos puede costar la eternidad.
Lo que sí tiene valor eterno
Hay cosas que trascienden y que sí nos acompañarán más allá de esta vida:
- Nuestra fe en Cristo.
- Las obras que hicimos en obediencia a Dios.
- El amor que sembramos en otros.
Esas son las verdaderas riquezas que no se corrompen. Jesús lo dejó claro:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen… sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.”
(Mateo 6:19-20)
Un llamado a despertar
Hoy es el día para detenernos y reflexionar. ¿Vale la pena tanto esfuerzo por lo que es efímero? ¿No será mejor invertir nuestra vida en lo que permanece?
- En vez de acumular, seamos generosos.
- En vez de afanarnos, confiemos en la provisión de Dios.
- En vez de vivir preocupados, vivamos agradecidos.
Porque al final de cuentas, cuando cerremos los ojos a este mundo, nada material cruzará con nosotros a la eternidad.
El mensaje es claro: ¡Despierta! No te desgastes por lo que no tiene valor eterno. La vida es corta, y el verdadero propósito está en servir a Dios y vivir conforme a su voluntad. Nada de lo que hoy te preocupa será importante en la eternidad, pero sí lo será tu relación con Cristo.
Hoy puedes tomar la decisión de vivir con una perspectiva eterna, confiando en que lo mejor está por venir en la presencia de Dios.




