La noche había caído sobre la ciudad,
y las calles brillaban bajo una lluvia interminable.
Samuel cerró la puerta de su tienda,
ajustó su abrigo
y comenzó a caminar hacia su auto.
Era una de esas noches en que todos quieren llegar pronto a casa.
Sin embargo, esa noche, algo lo detendría.
En el camino, entre la oscuridad,
vio un auto detenido al borde de la carretera.
Las luces parpadeaban.
Dentro, una sombra movía los brazos, pidiendo ayuda.
Samuel frenó,
pero no bajó el vidrio.
“Debe ser una trampa”, pensó.
“O alguien borracho… o peor.”
Su corazón latía fuerte.
El miedo y la prudencia discutían dentro de su mente.
Pero entonces,
una voz muy suave, casi imperceptible,
le habló dentro del alma:
“Y si fuera tu hijo, ¿qué harías?”
Respiró hondo,
encendió las luces intermitentes
y giró el timón.
Al acercarse, vio a una mujer empapada,
con un niño pequeño en brazos.
El auto tenía una llanta reventada.
—¿Está bien? —preguntó Samuel,
tratando de sonar firme aunque temblaba.
—Por favor —respondió ella—,
mi bebé tiene fiebre.
No tengo señal para llamar a nadie.
Samuel no lo pensó más.
Buscó las herramientas
y en medio del agua y el frío,
cambió la llanta.
Sus manos temblaban,
no por el clima,
sino por el miedo.
Pero lo hizo.
Cuando terminó, la mujer lloró y le dio las gracias.
—Dios le pague, señor… muchos pasaron, y nadie se detuvo.
Horas después, Samuel estaba en casa,
con una taza de café entre las manos.
La televisión murmuraba las noticias de fondo.
“Asaltan a conductor en otra avenida durante la tormenta…”
Sintió un escalofrío.
Podría haber sido él.
Pero no lo fue.
Cerró los ojos,
y el rostro de aquella mujer regresó a su mente.
El brillo en sus ojos.
El niño dormido en sus brazos.
Y entendió algo.
El prójimo
no es solo el que se parece a ti.
No es quien comparte tu fe, tu acento o tu historia.
El prójimo
es todo aquel que Dios pone en tu camino para amar,
aunque el miedo te diga que no.
Y Jesús dijo:
“Ama a tu prójimo como a ti mismo.”
No preguntes quién lo merece,
porque el amor no se merece… se entrega.
Oración final:
Señor,
enséñame a detenerme en el camino,
a ver el dolor que otros ignoran,
a ayudar sin esperar recompensa.
Hazme sensible a Tu voz
y valiente para amar como Tú me amaste primero.
Amén.
somoscristianos.org




