martes, noviembre 25, 2025

¿Qué hay en la mente de un asesino? La raíz espiritual del mal según Jesús.

En Somoscristianos.org conectamos corazones con Cristo.

A veces encendemos la televisión o abrimos las noticias y quedamos sin palabras. Un joven mata a su familia. Un padre destruye lo que más decía amar. Una persona aparentemente normal comete una atrocidad. Y nos preguntamos: ¿qué puede haber pasado por su mente? ¿Cómo puede alguien llegar a tanto? ¿Qué hay dentro del corazón de un ser humano para hacer lo impensable?

Es una pregunta que los psicólogos, criminólogos y médicos han intentado responder por años. Algunos dicen que es un problema de salud mental. Otros, que la sociedad lo formó así. Otros, que fue la influencia del ambiente o de las drogas. Pero Jesús fue mucho más profundo que todo eso. Él no habló de traumas ni diagnósticos, sino del corazón humano. Dijo claramente que el mal no viene de fuera, sino de dentro.

“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios y las blasfemias.” — Mateo 15:19

Cuando Jesús dijo esto, rompió con la idea de que el ser humano es bueno por naturaleza y que solo necesita “educación” o “mejor ambiente”. Jesús señaló el verdadero origen del mal: el corazón. No el órgano físico, sino el centro espiritual y moral del ser humano. Lo que pensamos, deseamos y decidimos nace ahí. Y cuando el corazón se contamina, todo el ser se oscurece.


El corazón como fuente del mal.

Jesús no se refería solo a los asesinos o criminales. Hablaba de todos nosotros. En el fondo, el pecado es el mismo veneno que puede llevar a alguien al homicidio, solo que en distintos grados. Tal vez tú o yo nunca tomaríamos un arma, pero ¿cuántas veces hemos matado con palabras, con indiferencia o con odio guardado?

“El corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” — Jeremías 17:9

Esa frase debería hacernos temblar. Nuestro corazón no siempre nos dice la verdad. A veces nos hace creer que somos buenas personas solo porque no hacemos daño visible. Pero si dentro hay envidia, orgullo, deseo de venganza o resentimiento, esa misma semilla, si no se arranca, puede crecer hasta convertirse en un árbol venenoso.

El asesino no se despierta un día decidiendo matar. Su mente se va corrompiendo poco a poco, alimentada por pensamientos de odio, de injusticia o de vacío espiritual. Cada pecado no confesado, cada rencor no sanado, es una gota más que llena el vaso hasta desbordarlo.


Cuando el alma se enferma.

Vivimos en un mundo que ha normalizado el mal. Series, películas y canciones lo presentan como algo atractivo o inevitable. Nos hemos acostumbrado a ver la violencia como entretenimiento, y cada vez sentimos menos compasión. Pero detrás de cada crimen hay un alma enferma, un corazón vacío, un espíritu sin Dios.

Algunos dicen: “Era una buena persona, no entiendo cómo pudo hacerlo”. Pero la verdad es que sin Dios, cualquier corazón puede oscurecerse. Cuando el Espíritu Santo no gobierna el interior, las tinieblas toman el control. No hay punto medio. O gobierna Cristo, o gobierna el pecado.

“Todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado.” — Juan 8:34

Y el pecado no se queda quieto. Siempre pide más. Comienza con un pensamiento, sigue con una acción pequeña, y termina destruyendo todo. Por eso Jesús vino no solo a perdonar, sino a transformar el corazón. Él no vino a pulir conductas, sino a dar vida nueva donde antes había muerte.


La mente del asesino y la mente de Cristo.

Si pudiéramos ver dentro de la mente de alguien que comete un crimen, veríamos caos, odio, vacío, voces internas que gritan desesperación. Es un lugar sin paz. Pero lo más impactante es que, en otro tiempo, muchos de nosotros también teníamos una mente así, solo que dirigida hacia otros pecados: mentira, lujuria, venganza, orgullo, egoísmo.

La Biblia dice: “Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.” — Romanos 3:23. No hay excepción. El asesino y el religioso están hechos del mismo barro. Lo único que marca la diferencia es quién reina dentro.

“La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz.” — Romanos 8:6

Cristo puede tomar una mente destruida y hacerla nueva. Ha transformado asesinos, violadores, drogadictos, hombres y mujeres que parecían sin esperanza. En las cárceles hay testimonios de personas que mataron, pero hoy predican la Palabra. Eso no es psicología ni terapia: es el poder regenerador de Cristo.

El cambio real no viene de los barrotes ni de los castigos. Viene cuando el Espíritu Santo entra y limpia lo que estaba podrido. Cuando la mente del asesino se encuentra con la mente de Cristo, el odio se vuelve arrepentimiento, y la oscuridad se convierte en luz.


El peligro de un corazón sin Dios.

A veces creemos que el mal está solo “allá afuera”, en los delincuentes o en los criminales. Pero Jesús nos advirtió que el mismo corazón capaz de matar vive dentro de cada ser humano. Por eso debemos estar vigilantes.

El resentimiento, el orgullo o la falta de perdón pueden ser semillas del mismo árbol. Si no se tratan con oración y arrepentimiento, el corazón se endurece. Y cuando el corazón se endurece, el amor muere.

“Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.” — Mateo 24:12

Cuando el amor se enfría, todo lo demás se desordena. Un hombre que ya no ama a Dios ni a su prójimo es capaz de cualquier cosa. Por eso el mandamiento más grande no es “no matarás”, sino “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22:37).

El amor a Dios es lo único que mantiene a raya la maldad. Sin Él, somos campo abierto al enemigo.


Jesús, el único que puede cambiar un corazón.

Ningún programa de rehabilitación, ninguna prisión, ningún medicamento puede hacer lo que hace Jesús. Él no solo limpia el pasado, sino que rompe la cadena que esclaviza al pecado. Él toma el corazón de piedra y lo convierte en carne viva.

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” — Ezequiel 36:26

Eso es lo que el asesino necesita, lo que tú y yo necesitamos: un nuevo corazón. Porque todos tenemos rincones oscuros que solo la luz de Cristo puede iluminar. Tal vez no hemos matado, pero sí hemos herido. Tal vez no hemos destruido una vida, pero sí palabras que matan la esperanza de otros. Todos necesitamos ser restaurados.

Cristo no vino a condenar, sino a salvar. A ofrecer perdón incluso a los peores. Por eso, cuando Jesús estaba en la cruz, y a su lado había un criminal condenado, Él no lo ignoró. Lo escuchó. Lo perdonó. Y le prometió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” — Lucas 23:43.

Si un asesino arrepentido puede estar en el cielo, eso nos recuerda que la gracia de Dios no tiene límites.


Cuando Cristo entra, la mente se renueva.

Muchos cristianos todavía luchan con pensamientos de ira, de venganza o de violencia. No porque sean asesinos, sino porque aún hay heridas sin sanar. La transformación comienza cuando dejamos que el Espíritu Santo renueve nuestra mente día a día.

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.” — Romanos 12:2

Renovar la mente es permitir que Cristo reemplace el resentimiento con compasión, la crítica con misericordia, la ira con paciencia. Es un proceso diario.

No basta con decir “yo no haría eso”. Lo que necesitamos decir es: “Señor, guarda mi corazón, porque sin Ti también podría perderme.”


Reflexión final.

Cuando escuches noticias de un asesinato o un acto de maldad, no digas solo “qué monstruo”. Piensa: “Eso es lo que el pecado puede hacer cuando no hay Dios en el corazón.” Y luego, da gracias, porque Cristo te ha librado de esa oscuridad.

No subestimemos el poder del pecado ni sobreestimemos nuestra fuerza. Solo la presencia del Espíritu Santo puede mantenernos firmes. El problema no está en las manos, está en el corazón. Y la única cura es Cristo.


Oración.

Señor Jesús, limpia mi corazón cada día. No permitas que el odio, la envidia o el resentimiento echen raíces en mí. Renueva mi mente, lléname de tu paz y enséñame a amar incluso cuando duela. Te pido que tengas misericordia de los que viven en oscuridad, de los que han hecho daño, y que tu luz llegue a los rincones más profundos donde nadie más puede entrar. Transforma corazones, Señor, como solo Tú sabes hacerlo. En tu nombre poderoso, amén.

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