A veces uno se sienta en la orilla de la cama al final del día y siente que el alma pesa más que el cuerpo. No sé si te ha pasado… ese momento donde te preguntas si vale la pena seguir intentando, si tus fuerzas aún alcanzan para otro día, para otra batalla, para otra puerta que parece no abrirse. Y uno, en silencio, piensa: “Señor, ya no puedo más”.
Pero justo ahí, cuando parece que ya no queda nada, es donde empieza esta historia. Porque la fe no se revela cuando todo va bien. La fe se ve cuando estás al borde, cuando tus manos tiemblan, cuando el cansancio mental te susurra que ya no avances. Y aun así, decides dar un paso más. Chiquito, torpe, lento… pero un paso.
Quisiera contarte algo real. Hace tiempo platiqué con una hermana que me dijo: “Ya me rendí. Oro y no pasa nada. Trabajo y no veo fruto. Siento que camino sobre lodo”. Yo la escuchaba, y por dentro pensé en cuántas veces yo también me he sentido así. No somos de acero. Somos humanos. Y Dios lo sabe.
Sin embargo, cuando abrió su Biblia, la primera frase que leyó fue “No te desanimes ni tengas miedo, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Y lloró. No porque sus problemas desaparecieron, sino porque entendió algo: Dios no le estaba diciendo “échale ganas”. Dios le estaba diciendo: “Yo voy contigo. Yo soy tu fuerza cuando tú ya no tienes nada”.
Ese es el corazón de este mensaje.
Nunca te rindas… no porque seas fuerte, sino porque Dios no te deja solo.
A veces creemos que rendirse significa ser débil, pero en realidad, rendirse ante el mundo es fácil; lo difícil es levantarse una vez más y volver a confiar. Lo difícil es creer cuando ya no sientes nada. Lo difícil es caminar con fe cuando tu mente quisiera detenerse.
Pero ahí es donde Dios trabaja. No en tu perfección, sino en tu cansancio. No en tus logros, sino en tus heridas. No en tus sonrisas falsas, sino en tu corazón roto. Él sabe exactamente dónde estás, qué piensas, qué temes y qué te quita el sueño.
Y sabes qué me impresiona de Él? Que nunca te exige lo que no puedes dar. Él no te dice: “Vuélvete fuerte de una sola vez”. Él te dice: “Mi poder se perfecciona en tu debilidad” (2 Corintios 12:9). O sea, cuando ya no puedes más, cuando estás a punto de rendirte, cuando crees que todo se acabó… es ahí donde su poder brilla más.
Tal vez has estado orando por algo que no cambia. Por alguien que no vuelve. Por un trabajo que no llega. Por un dolor que no sana. Y te has preguntado: “¿Y si nunca pasa? ¿Y si mejor ya me doy por vencido?”
Pero piensa en esto: cuántas veces has estado cerca de un milagro sin saberlo. Cuántas puertas parecían cerradas y de pronto Dios movió algo que ni imaginabas. Cuántas lágrimas creías perdidas, pero terminaron siendo semillas. Cuántos silencios creías que eran abandono, pero eran preparación.
A veces Dios tarda… pero nunca falla.
Jesús mismo, en su momento más humano, dijo: “Padre, si es posible, pasa de mí esta copa”, pero luego añadió: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Y ahí está la clave: seguir adelante incluso cuando no entiendes. Seguir creyendo aunque no sientas. Seguir caminando aunque sea arrastrando los pies.
Nunca te rindas, porque rendirte es detener lo que Dios aún no ha terminado. Y Él jamás deja algo incompleto.
Tal vez hoy solo puedes hacer algo pequeñito. Está bien. Dios no te pide que corras; solo te pide que no te sueltes de su mano.
Y si hoy tus fuerzas están agotadas, recuérdalo: el mismo Dios que dividió el mar, que sanó enfermos, que resucitó muertos, es el Dios que te sostiene hoy. Él no cambia. Él no se equivoca. Él no llega tarde.
Y lo mejor de todo: Él cree en ti incluso cuando tú ya no crees en ti mismo.
Por eso quiero que guardes esto en tu corazón: no te rindas. No porque seas perfecto, no porque puedas solo, no porque lo entiendas todo… sino porque Dios está contigo, y eso es suficiente.
Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión…
A veces buscamos una señal espectacular para seguir adelante, cuando en realidad el simple hecho de que sigas vivo, respirando, pensando, soñando, ya es prueba de que no has llegado al final. El plan de Dios no termina en tu capítulo más oscuro. Él escribe finales que el enemigo no puede borrar. Y aunque hoy sientas que no avanzas, Dios te lleva de la mano, paso a paso, hasta el lugar donde tu corazón volverá a respirar esperanza.
Te invito a unirte conmigo en esta oración…
Señor, dame fuerzas cuando ya no pueda, dame fe cuando mis ojos no vean salida, y dame paz cuando mi alma esté cansada. No permitas que me rinda antes de ver lo que has preparado para mí. Camina conmigo, levántame y recuérdame que en tus manos siempre hay un mañana. Amén.
En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.




