martes, noviembre 25, 2025

Lo que te roba de la presencia de Dios.

A veces pensamos que podemos jugar con el fuego sin quemarnos. Que mirar un poco, probar un poco o acercarnos “solo por curiosidad” no hará daño. Pero lo que muchos no se dan cuenta es que hay cosas que no solo destruyen el alma, sino que te alejan de la presencia misma de Dios. El adulterio, la fornicación y la pornografía son tres caminos que parecen distintos, pero todos conducen al mismo destino: la muerte espiritual.

Lo más engañoso de todo es que comienzan en silencio. Nadie se levanta un día diciendo: “Hoy quiero traicionar a Dios”. Todo empieza con una pequeña puerta abierta en el corazón, una conversación que no debiste continuar, una imagen que no debiste mirar, un pensamiento que no cortaste a tiempo. Y cuando menos lo esperas, esa semilla se convierte en una cadena que te ata y te roba la paz.

La Biblia no deja espacio para confusiones. “No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones… heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10). Es una advertencia directa, firme y amorosa. No porque Dios quiera condenarnos, sino porque quiere protegernos de aquello que destruye lo que más ama: nuestra comunión con Él.

El adulterio no comienza en la cama, comienza en la mente. Cuando el corazón empieza a desear lo que no le pertenece, cuando el alma se justifica diciendo: “No es para tanto”, o “solo estamos hablando”, ya el enemigo ha puesto un pie dentro. Jesús fue claro cuando dijo: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). El pecado no se consuma solo con el acto, sino con la intención.

Y la fornicación, que hoy el mundo llama “amor libre”, no es más que una trampa disfrazada. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio no son prueba de amor, son prueba de desobediencia. Dios no creó el cuerpo para ser usado como un experimento emocional o físico, sino como un templo del Espíritu Santo. “Huid de la fornicación; cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18).

Y la pornografía… ese veneno silencioso que destruye mentes, matrimonios y corazones. Millones la consumen pensando que es algo inofensivo, pero lo que no saben es que cada imagen es una puerta abierta a la oscuridad. La pornografía distorsiona la forma en que ves el amor, el cuerpo, el respeto y la pureza. Te convierte en un esclavo de la lujuria y te roba la sensibilidad espiritual. Lo más peligroso es que mientras más la consumes, menos sientes la presencia de Dios. Porque Su Espíritu no habita donde reina la impureza.

Quizás alguien diga: “Yo soy débil, no puedo dejarlo”. Pero eso es mentira del enemigo. Cristo murió precisamente para darte poder sobre aquello que te domina. Él vino a romper cadenas, a limpiar tu mente y a restaurar lo que el pecado ha dañado. No importa cuánto hayas caído, mientras tengas aliento hay esperanza. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

No puedes vivir con un pie en la iglesia y otro en la oscuridad. No puedes pretender tener comunión con el Espíritu Santo mientras alimentas la carne. Dios no comparte Su gloria con el pecado. Y no es porque te odie, sino porque te ama demasiado para dejarte destruir. Si de verdad amas a Dios, entonces corta con aquello que te aleja de Él. Rompe con la pornografía, con la relación prohibida, con el deseo impuro. Llora si tienes que llorar, pero no te quedes ahí. Vuelve a la cruz, ahí donde la vergüenza se convierte en perdón y el pecado en libertad.

Tal vez hayas sentido que tu vida espiritual se ha apagado. Que ya no sientes la presencia de Dios como antes. Que tu oración suena vacía y tu corazón frío. No es que Dios te haya abandonado, es que hay algo bloqueando la conexión. La lujuria apaga el fuego del Espíritu. Pero hoy puedes avivarlo otra vez. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).

No hay excusas. Dios te está llamando a una vida santa, no perfecta, pero sí consagrada. A decir “no” a lo que destruye tu alma y “sí” a lo que fortalece tu espíritu. Si caíste, levántate. Si fallaste, arrepiéntete. Si te sientes sucio, corre a Jesús. Él no te rechaza, te restaura. Él no te señala, te limpia. Él no te quita la vida, te la devuelve.

El pecado promete placer pero deja vacío. Te dice “nadie se enterará”, pero luego te hace sentir la soledad más profunda. La pureza, en cambio, cuesta, pero trae paz. Te mantiene libre, firme y con el rostro en alto. Cuando vives en pureza, sientes la presencia de Dios rodeándote. No porque seas perfecto, sino porque has decidido vivir para agradarlo.

Hoy Dios te dice: “No te quiero esclavo del pecado, te quiero lleno de Mi Espíritu”. Y Su Espíritu solo habita en corazones limpios. No se trata de religión, se trata de relación. No de aparentar santidad, sino de vivir en verdad. La fornicación, el adulterio y la pornografía pueden parecer comunes, pero en el Reino de Dios no hay espacio para lo que contamina.

Dios no te está pidiendo que lo hagas solo. Él quiere ayudarte a vencer. Te dará fuerza donde antes caías, te dará dominio propio donde antes no tenías control. Pero necesitas tomar una decisión: cerrar esas puertas. El Espíritu Santo no forzará tu corazón; espera que tú decidas limpiarlo.

Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión: nada que te aleje de Dios vale la pena. Ni una aventura, ni un placer, ni una imagen. Todo lo que el mundo ofrece es pasajero, pero lo que Dios te ofrece es eterno. Cuida tu pureza, no como una carga, sino como un tesoro. Cuando caminas en santidad, caminas en Su presencia, y ahí no hay culpa ni oscuridad, solo paz, gozo y amor verdadero.

Te invito a unirte conmigo en esta oración:
Señor Jesús, reconozco que muchas veces he fallado. He dejado que pensamientos, deseos y acciones impuras me alejen de Ti. Pero hoy me arrepiento de corazón. Límpiame con Tu sangre, renueva mi mente y mi espíritu. Cierra toda puerta al enemigo y hazme libre de toda esclavitud sexual, emocional o espiritual. Quiero volver a sentir Tu presencia, quiero vivir en pureza, quiero que mi vida te honre. En el nombre de Jesús, amén.

En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.

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