En el mundo moderno escuchamos mucho sobre la libertad de expresión como un derecho fundamental de toda persona. Sin embargo, mucho antes de que existieran constituciones, parlamentos o tribunales, Dios ya había entregado al ser humano un regalo mucho más profundo: el libre albedrío.
Ambos conceptos suelen confundirse, pero aunque están relacionados, son muy distintos. Uno tiene que ver con lo espiritual y moral; el otro con lo social y legal. Y ambos, si se entienden mal, pueden ser usados para justificar el mal en lugar de promover el bien.
El libre albedrío: un regalo divino
El libre albedrío es la capacidad que Dios nos dio para elegir entre el bien y el mal. Desde el Edén, cuando Adán y Eva decidieron comer del fruto prohibido (Génesis 3), la humanidad quedó marcada por la responsabilidad de sus decisiones.
Libre albedrío significa que no somos robots, sino seres con la capacidad de obedecer o desobedecer a Dios.
Cada decisión trae consecuencias, buenas o malas. Como dice Gálatas 6:7: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
Ejemplo: Una persona puede decidir ayudar a un necesitado o ignorarlo. Esa decisión nace de su libre albedrío y revela lo que hay en su corazón.
La libertad de expresión: un derecho humano
Por otro lado, la libertad de expresión es un derecho civil y político que protege nuestra capacidad de decir en público lo que pensamos sin miedo a censura del Estado. Está reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en constituciones como la de Estados Unidos (Primera Enmienda).
Implica que podemos manifestar opiniones políticas, religiosas o culturales.
Nos da la posibilidad de compartir nuestra fe, protestar contra una injusticia o defender causas sociales.
Ejemplo: En EE. UU., incluso grupos como el Ku Klux Klan tienen derecho a expresar sus ideas, aunque sean ofensivas y contrarias a la mayoría. Sin embargo, no pueden usar esa libertad para incitar violencia o cometer crímenes.
Diferencia esencial
El libre albedrío es interno, universal y espiritual: todos lo tenemos porque es parte de nuestra naturaleza humana creada por Dios.
La libertad de expresión es externa, social y legal: depende de las leyes y contextos de cada país.
En otras palabras, el libre albedrío es la capacidad de decidir; la libertad de expresión es el derecho de manifestar lo que decidimos o pensamos.
Los límites de la libertad de expresión
Aunque es un derecho fundamental, la libertad de expresión no es absoluta. Tiene límites cuando se usa para:
- Incitar a la violencia.
- Dañar la reputación de otros (difamación, calumnia).
- Amenazar la seguridad pública.
- Promover odio o discriminación.
Así, una persona puede decir: “No estoy de acuerdo con tal religión” (crítica permitida), pero no puede decir: “Debemos atacar a los que practican esa religión” (incitación prohibida).
Reflexión final
Dios nos dio libre albedrío para escoger la vida (Deuteronomio 30:19), pero también advirtió que nuestras decisiones traerán consecuencias eternas.
Las naciones nos otorgan libertad de expresión para convivir en sociedades plurales, pero los hombres también ponen límites cuando esa libertad pone en riesgo la paz o la dignidad humana.
Como cristianos, estamos llamados a usar ambos dones —el libre albedrío y la libertad de expresión— no para destruir, sino para edificar. Como dice Efesios 4:29:
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.”
Porque al final, la verdadera libertad no es hacer lo que queremos, sino elegir lo correcto delante de Dios y hablar palabras que den vida, esperanza y verdad.




