Vivimos en una sociedad que se alimenta de la atención. Cada “like”, cada comentario y cada vista parecen convertirse en pequeñas dosis de aprobación que nos hacen sentir visibles, importantes, valiosos. Sin embargo, detrás de esa necesidad muchas veces se esconde un miedo silencioso: la ansiedad de ser olvidados.
Ese temor a no ser recordados, a que nuestra vida pase desapercibida, nos lleva a crear una especie de “ídolo social”. No es una estatua de oro como en tiempos antiguos, sino una imagen construida con publicaciones, selfies y apariencias. Queremos ser vistos, escuchados, reconocidos… y cuando esa atención se desvanece, sentimos un vacío que nos ahoga.
La Biblia nos recuerda que este deseo de reconocimiento humano es engañoso:
“¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” (Gálatas 1:10)
La verdadera identidad no se sostiene en si alguien nos recuerda o no, sino en quién nos sostiene en la eternidad. Dios nos dice que nuestros nombres están escritos en el cielo (Lucas 10:20), que Él nunca nos olvida, porque incluso nos lleva grabados en la palma de sus manos (Isaías 49:16).
La ansiedad de ser olvidados se convierte en ídolo cuando tomamos como fuente de valor lo que otros piensen de nosotros, en lugar de descansar en lo que Dios ya ha dicho: que somos Sus hijos, amados, escogidos y llamados a vivir para Su gloria.
Reflexionemos: ¿cuánto tiempo invertimos en construir una imagen que se desvanece en comparación con invertir en una vida eterna que jamás será olvidada? El reconocimiento humano es efímero, pero la aprobación de Dios es eterna.




