Te voy a ser sincero: este tema ha lastimado a mucha gente. Tal vez conoces a alguna hermana que llegó a una iglesia con su anillo, su reloj o una cadenita de oro, y alguien la miró de pies a cabeza como si estuviera en pecado mortal. En otros lugares, en cambio, nadie dice nada; las mujeres traen aretes, maquillaje discreto, y todo parece normal. Y uno se queda con la duda: “¿Entonces quién está bien? ¿Es pecado o no es pecado usar joyas?”
En algunas iglesias, sobre todo de corte pentecostal clásico, “santidad” o ciertos grupos de la iglesia adventista y movimientos de “santidad externa”, se ha enseñado por años que las mujeres cristianas no deben usar joyas, maquillaje, ni ropa “llamativa”. Se basan principalmente en pasajes como 1 Timoteo 2:9–10 y 1 Pedro 3:3–4, y de ahí sacan una regla muy estricta: nada de oro, nada de plata, nada de adornos. Pero si vemos la Biblia completa, la cosa no es tan simple.
Vamos a mirar el tema con calma, sin miedo, con la Biblia abierta y el corazón sensible al Espíritu Santo.
Primero, lo que sí vemos en la Biblia sobre joyas
Si solo escucháramos algunas predicaciones, parecería que la Biblia condena toda joya. Pero cuando lees toda la Escritura, te encuentras con algo curioso: muchas veces las joyas aparecen como algo normal, incluso como expresión de bendición.
Por ejemplo, cuando el siervo de Abraham encuentra a Rebeca, le pone un anillo y brazaletes como señal de favor y compromiso (Génesis 24:22, 30). No hay ninguna corrección divina ahí; es algo culturalmente normal y aceptado.
En el Éxodo, Dios hace que los israelitas salgan de Egipto con oro y plata que los egipcios les dan. Más adelante, en Ezequiel 16, Dios mismo habla de Israel como de una esposa a la que Él viste y adorna: “Te adorné con joyas, te puse brazaletes en las manos y collar en tu cuello; puse un anillo en tu nariz, zarcillos en tus orejas y una hermosa corona en tu cabeza” (parafraseando Ezequiel 16:11–13). Ese pasaje presenta las joyas como símbolo del amor y la honra de Dios hacia su pueblo, no como pecado.
Entonces, ¿la Biblia se contradice? No. Lo que la Biblia condena no es el oro en sí, sino el corazón orgulloso, idólatra o sensual detrás del uso de cualquier cosa, incluyendo la ropa y las joyas. Israel, por ejemplo, usó el oro para hacer un becerro y adorarlo (Éxodo 32). El problema no era el metal, sino el ídolo que hicieron con él.
También hay momentos en que Dios manda a su pueblo a quitarse las joyas en señal de duelo y arrepentimiento (Éxodo 33:4–6). No porque las joyas fueran intrínsecamente malas, sino porque en ese momento era tiempo de humillarse, no de adornarse.
Ahora sí, los textos “difíciles”: 1 Timoteo 2 y 1 Pedro 3
Los textos más usados para prohibir joyas son estos:
“Que asimismo las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinados ostentosos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad.” (1 Timoteo 2:9–10)
“Que vuestro adorno no sea el externo, de peinados ostentosos, de adornarse con oro o de vestir ropas lujosas, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios.” (1 Pedro 3:3–4)
Algunos leen estos versos como: “la mujer cristiana jamás debe usar joyas”. Pero si lo piensas un segundo, el texto también menciona “el vestir ropas”. Si lo tomáramos de forma literal y absoluta, también tendríamos que decir que es pecado usar cualquier ropa bonita. La clave está en las palabras “ostentosos” y “lujosas”. El problema no es adornarse, sino hacerlo con ostentación, con orgullo, para llamar la atención, para presumir riqueza o provocar sensualidad.
Muchos estudiosos coinciden en que el enfoque de Pablo y Pedro no es hacer una lista de cosas prohibidas, sino decir: “No basen su valor en lo externo. La belleza que le importa a Dios es la interna, la del carácter.”
En otras palabras, si una mujer (o un hombre) se viste con modestia, sobriedad y un corazón humilde, la Biblia no da una regla matemática de cuántos anillos puede usar o qué tipo de reloj es permitido. La línea no está en el metal, está en la motivación y el testimonio.
Entonces, ¿por qué algunas iglesias prohíben toda joya?
Aquí entra la parte histórica y cultural. Durante siglos, muchos movimientos cristianos de “santidad” han querido marcar una diferencia radical con el mundo. En el siglo XIX y XX, varios grupos metodistas, movimientos de santidad y ciertos pentecostales comenzaron a enseñar normas muy estrictas: nada de joyas, nada de maquillaje, faldas largas, etc., como señal externa de consagración.
La Iglesia Adventista, por ejemplo, durante mucho tiempo mantuvo una postura oficial contra el uso de joyas, basándose en la modestia y en textos como 1 Pedro 3:3–4, y muchos líderes aún la defienden así. Lo mismo pasa con algunos grupos pentecostales apostólicos, donde se enseña que las mujeres no deben usar joyas ni maquillaje como parte de un estándar de santidad externa.
¿Son todos malintencionados? No necesariamente. Muchos pastores y líderes prohíben la joyería porque, sinceramente, piensan que así protegen a la iglesia de la vanidad, la mundanalidad y el orgullo. A veces han visto cómo la competencia por la ropa, el carro, el teléfono o las marcas destruye la humildad y el amor, y reaccionan levantando reglas duras para evitarlo.
El problema es cuando esas reglas humanas se convierten en medida de espiritualidad, como si “entre menos joyas, más santo” o “si traes una cadenita ya estás en desobediencia a Dios”. Ahí ya no estamos defendiendo la Biblia, estamos añadiendo cargas que Cristo no puso.
¿Es pecado usar joyas, entonces?
Con todo esto en mente, podemos responder con cuidado.
Primero, la Biblia no enseña que el uso de joyas simples y con un corazón correcto sea, en sí mismo, pecado. Vemos hombres y mujeres de Dios que las usaron sin ser reprendidos, y vemos a Dios mismo usando la imagen de joyas para hablar de su amor por su pueblo.
Segundo, la Biblia sí condena claramente la ostentación, la vanidad, el deseo de impresionar, la sensualidad y el orgullo. Eso puede mostrarse con joyas, con ropa, con maquillaje, con el carro que manejas o incluso con la forma “espiritual” en que presumes tu humildad.
Tercero, hay momentos en que el Espíritu Santo puede pedirle a alguien que no use ciertas cosas como parte de su caminar personal con Él. Puede ser un tema de conciencia, de testimonio en cierta cultura, o de obediencia personal. Eso se respeta. Lo que no podemos hacer es convertir esa convicción personal en un mandamiento universal para toda la iglesia.
Romanos 14 nos da un principio muy fuerte: hay asuntos donde la Biblia no da una regla detallada, y ahí cada uno debe actuar conforme a su conciencia delante de Dios, sin juzgar ni despreciar al otro. Si para alguien su conciencia se lastima usando joyas, mejor que no las use. Si otra persona las usa con modestia y sin orgullo, no tenemos autoridad para llamarla pecadora solo por eso.
Una guía práctica para hoy
En lugar de preguntarnos solo “¿se puede o no se puede?”, quizá la pregunta debería ser esta: “¿Por qué quiero usar esto? ¿Qué hay en mi corazón?”
Si una hermana quiere usar un reloj sencillo, un anillo de matrimonio o unos aretes discretos, pero su corazón está centrado en Cristo, ama a Dios, sirve, es generosa y humilde, ¿realmente podemos decir que está en pecado por el metal que trae en la piel?
En cambio, una persona puede no usar nada de joyas y al mismo tiempo ser orgullosa, crítica, chismosa, fría con los pobres y dura con los demás. A los ojos de Dios, eso es mucho más grave que un collar de plata.
También es sabio considerar el contexto de la iglesia donde congregas. Si estás en una comunidad donde casi nadie usa joyas y tú llegas con algo muy llamativo que sabes que va a escandalizar y distraer, quizá por amor vale la pena ser más discreto. No se trata de vivir esclavos de la opinión de todos, pero sí de caminar en amor, sin provocar tropiezo innecesario.
Al mismo tiempo, si vienes de una tradición muy rígida y has sufrido culpa por cosas que la Biblia no llama pecado, pídele al Señor que sane tu corazón. Cristo no te salvó para vivir midiendo el largo de la falda y el grosor del anillo, sino para disfrutar una relación viva con Él, donde la santidad nace de adentro hacia afuera.
Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión: Dios no está midiendo cuántos gramos de oro traes, sino cuánta gracia sale de tu vida. Puedes tener un guardarropa muy sencillo y un corazón lleno de envidia, o puedes tener algunas cosas bonitas y un corazón lleno de servicio y humildad. El llamado del evangelio no es a descuidar lo externo, sino a ponerlo en su lugar correcto. Jesús no murió en la cruz para cambiar solo tu clóset, sino tu espíritu, tu carácter, tus prioridades. Cuando Él ocupa el centro, la forma en que te vistes y te adornas se vuelve un reflejo de algo más profundo: amor, modestia, respeto y libertad en Cristo. Si hoy traes arrastrando culpas porque alguien te dijo que eras “mundana” por usar un reloj o un anillo, descansa en esto: tu identidad no está en tu joyería, está en la sangre de Jesús derramada por ti. Y si, por otro lado, te das cuenta de que estás usando la ropa, el maquillaje o las joyas para sentirte más que otros, también es un buen momento para decir: “Señor, limpia mi corazón. Quiero que lo más hermoso en mí seas Tú, no mis adornos.”
Te invito a unirte conmigo en esta oración:
Señor Jesús, gracias porque me miras más allá de mi apariencia. Perdóname si he usado la ropa o las joyas para presumir, llamar la atención o alimentar mi orgullo. Y también sana mi corazón si he vivido bajo culpa y condenación por reglas humanas que Tú no pusiste. Enséñame a vestirme y a arreglarme con modestia, con sencillez y con libertad, honrándote en todo. Que lo más hermoso en mi vida sea un espíritu humilde, lleno de amor y de servicio. Dame sabiduría para respetar las convicciones de otros sin juzgarlos, y para vivir guiado por tu Espíritu, no por la presión religiosa ni por la moda del mundo. En el nombre de Jesús, amén.
En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.




