En muchas iglesias evangélicas, el púlpito es considerado un lugar sagrado donde se proclama la Palabra de Dios y se enseñan principios bíblicos para la vida cristiana. Sin embargo, en tiempos de elecciones y crisis sociales, surge la pregunta: ¿Es correcto que los pastores hablen de su preferencia política desde el púlpito? Para responder, debemos examinar lo que la Biblia dice sobre el papel del pastor, la misión de la iglesia y la relación entre la fe y la política.
1. El papel del pastor según la Biblia
La Escritura describe a los pastores como guías espirituales llamados a enseñar, exhortar y cuidar del rebaño de Dios. En 2 Timoteo 4:2, Pablo exhorta a Timoteo:
“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”
El llamado del pastor es predicar la Palabra de Dios, no su opinión personal. Su autoridad proviene de la Biblia, no de su postura política. Jesús mismo enseñó:
“Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36).
Esto significa que la Iglesia tiene un propósito mayor que cualquier agenda política: proclamar el Evangelio y hacer discípulos (Mateo 28:19-20).
2. La Iglesia y la política: ¿una mezcla peligrosa?
La política afecta la vida diaria, pero cuando se introduce en el púlpito, pueden surgir divisiones dentro de la congregación. En 1 Corintios 1:10, Pablo advierte sobre la unidad en la Iglesia:
“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.”
Cuando un pastor expresa su preferencia política en el púlpito, corre el riesgo de dividir la iglesia en lugar de edificarla. La congregación está compuesta por personas con diferentes experiencias, contextos y opiniones políticas. Si la predicación se centra en apoyar a un partido o candidato en particular, puede generar conflictos y alejar a quienes piensan diferente.
3. El ejemplo de Jesús y los apóstoles
Jesús vivió en una época de opresión política bajo el Imperio Romano, pero nunca usó el púlpito para promover un movimiento político. En lugar de eso, predicó sobre el Reino de Dios, llamando a la transformación del corazón antes que al cambio de gobiernos.
Cuando le preguntaron sobre pagar impuestos al César, Jesús respondió sabiamente:
“Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
Los apóstoles siguieron este ejemplo. Aunque denunciaban la injusticia y llamaban a vivir en santidad, nunca usaron sus cartas para promover líderes políticos. En Hechos 5:29, Pedro y los demás apóstoles afirmaron:
“Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.”
Esto nos muestra que la misión de la Iglesia no es apoyar a un partido político, sino proclamar la verdad de Dios y transformar vidas con el Evangelio.
4. ¿Debe la Iglesia ignorar la política por completo?
Aunque el púlpito no es el lugar para promover preferencias políticas personales, la Iglesia sí debe hablar sobre temas que afectan la sociedad desde una perspectiva bíblica. Por ejemplo, la Biblia condena la injusticia, la corrupción, la opresión de los pobres y la inmoralidad.
Proverbios 31:8-9 dice:
“Abre tu boca por el mudo, en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso.”
La Iglesia debe enseñar a los creyentes cómo aplicar principios bíblicos al votar y participar en la sociedad, pero sin imponer una ideología política específica.
Conclusión: La Iglesia debe ser luz, no un campo de batalla política
La Biblia nos muestra que el púlpito es para predicar el Evangelio, no para hacer campaña política. Un pastor tiene la responsabilidad de guiar espiritualmente a su congregación, no dividirla con opiniones personales sobre política.
Sin embargo, la Iglesia no debe ser indiferente a los problemas del mundo. En lugar de promover partidos o candidatos, los pastores deben enseñar valores bíblicos para que los creyentes tomen decisiones informadas y alineadas con su fe.
Como cristianos, nuestra esperanza no está en los gobernantes de este mundo, sino en Cristo, quien tiene el gobierno sobre todas las cosas (Isaías 9:6).
En resumen: La Iglesia debe ser sal y luz en el mundo, pero sin convertirse en un partido político.