A veces me sorprende lo rápido que, dentro de una iglesia, podemos perder nuestra propia voz sin darnos cuenta. No porque alguien nos obligue, sino porque en el ambiente cristiano hay una especie de costumbre silenciosa: “No cuestiones”, “No preguntes”, “No incomodes”, “Confía en el liderazgo”. Y claro, todos queremos respetar a los pastores, honrarlos, cuidarlos, orar por ellos. Pero en esa misma buena intención, a veces se nos olvida algo esencial que Dios nos dio: la capacidad de pensar, discernir y examinarlo todo a la luz de Su Palabra.
Recuerdo una ocasión en la que una señora mayor me dijo algo que me quedó grabado. Estábamos después del servicio, platicando afuera del templo, y ella me dijo con toda sinceridad: “Mijo, yo no digo nada porque uno no es quién para cuestionar al pastor… él está más cerquita de Dios”. Yo me quedé pensando en ese comentario varios días. Me dolió, porque entendí que para ella, su voz no tenía valor, su criterio no contaba, y su fe pasaba por la aprobación de un hombre. Y aunque lo dijo con respeto, escondía atrás una idea peligrosa: que la autoridad espiritual de alguien es tan elevada que ya no se le puede revisar, corregir o cuestionar.
El problema de eso es que, cuando dejamos de pensar por nosotros mismos, dejamos de ser discípulos y nos convertimos en seguidores ciegos. Y un seguidor ciego es presa fácil de cualquier cosa: de ideas políticas disfrazadas de Biblia, de doctrinas torcidas, de abusos de autoridad, de manipulaciones emocionales y hasta de comportamientos inmorales que la gente teme denunciar “para no tocar al ungido”.
Y ese es el punto central de este mensaje: la fe no anula tu mente; la despierta. Creer en Cristo no significa apagar tu criterio, sino encenderlo con la verdad.
En muchas iglesias pasa esto más de lo que queremos admitir. Hay líderes que mezclan su fe con sus preferencias políticas y arrastran a toda la congregación detrás de un partido “en nombre de Dios”. Hay líderes que sueltan opiniones personales como si fueran mandamientos. Hay líderes que se envuelven tanto en su propia figura que creen que cuestionarlos es igual a cuestionar a Dios. Hay líderes que se meten en temas que no les corresponden. Y peor aún: hay líderes que viven en pecado, ocultando relaciones indebidas, manipulación, malos tratos o favoritismos, y la iglesia calla porque “no hay que hablar mal del pastor”.
Pero ¿qué dice la Biblia?
¿Acaso el Señor nos pidió obedecer ciegamente a cualquier persona que tenga un micrófono, un púlpito o un título espiritual?
¿Acaso la Palabra nos pide apagar el discernimiento?
Cuando el apóstol Pablo enseñaba, los cristianos de Berea no lo siguieron ciegamente. La Biblia dice que “examinaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”. Pablo. El gran Pablo. El apóstol más influyente del Nuevo Testamento. Y aun así ellos lo cuestionaban, lo analizaban, lo revisaban con la Biblia en la mano. Y lejos de molestarse, Pablo los elogió. Imagínate eso: un líder espiritual celebrando que la gente piense por sí misma.
Eso hoy se vería así:
Un pastor predica, y la iglesia toma su Biblia, lee, analiza, estudia, pregunta, compara, considera… y si algo no cuadra, lo expresa con respeto. No con rebeldía, no con orgullo, no para destruir, sino porque el centro de la iglesia no es el pastor, es Cristo.
He visto iglesias donde los miembros creen que hablar es falta de respeto. Que preguntar es falta de fe. Que cuestionar es ser “problemático”. Y tristemente, ese ambiente produce creyentes temerosos, callados, obedientes a los hombres, pero no necesariamente obedientes a Dios.
Y la verdad es esta:
Dios nunca te pidió que apagues tu criterio espiritual.
Él te dio Su Palabra para que la uses.
Él te dio discernimiento para que lo ejercites.
Él te dio el Espíritu Santo para que te guíe, no para que alguien más piense por ti.
La Biblia está llena de advertencias sobre líderes falsos, lobos vestidos de oveja, maestros que tuercen la verdad, pastores que se alimentan a sí mismos en lugar de cuidar al rebaño. ¿Por qué crees que Dios puso tantas advertencias? Porque sabía que el peligro mayor no es cuando los líderes se desvían, sino cuando el pueblo deja de pensar.
Cuando una iglesia deja de pensar, los abusos se normalizan.
Cuando una iglesia deja de pensar, la política se mete disfrazada de doctrina.
Cuando una iglesia deja de pensar, los jóvenes se alejan porque sienten que no pueden opinar.
Cuando una iglesia deja de pensar, las víctimas callan y los abusadores prosperan.
Cuando una iglesia deja de pensar, Cristo deja de ser el centro y comienza a reinar la opinión del hombre.
Y lo triste es que muchos cristianos aceptan cosas que en su conciencia saben que están mal, pero se justifican diciendo: “Pues así dice el pastor”, “Pues él sabrá”, “No me quiero meter en problemas”, “Él tiene más años en el evangelio”.
Pero el evangelio no es por antigüedad.
El evangelio es por obediencia.
Y tú le obedeces a Dios primero, no a los hombres.
¿Significa esto que debemos ser groseros, rebeldes, divisores? No, para nada. La Biblia nos llama a honrar, respetar, orar y valorar a nuestros líderes. Pero honrar no significa idolatrar. Respetar no significa callar lo incorrecto. Y obedecer no significa apagar lo que Dios ya encendió dentro de ti.
He escuchado historias duras. Jóvenes que fueron silenciados porque cuestionaron una conducta inapropiada. Mujeres que fueron tratadas como exageradas cuando denunciaron un abuso. Miembros que fueron etiquetados como “rebeldes” por pedir transparencia. Congregaciones divididas por política. Iglesias enteras que cambiaron el mensaje de la cruz por el mensaje de un partido. Personas que sabían que algo andaba mal… pero nadie dijo nada.
Y al final, ¿quién perdió?
La iglesia.
La fe.
El testimonio.
La verdad.
Cuando Jesús caminaba con sus discípulos, ellos no tenían miedo de preguntarle. Le preguntaban de todo: lo que no entendían, lo que les confundía, lo que les preocupaba. Y Jesús respondía, aclaraba, enseñaba, corregía… sin avergonzarlos ni humillarlos. Eso es liderazgo espiritual verdadero: un liderazgo que permite el diálogo, que no se siente amenazado por las preguntas, que no usa la autoridad para silenciar, sino para servir.
Por eso este mensaje es para ti, para todos nosotros:
Tu fe no es menor que la de tu pastor.
Tu voz no vale menos que la del líder de alabanza.
Tu opinión no es menos importante que la de un anciano de la iglesia.
Dios también te habla a ti. Dios también te guía a ti. Dios también te usa a ti.
La iglesia no es un lugar para obediencia ciega, sino para discernimiento maduro.
No es un lugar para idolatrar a líderes, sino para seguir a Cristo.
No es un lugar para temer, sino para crecer.
Y si ves algo mal, dilo.
Si ves algo torcido, exprésalo.
Si ves algo que no cuadra con la Biblia, pregúntalo.
Si ves abuso, denuncia.
Si ves manipulación, alza la voz.
Si ves política disfrazada de evangelio, aléjate.
Si ves inmoralidad, no la normalices.
Tu conciencia también es templo del Espíritu Santo.
Tu pensamiento también es obra de Dios.
Tu discernimiento también es un regalo del cielo.
Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión…
Seguir a Cristo nunca fue un llamado a apagar tu mente, sino a renovarla. Él no quiere seguidores ciegos, quiere hijos conscientes. No quiere multitudes manipuladas, quiere discípulos firmes. Si alguna vez sentiste miedo de hablar, recuerda que Dios no te dio un espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio. Y ese poder también incluye el valor de levantar la voz cuando algo no está bien. No te avergüences de pensar, no te avergüences de discernir, no te avergüences de buscar la verdad. Cristo nunca te pediría que entregues tu conciencia a un hombre; Él te pide que la entregues solo a Él.
Te invito a unirte conmigo en esta oración…
Señor Jesús, despierta en nosotros un espíritu de discernimiento sano y humilde. Ayúdanos a amar a nuestros líderes, pero a seguirte solo a Ti. Danos sabiduría para hablar cuando debamos hablar y valor para denunciar lo que no honra tu nombre. Guarda nuestras iglesias del abuso, de la manipulación y del engaño. Mantén nuestros ojos en Ti, nuestra mente en tu Palabra y nuestro corazón dispuesto a obedecer tu voz por encima de todo. Amén.
En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.




