martes, noviembre 25, 2025

Eclesiastés: cuando la vida se siente vacía y Dios nos enseña a respirar de nuevo.



Este libro de Eclesiastés es más profundo de lo que parece. Te invito a escucharlo con calma hasta el final. A veces uno llega a ciertas etapas de la vida donde, sin querer, empieza a hacerse preguntas que antes no hacía. Preguntas incómodas, profundas, casi existenciales. ¿Por qué trabajo tanto? ¿Para qué corro si todo vuelve a empezar mañana? ¿Por qué, si tengo cosas que antes deseaba, sigo sintiendo que me falta algo? Y más fuerte todavía: ¿por qué la vida a veces se siente tan pesada, tan injusta, tan repetitiva?

La verdad es que muchos pasamos por esos momentos. Y aunque uno ama a Dios, ora, trabaja y pelea la buena batalla, hay temporadas en las que el alma se queda callada, como tratando de encontrar sentido en medio del ruido. Y justo ahí es cuando Eclesiastés deja de ser un libro extraño del Antiguo Testamento… y se convierte en un espejo.

Este libro no te habla desde un púlpito ni desde un ideal. Habla desde la vida real. Habla desde el cansancio, desde lo que se siente cuando lo tienes todo —éxito, dinero, sabiduría, fiestas, fama— y aun así dentro de ti hay un hueco que nada llena. Habla desde el dolor de ver injusticias que no deberían pasar, desde la frustración de ver a gente mala prosperar y gente buena luchar. Habla desde el desgaste de ver cómo el tiempo lo cambia todo sin pedir permiso. Habla de esa sensación tan humana de decir: “¿De qué sirve todo esto?”

Y sin embargo, Eclesiastés no se queda ahí. Empieza con esos golpes de realidad, pero termina llevándote de la mano hacia una verdad más profunda: si Dios no está en el centro, nada tiene sentido; pero si Él está, la vida, con todo y sus dolores, se convierte en algo valioso, digno de ser disfrutado y vivido con propósito.

El que escribe —a quien muchos consideran el rey Salomón— pasa por todas las etapas que cualquier ser humano conoce. Busca sentido en el trabajo, en la inteligencia, en los lujos, en el placer, en la fama. Lo prueba todo. Lo analiza todo. Nada lo deja satisfecho. Pero esa frustración que él siente no es un final: es un puente. Porque mientras va descubriendo lo frágil que es la vida “bajo el sol”, va entendiendo que solo Dios puede darle dirección al corazón.

Es interesante que el libro diga que hay un tiempo para todo. Y uno lo sabe, pero a veces se le olvida. Tiempo de reír, tiempo de llorar, tiempo de nacer, tiempo de morir, tiempo de abrazar, tiempo de soltar. Y uno aprende que parte del sufrimiento humano viene de querer controlar temporadas que no nos pertenecen, o de exigir que la vida nos trate como creemos que merecemos. Pero Eclesiastés enseña algo que a mí me pegó fuerte: si todo cambia, si nada es seguro, si el tiempo se mueve sin parar… entonces lo único firme es Dios. Y ahí empieza la paz.

Algo que también golpea es que el libro te recuerda, varias veces, que el dinero no llena el corazón. Claro, uno trabaja y lucha por su familia. Pero Eclesiastés dice la verdad que nadie quiere aceptar: quien ama el dinero siempre quiere más; quien busca seguridad en las riquezas siempre vivirá inquieto. No importa cuánto tengas, si el alma está vacía, todo se vuelve insuficiente. Y si algo caracteriza a nuestra generación es ese vacío silencioso que la gente esconde detrás de fotos bonitas, carros nuevos, ropa de marca y vidas que parecen perfectas. Eclesiastés lo rompe todo y te dice: “eso también es vanidad”.

Pero el libro no se queda criticando la vida. También te enseña a disfrutarla. Y eso sorprende. Porque uno esperaría un libro triste, y de repente dice que disfrutar la comida, el trabajo, la familia, los días normales… también es un regalo que viene de Dios. Que la alegría no viene de tener más, sino de aprender a ser agradecido con lo que ya tienes. Que la verdadera riqueza no es acumular, sino tener paz en el corazón y gozo en las cosas pequeñas.

Otra parte poderosa es cuando habla de la soledad. “Mejor son dos que uno”, dice. Y no se refiere solo a relaciones románticas. Se refiere a la vida. A esos momentos donde uno cae y necesita que alguien lo levante, donde uno se siente solo y un abrazo te salva sin decir nada. Eclesiastés reconoce que la vida a veces es dura, pero también muestra que Dios nos dio personas para caminar juntos. Y cuando uno ha pasado por pérdidas, por noches de preocupación, por temporadas donde no sabes ni cómo orar, uno entiende ese verso de una manera distinta.

También habla de la muerte. Y lejos de ser algo oscuro, lo presenta como un recordatorio de lo frágiles que somos. No para vivir con miedo, sino para vivir con propósito. Para no desperdiciar los días en cosas que no importan. Para no llegar al final de la vida y darnos cuenta de que corrimos tras cosas que no nos llenaron.

El libro también nos confronta con algo incómodo: hay injusticias que no se van a resolver como uno quiere. Hay personas que hacen el mal y aun así parecen avanzar. Hay momentos donde Dios guarda silencio. Hay preguntas que no tendrán respuestas inmediatas. Y eso, aunque duela, también es parte de la fe. Porque Eclesiastés no presenta a Dios como alguien que cumple caprichos, sino como alguien que gobierna el mundo por encima de nuestra comprensión. Y ahí uno aprende a confiar, incluso cuando no entiende.

Al final, el autor llega a una conclusión que resume toda la experiencia humana: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.” (Eclesiastés 12:13)

En otras palabras: vive con respeto por Dios, camina con Él, mantén tu corazón alineado a su voluntad. No te pierdas en las cosas pasajeras. No pongas tu identidad en lo que tienes, en lo que haces, en cómo te ven. Todo eso pasa. Dios permanece. Y cuando Él es el centro, incluso los días simples se vuelven hermosos.

Eclesiastés no te promete que la vida será fácil. Te promete algo mejor: que si Dios está contigo, incluso lo que parece vacío se puede convertir en aprendizaje. Incluso lo doloroso puede transformarse en fortaleza. Incluso lo confuso puede terminar guiándote a una fe más madura.

Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión…
Quizá hoy estés preguntándote para qué sirve todo lo que haces. O por qué la vida se siente tan repetitiva. O por qué las cosas no se acomodan como quisieras. Tal vez estás cansado emocionalmente, como el autor de Eclesiastés, buscando sentido en medio de tantas responsabilidades. Y quiero que recuerdes esto: Dios no te abandona en las temporadas vacías. A veces usa ese vacío para mostrarte que hay un propósito más profundo que no depende del éxito, de la gente o de las circunstancias. A veces te lleva al final de tus fuerzas para que descubras que sus brazos son suficientes. Aprende a disfrutar lo sencillo, a agradecer lo que tienes hoy, a caminar sin prisa y a confiar aunque no entiendas. Dios sigue al mando, incluso cuando el corazón se siente perdido.

Te invito a unirte conmigo en esta oración…
Señor, aquí estoy con todo lo que soy: mis dudas, mis cargas, mis preguntas y también mis ganas de seguir adelante. Ayúdame a encontrar en ti el sentido que el mundo no puede darme. Enséñame a vivir cada día con gratitud, con paz, con propósito. Guíame cuando no entienda, sosténme cuando me canse y muéstrame cómo disfrutar la vida que me has dado. Te necesito, Padre. Hoy pongo mi corazón en tus manos. Amén.

En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.

También te puede interesar:

COMENTARIOS EN FACEBOOK

COMENTARIOS EN SOMOSCRISTIANOS