En Somoscristianos.org conectamos corazones con Cristo.
Desde niños hemos escuchado que Dios es amor y que su misericordia no tiene límites. Y es verdad. Pero también es cierto que la Biblia habla de dos pecados que Dios no perdona. Esto sorprende a muchos creyentes, porque no encaja con la imagen de un Dios compasivo que siempre da segundas oportunidades. Sin embargo, entender esto no nos aleja del amor de Dios; al contrario, nos ayuda a tomar con más seriedad la santidad, el arrepentimiento y el respeto por el Espíritu Santo.
Una verdad incómoda pero necesaria.
Hace algunos años, un amigo cercano me dijo: “Yo no creo que exista algo que Dios no perdone. Él perdonó a David, que fue adúltero y asesino; a Pedro, que lo negó; y hasta a Saulo, que persiguió a la iglesia.”
Su argumento tenía sentido… hasta que le mostré lo que dijo Jesús mismo en Mateo 12:31-32:
“Por tanto, os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.”
Jesús no hablaba en metáforas. Hablaba con claridad. Hay algo tan serio, tan grave, que rompe completamente la posibilidad del perdón. Y ese algo está ligado a rechazar al Espíritu Santo.
Pero hay otro pecado más del que la Biblia también dice que no tiene perdón: morir sin arrepentirse, rechazando el sacrificio de Cristo. Vamos a analizar los dos con calma, con corazón abierto y buscando entender qué nos quiere enseñar el Señor.
Primer pecado: blasfemar contra el Espíritu Santo.
Para entender este pecado, primero hay que comprender qué significa “blasfemar”.
Blasfemar es hablar con desprecio o burla de algo sagrado, especialmente de Dios o de su obra. En el contexto del Evangelio, los fariseos acusaban a Jesús de expulsar demonios por el poder de Satanás, y no por el Espíritu Santo. Estaban viendo milagros frente a sus ojos y, aun así, atribuyeron al diablo lo que hacía el Espíritu de Dios.
En otras palabras, estaban viendo la verdad y llamándola mentira, presenciando la luz y llamándola oscuridad. Esa actitud no era una simple duda, sino una rebelión consciente contra la verdad revelada.
Blasfemar contra el Espíritu Santo no es un tropiezo momentáneo, ni una palabra dicha en un momento de ira. Es una decisión persistente y deliberada de rechazar al Espíritu que convence de pecado, justicia y juicio. Es cerrar el corazón de manera definitiva a la gracia.
Juan 16:8 dice:
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.”
El Espíritu Santo es quien nos muestra la necesidad de Cristo. Si una persona apaga completamente esa voz, si endurece su corazón hasta el punto de llamar “maldad” a la obra del Espíritu, entonces ya no hay nada más que pueda guiarlo al arrepentimiento. Por eso no hay perdón: no porque Dios no quiera perdonar, sino porque la persona no quiere ser perdonada.
Segundo pecado: morir sin arrepentimiento.
El otro pecado que la Biblia presenta como imperdonable es morir sin aceptar el perdón de Cristo.
Muchos piensan que basta con ser “buena persona” o “tener fe en Dios” para ir al cielo. Pero Jesús fue muy claro:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” (Juan 14:6)
Rechazar a Jesús es rechazar el único medio de salvación que Dios ha provisto. No hay plan B. No existe otro nombre, otra religión, otro mérito personal que nos justifique delante del Padre.
Hechos 4:12 lo reafirma:
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Cuando una persona muere sin arrepentirse y sin aceptar a Cristo como su Salvador, ya no hay oportunidad de redención. No hay purgatorio, no hay segunda oportunidad. Hebreos 9:27 dice:
“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.”
Este es un tema duro, pero necesario. Muchos posponen su decisión, piensan que tendrán tiempo después para reconciliarse con Dios. Pero nadie tiene garantizado el “después”. El enemigo usa la ilusión del tiempo para mantener a la gente dormida espiritualmente.
Dios quiere perdonar, pero no puede forzarte a aceptarlo.
Aquí es donde comprendemos el corazón de Dios. Él no quiere condenar a nadie.
2 Pedro 3:9 dice:
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”
El problema no es la falta de amor de Dios, sino la resistencia del ser humano.
El perdón está disponible para todos: para el asesino, el ladrón, el adúltero, el mentiroso… incluso para quien lo negó o se alejó. Pero no puede perdonar a quien no quiere recibir el perdón, ni a quien se burla deliberadamente de la obra del Espíritu Santo.
Imagina que alguien está ahogándose y tú le lanzas un salvavidas. Lo tiras una y otra vez, y la persona simplemente no quiere agarrarlo porque dice que no lo necesita o que es falso.
Dios hace lo mismo: nos lanza su gracia todos los días, pero algunos no la toman. No porque Dios no quiera salvarlos, sino porque ellos deciden morir aferrados a su orgullo.
Un ejemplo real de endurecimiento del corazón.
Conocí una vez a un hombre que había crecido en la iglesia. De joven, servía, cantaba, y hasta predicaba. Pero con los años, se llenó de resentimiento contra Dios por cosas que no entendía. Decía: “Si Dios fuera real, no permitiría tanto dolor.”
Cuando le hablaban del Espíritu Santo, se burlaba, diciendo que era “puro teatro”. Decía que los que hablaban en lenguas estaban “poseídos”. Y poco a poco su corazón se cerró completamente.
Años después, en su lecho de muerte, cuando su familia le rogó que se reconciliara con Dios, su respuesta fue: “Ya no creo en eso.”
Murió con una sonrisa cínica y los labios apretados.
No puedo juzgar su destino, solo Dios conoce el corazón. Pero aquel momento me marcó para siempre. Me hizo entender que uno puede acostumbrarse tanto a resistir al Espíritu Santo que ya ni siquiera siente su voz.
Cómo evitar caer en estos pecados.
- Mantén un corazón sensible al Espíritu Santo.
No ignores sus advertencias. Si sientes convicción de pecado, arrepiéntete rápido. No apagues la voz del Espíritu.
1 Tesalonicenses 5:19 dice:
“No apaguéis al Espíritu.” - Rechaza la soberbia espiritual.
Los fariseos blasfemaron porque creían saber más que Dios. No permitas que el orgullo te lleve a dudar de lo que Dios hace o de cómo obra. La humildad abre el corazón; la soberbia lo cierra. - Vive en arrepentimiento constante.
No se trata de sentir culpa, sino de reconocer que cada día necesitamos la gracia de Dios.
1 Juan 1:9:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” - Aférrate a Cristo cada día.
No dejes para mañana tu relación con Dios. Nadie sabe el día ni la hora. Vivir en Cristo no es religión, es seguridad eterna.
La misericordia sigue abierta… mientras hay vida.
Si estás leyendo esto y sientes temor o inquietud, no es porque hayas cometido un pecado imperdonable. Al contrario, el hecho de que aún sientas convicción demuestra que el Espíritu Santo todavía está obrando en ti.
El verdadero peligro está cuando ya no sentimos nada, cuando el corazón se enfría al punto de no querer ni siquiera escuchar la Palabra.
Dios no busca castigarte; busca despertarte.
Él te está llamando hoy para que vivas bajo su perdón y su gracia. No importa lo que hayas hecho, mientras haya vida, hay oportunidad.
El ladrón en la cruz se salvó en sus últimos minutos porque reconoció a Cristo y se arrepintió.
Lucas 23:42-43:
“Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.”
Reflexión final.
Los dos pecados que Dios no perdona no se tratan de errores humanos comunes, sino de una decisión espiritual consciente de rechazar la verdad.
Blasfemar contra el Espíritu Santo y morir sin arrepentimiento son, en esencia, lo mismo: cerrar la puerta al único que puede salvarnos.
No vivas con miedo, vive con propósito. No te enfoques en lo que Dios no perdona, sino en todo lo que sí ha perdonado en ti.
Si hoy sientes que te has alejado, que has sido indiferente o que tu corazón se ha endurecido, no esperes más. Habla con Dios, pídele que te devuelva la sensibilidad de su Espíritu, y dile que aceptas nuevamente su gracia.
Isaías 55:6-7 dice:
“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia; y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.”
Mientras tengas vida, hay esperanza. Mientras el Espíritu Santo te hable, hay oportunidad. No lo apagues, no lo ignores. Su voz es tu salvación.
Oración.
Señor, gracias porque tu misericordia me alcanza cada día.
No quiero endurecer mi corazón ni ignorar tu voz.
Perdóname por las veces que he resistido tu Espíritu Santo.
Límpiame, renuévame, y enséñame a vivir sensible a tu presencia.
Hoy te entrego mi vida y acepto tu perdón.
En el nombre de Jesús. Amén.




