Vivimos en una época en la que las palabras “defensa de la vida” se han reducido muchas veces a un solo tema. Pero la verdad del Evangelio nos recuerda algo mucho más amplio y desafiante: ser provida es abrazar toda vida humana, sin condiciones y sin excepciones.
Las palabras recientes del Papa León XVI han despertado un eco en todo el mundo: “No se puede estar en contra del aborto y, al mismo tiempo, aceptar el maltrato inhumano a los inmigrantes o defender la pena de muerte.”
Esa afirmación incomoda, porque nos confronta con una realidad que a veces preferimos ignorar: la vida no puede defenderse a medias. No se trata solo del vientre materno, sino también del forastero que cruza fronteras con hambre y miedo; no se trata solo de impedir una injusticia antes de nacer, sino también de no avalar la injusticia que aplasta al débil, al pobre o al condenado.
Jesús nos dio el ejemplo supremo: no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo (Juan 3:17). Frente a la mujer sorprendida en adulterio, no la apedreó, sino que la levantó con misericordia (Juan 8:11). En la cruz, no clamó venganza, sino perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
¿Cómo podemos entonces decir que seguimos al Maestro si limitamos nuestro amor y nuestra defensa de la vida a los que nos parecen “dignos”? El Evangelio es radical porque nos obliga a ver a Cristo en cada rostro:
- En el niño que aún no ha nacido.
- En la madre soltera que lucha para sobrevivir.
- En el inmigrante que cruza desiertos buscando pan y refugio.
- En el preso que carga con sus culpas, pero que aún puede ser transformado por la gracia.
- En el enfermo que sufre y necesita dignidad hasta su último aliento.
El apóstol Santiago lo dijo con fuerza: “La fe, si no tiene obras, está muerta” (Santiago 2:17). Ser provida no puede ser solo una postura intelectual o política. Es un llamado a actuar, a defender, a consolar, a levantar, a sanar, a interceder.
En tiempos donde el odio, la indiferencia y el nacionalismo frío parecen levantar muros más altos que nunca, el Reino de Dios nos invita a levantar puentes. Ser cristiano es ponerse del lado de la vida, siempre, y en todo lugar.
La verdadera espiritualidad no se mide por nuestros discursos ni por nuestras posturas en redes sociales, sino por cuánto reflejamos el amor de Cristo en acciones concretas. El Señor no nos preguntará solo si defendimos al niño por nacer, sino también si dimos de comer al hambriento, si vestimos al desnudo y si recibimos al forastero (Mateo 25:35-36).
Reflexión:
Ser provida es más que un movimiento: es vivir el corazón de Cristo. No se trata de elegir qué vida defendemos y cuál no. Se trata de amar como Él amó, hasta el extremo, incluso a quienes el mundo desprecia. Ese es el reto de la Iglesia hoy. Ese es nuestro testimonio al mundo.




