Andrés tenía 26 años y una vida marcada por el caos. Creció en un hogar donde la violencia y la desesperanza eran la norma. Desde los 14 años, comenzó a experimentar con drogas para escapar del vacío que sentía en su corazón. Lo que comenzó como una curiosidad adolescente rápidamente se convirtió en una adicción que lo llevó a perder todo: su familia, sus amigos, su trabajo y su dignidad.
Las noches de fiesta se convirtieron en madrugadas de desesperación. Andrés robó, mintió y traicionó a quienes más lo amaban para conseguir su siguiente dosis. Su vida era un ciclo de sufrimiento y autodestrucción. En más de una ocasión, pensó en acabar con todo. Se sentía solo, sin esperanza y sin futuro.
Una noche, después de haber pasado días en la calle, sin comer y completamente drogado, Andrés terminó en la puerta de una iglesia. No sabía cómo llegó allí, pero dentro se escuchaban cantos y palabras de vida. Un grupo de jóvenes lo vio y, en lugar de rechazarlo, lo invitaron a pasar. No entendía por qué alguien querría ayudarlo sin esperar nada a cambio.
Esa noche, el pastor habló sobre el amor incondicional de Jesús, sobre cómo Él vino a sanar a los quebrantados de corazón y a liberar a los cautivos. Las palabras perforaron su alma. Andrés cayó de rodillas y, con lágrimas en los ojos, clamó por ayuda.
“Señor, si realmente existes, si de verdad puedes cambiar mi vida, hazlo ahora, porque no quiero seguir así”, susurró con el poco aliento que le quedaba.
Dios respondió.
Desde ese momento, su vida tomó un giro inesperado. Los hermanos de la iglesia lo acogieron, lo ayudaron a ingresar a un centro de rehabilitación cristiano y lo rodearon con amor y oración. Fue un proceso difícil, lleno de luchas internas, pero cada día veía la mano de Dios obrando en él.
Los días de desesperación fueron transformándose en días de esperanza. Aprendió a orar, a leer la Palabra y a depender de Dios en todo momento. Sintió cómo el Señor le quitaba el deseo de consumir drogas y le daba una paz que nunca antes había experimentado.
Hoy, Andrés es un hombre completamente diferente. Ha reconstruido su relación con su familia, trabaja ayudando a jóvenes en situación de riesgo y predica sobre el poder transformador de Cristo. Lo que el mundo veía como un caso perdido, Dios lo convirtió en un testimonio de Su gloria.
Si tú, que lees esto, sientes que no hay salida, quiero decirte que sí la hay. Jesús te ama y está esperando que le abras tu corazón. No importa cuán profundo hayas caído, Su amor es más grande. Él puede restaurar lo que el enemigo ha destruido.
Solo necesitas dar un paso de fe, tal como lo hizo Andrés.
“Si el Hijo los hace libres, serán verdaderamente libres.” – Juan 8:36
Hoy es el día de tu liberación. No esperes más.