viernes, mayo 16, 2025
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Cuando el pasado de quien amas te hiere el alma

Así comienza esta historia de mi matrimonio.

He estado casado durante 25 años con una mujer maravillosa. Buena madre, compañera fiel, amiga en las batallas de la vida. Juntos hemos levantado un hogar, criado tres hijos y sostenido una familia que —desde afuera— parece fuerte y bendecida. Y lo es. Pero también somos humanos. Siempre existe un “pero”, y en esta historia no fue la excepción. Hay algo que me ha dolido en lo más profundo.

Una sombra que no proviene de una infidelidad ni de una traición presente… sino de una historia que no viví, pero que muchas noches no me deja dormir: el pasado de mi esposa. Sí, el pasado. Ese tiempo que quisiéramos borrar pero no podemos, y que es como un aguijón clavado en el alma que cargamos constantemente… hasta que se revela.

Cuando comencé a salir con mi esposa, aproximadamente en septiembre de 1999, me dijo que había terminado una relación corta con otra persona. Me contó que había estado con él unos seis meses, y que en ocasiones se ausentaba por semanas o incluso meses debido a su “trabajo”. Pensé: “Es muy poco tiempo, realmente ella no está tan usada o jugada como decimos los hombres”. Me dijo la verdad a medias, minimizó a qué se dedicaba él. Pero no me importó, porque no vi nada malo; ella me gustaba, y eso no iba a impedir que tratara de conquistarla y, por qué no, hacerla mi esposa. Desde el principio la tomé en serio. Yo ya tenía 31 años cuando la conocí, y sentía que ya era hora de formar una familia.

Imigramos a los Estados Unidos.

Somos de países diferentes, pero vinimos a Estados Unidos buscando lo mismo: una oportunidad. Ella me contó que en su país vivía con su familia, y que, aunque no tenía lujos, contaba con lo necesario para vivir con dignidad. Me dijo que sus tías eran estrictas, que allí no se hacía lo que ella quisiera. Su papá nunca vivió con ella, aunque su madre sí.

Su hermana, sus hermanos y algunos otros familiares ya vivían en Estados Unidos, y ella quería venir para estar con ellos.

Su primer intento de cruzar fue en 1994. No lo logró.

En 1997 lo intentó de nuevo. Cruzó la frontera acompañada por coyotes y fue llevada a un hotel con otros migrantes. Y fue entonces cuando lo conoció a él. Él trabajaba con los coyotes. Su tarea era encontrar un lugar donde retener a los migrantes, recordarles que sus familiares debían pagar, así como darles todo lo necesario e instrucciones para el próximo paso: pasar de Brownsville a Houston.

Así fue como se cruzaron sus caminos. Su primer encuentro. “Amor a primera vista.”

Y aunque yo nunca lo conocí, siento como si lo conociera. Como si esa sombra hubiera caminado conmigo todos estos años… metiéndose en los espacios más íntimos de mi corazón, de mi matrimonio, de mi familia, de mi paz.

No logró pasar en ese segundo intento, y después de ser detenida, pasó un mes en un centro de inmigración, en agosto de ese mismo año, 1997, fue deportada voluntariamente a su país.

Aquí comenzó la relación con el coyote.

Parecía que su historia con él había quedado atrás. Pero no fue así. Siento que ese encuentro fue más que simplemente conocerse, como ella ha intentado aclararme. No quiero ser injusto con ella, pero no lo creo. Lo que yo pienso es que a ella le gustó y se enamoró de él, como si la hubieran flechado al instante.

En septiembre de 1997, solo un mes después de haber sido deportada de Estados Unidos, él fue a buscarla. Ella tenía 22 años. Ya era adulta. Él era mayor que ella, tenía 33 años. Como una de sus tías había contratado a esa “banda de coyotes”, puedo pensar que por eso él tenía su número de teléfono… o quizás ella misma se lo dio. Ambos eran del mismo país: ella y el coyote.

Mi esposa me cuenta que él la llamaba constantemente, según para animarla a irse de nuevo a los Estados Unidos. Yo pienso que él ya estaba interesado en ella y buscaba algo más. Ella sabía perfectamente a qué se dedicaba, que era 11 años mayor que ella, y que tenía tres hijos con diferentes mujeres. Así es, todo un galán de telenovelas. Buscaba su cuarta presa.

Ella me dijo que, en una ocasión, estaba caminando por la banqueta del centro de la ciudad donde vivía, y él llegó en su carro y le ofreció llevarla a su casa. Ella accedió. Pero en lugar de llevarla a su casa, la llevó a un hotel por cuatro días, según ella en contra de su voluntad. Cuatro días. ¡Wow, qué fácil! A mí me costó más. A él solo unos días. Sí, eso pasó. Mi esposa se fue con una persona que no conocía bien… o más bien, sí sabía la clase de persona que era, y aun así se fue con él y se entrego intimamente a el, de nuevo según ella en contra de su voluntad. Aunque no lo creo del todo, ya que tuvo la oportidad de irse y no se fue.

Ella trata de justificarse diciéndome que no quería irse con él, que él la obligó… pero simplemente no le creo. Pudo alejarse de él, pudo gritar, pudo hablar con su familia… y no hizo absolutamente nada. Pudo optar por no subirse al carro. Perdónenme los que están leyendo este testimonio, no quiero parecer injusto con mi esposa, pero nadie se sube al carro de una persona que no conoce, o peor aún, sabiendo que se dedica a actividades ilegales.

No hubo un noviazgo. No hubo cartas de amor. No hubo esos pleitos de novios que hacen que la reconciliación sea vibrante. No hubo celebraciones de cumpleaños, ni regalos de rosas o detalles para demostrar su amor. Nada de esas cosas triviales. No. No y no.

A veces pienso que, en el primer encuentro que tuvieron en Brownsville, Texas, hubo algo más. Les pido perdón a todos los que están escuchando o leyendo este testimonio, pero mi esposa fue muy fácil. Tan fácil, que él no invirtió un solo centavo para tenerla. Y eso me duele tanto en el corazón… que hubiera querido no haberme enterado jamás.

Después del hotel, él la llevó a una casa de la banda de coyotes con la que trabajaba. Ella ya no regresó a su casa con su mamá y sus tías. A partir de allí, ella siguió con él.

Ella sabía lo que él hacía, de dónde obtenía el dinero. Y eso me pasa una y otra vez por la mente: ¿qué clase de persona era mi esposa? ¿Qué buscaba? ¿Pensaría en cómo sería su vida con él, sabiendo quién era? Pero decidió irse con él, echando a la borda todo lo que su familia había hecho por ella. Y eso… me cuesta entenderlo hasta el día de hoy.

Él no era un buen hombre. No fue un buen padre —tuvo tres hijos con tres mujeres diferentes y los abandonó a todos—. Mucho menos fue un buen esposo. Era un hombre que vivía del tráfico de personas, usando niños como acompañantes para lograr que entraran a Estados Unidos. Esos niños eran “rentados”.

Un mes más tarde, él organizó su tercer intento de entrada a Estados Unidos. Su banda de coyotes la llevó hasta Guatemala, en la frontera con México. Estuvo en México aproximadamente un mes, y cruzó la frontera por Brownsville, Texas. Allí la hospedaron en un hotel junto con otros inmigrantes.

Algunos días después, el coyote le dio instrucciones para pasar el segundo retén en Sarita, Texas. La cruzó haciéndola pasar por la madre de un niño menor de edad que él mismo le proporcionó. Aunque fue detenida por la CBP (Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos), la dejaron ir porque iba acompañada de un menor, debido a las políticas migratorias de ese tiempo. Tomaron sus datos, las huellas y le entregaron algunos documentos, permitiéndole continuar en un autobús desde la garita de Sarita, Texas, hasta Houston. A primera vista se puede pensar que el coyote fu muy astuto, wow logró pasarla, pero sigan leyendo porque esto es lo que le esta perjudicando para no poder arreglar su situación migratoria y peor aún pueden ponerle cargos de tráfico humano. Dios quiera y no sea así.

Cuando llegó a Houston, la recogieron en la central de autobuses personas que formaban parte de la misma banda criminal. La llevaron a un departamento donde estaban alojados otros migrantes. Allí le quitaron al niño y los documentos.

Después llegó su “coyote enamorado”, la recogió y se la llevó a Florida, y vivió con su tía. Y un mes después, el coyote también llegó a Florida. Rentó un cuarto con unas personas y se la llevó a vivir con él.

Así de fácil, querido lector. Pónganse en mis zapatos: mi esposa ya vivía con este coyote un mes después de haber llegado. Ya estaban como marido y mujer.

Viviendo ella con el coyote.

Pareciera que es una historia de amor puro a primera vista, que se vieron, se enamoraron y vivieron muy felices. Pero la historia no fue así. Las consecuencias de lo que hacemos siempre llegan, y esta no fue la excepción.

Allí comenzó su historia: viviendo juntos como esposos con un hombre que apenas unos meses atrás había conocido, y a quien ya se había entregado completamente.
Según mi esposa, él trabajaba en un hotel, pero a veces desaparecía con el pretexto de visitar a “su familia”. Era obvio que nunca dejó atrás su vida criminal. Y no, no estoy exagerando: era un criminal. Usaban niños para meter inmigrantes, sin importar cómo los obtenían ni lo que les pasara. La banda para la que trabajaba era grande y muy peligrosa. Si no pagabas el faltante de dinero, se volvían agresivos.

Pero como les dije, una historia de amor que mal comienza, mal termina. Ella dice que él comenzó a cambiar su comportamiento con ella; como ya había conseguido lo que quería, el verdadero “yo” de él salió a la luz. Comenzó a maltratarla, a golpearla, a humillarla.
Desaparecía por semanas o meses, dejándola sola, según ella cuenta. Una vez la sacó desnuda del cuarto que alquilaban, en plena noche y con frío —según ella— por negarse a tener sexo con él. La dejó fuera por un poco más de media hora. La obligó a inyectarse medicamentos para no tener hijos, porque él no quería formar una familia con ella. Para él, ella solo era una presa más de su rebaño de mujeres. Solo quería satisfacer su hambre de sexo.

Y, sin embargo, ella siguió viviendo con él. Me he preguntado un millón de veces: ¿por qué no lo dejó? ¿Por qué siguió con él a pesar del maltrato y sabiendo a lo que él se dedicaba? Tenía a su familia a solo 20 minutos de donde vivía. ¿Por qué? No puedo soportar esa pregunta. ¿Será que ella estaba profundamente enamorada de ese hombre malvado? ¿Será que le gustaba cómo le hacía el sexo? ¿Qué era?
Ella decía que era por miedo… pero no le creo. No!.

Con solo una llamada hubiera solucionado el problema. O simplemente, cuando él se iba, podía haberse ido con su hermana o sus tías que vivían cerca. Ella me miente.
Y no creo nada de lo que me dice. No siento su sinceridad. Pero hago como que le creo… porque la amo, y me duele echar a perder nuestro matrimonio.

En noviembre de 1998 se mudaron a Houston. ¿Adivinen por qué? Porque en Houston estaba el negocio del tráfico de inmigrantes, y ganaba más dinero; era más rentable.

Y ella con él. Sí, ella no dijo nada y se vino con él, alejándose de su familia. Prefirió seguir con él que con su familia. Por eso no le creo nada de lo que me dice.
En Houston, él rentó un apartamento para vivir con ella, cerca de donde vivían los demás integrantes de la banda de coyotes.

El arresto del coyote.

Y entonces ocurrió lo inevitable. El 31 de marzo de 1999, el FBI lo arrestó. Ya estaban investigando a toda la banda desde hacía meses, pero el primero en caer fue él. Fue a recoger a unos migrantes a la central de autobuses, y allí mismo lo arrestaron. Lo llevaron a la cárcel, y cuando lo interrogaron, como un cobarde traidor, delató a toda la banda para salvar su pellejo. Ni siquiera como criminal tuvo honor; ni como hombre.

Él enfrentaba hasta 45 años de cárcel, pero como parte del trato por delatar a toda la red, le ofrecieron defenderse desde fuera con una fianza. Fue clasificado como “testigo material” porque había hecho un acuerdo de colaboración —o como muchos lo llaman, “rata”— a cambio de una condena menor.

Antes de salir bajo fianza, hizo una declaración jurada ante varios agentes federales. Como aquí en Estados Unidos los antecedentes criminales son públicos, tuve la oportunidad de leer esa declaración. Y les digo la verdad: fue un cobarde, una asquerosa rata que entregó a todos dando sus nombres, teléfonos y direcciones.

Gracias a la información que le dio al FBI, el 2 de junio del 2000 arrestaron a toda la banda. Les presentaron múltiples cargos criminales. Hubo un juicio, y los declararon culpables, condenándolos a más de 50 años de prisión.

Pero él, como el cobarde que era, huyó a su país, escapando de los agentes federales. Más tarde, el coyote supuestamente fue asesinado. Nunca se supo por quién.

Aquí viene algo que me parte el corazón, y por lo cual no creo en nada de lo que ella me dice:

Mientras él estuvo en la cárcel —desde el 31 de marzo hasta el 14 de abril de 1999— mi esposa se fue a vivir con unas amigas de su país, que vivían en la misma propiedad de los apartamentos. Pero cuando él salió de la cárcel, el 14 de abril, fue a buscarla… y ella se fue a vivir con él nuevamente.

Tuvo la oportunidad de dejarlo. De escapar. De empezar de nuevo. Pero no lo hizo.
Se fue con él, sabiendo todo lo que hacía y que acababa de ser arrestado.
Este caso fue noticia nacional, se difundió en los medios de todo el país. Involucraba niños.

No, no y no. No creo nada de lo que ella me dice. Si él la maltrataba, si sabía que era un delincuente, si ya lo habían arrestado, ¿por qué volvió con él? Después de todo lo que le hizo, y aún conociendo sus delitos, siguió con él.

¡Wow! Eso sí era “amor del bueno”… ya no hay mujeres así: que las maltraten, que vivan con criminales… y aun así, como una perra fiel, sigan hasta la muerte. Perdón. Estoy enojado. Y frustrado. Y me duele profundamente. Estoy casado con ella desde hace 25 años. Tenemos tres hijos. Y todo esto nos puede afectar.

Por las noches no puedo dormir, preguntándome una y otra vez:
¿Estaba tan enamorada de un canalla como ese?
¿Quién era ella realmente?
¿Solo estoy en su vida por algún interés?
A veces pienso así. Y me duele.

Pudieron haberla arrestado también, incluso acusado como cómplice o por conspiración. La policía fue al apartamento donde vivían, pero por fortuna ella no estaba en ese momento; había ido a visitar a su hermana a otro estado.

Y aquí comienza mi historia.

En ese mismo tiempo, aproximadamente en abril de 1999, unos días después del arresto y huida del coyote, yo fuí a un bar donde mi hermano mayor era el gerente, me distraía viendo el fútbol y pasando un rato tranquilo después de trabajar. Ella comenzó a trabajar en ese bar como cajera. Allí la vi por primera vez. No sabía nada de lo que ella estaba pasando. Mi hermano me la presentó. La vi delgada, seria. No tenía la más mínima idea de lo que ella estaba viviendo, ni mucho menos que iba a ser la madre de mis tres hijos y la mujer que Dios me iba a dar como esposa.

En Mayo de 1999, un mes de haberla conocido comenzé a trabajar como encargado en lugar de mi hermano. Ella cambió de posición y ahora era mesera. Muy puntual, buena empleada, responsable y atenta con los clientes. Me comenzó a gustar y su forma de ser me agradaba. Ella aceptó salir conmigo a finales de 1999, y después me aceptó como novio. Y a partir de ese momento comenzó a construirse mi futuro con ella. No me contó mucho de su pasado, solo me dijo que había terminado una relación recientemente. Más adelante me contó un poco, pero no todo. Yo no sabía su historia. Ella lo minimizó y solo me dijo que había estado 6 meses con el.

Así estuvimos todo el año 2000 como novios, un noviazgo normal, con algunos desacuerdos, celos, etc hasta más o menos abril del 2001, cuando decidimos vivir juntos. Para mí era la primera vez que iba a vivir con una mujer. Era algo tímido. Ella era alegre, no era tímida. Me gustaba cómo era. Yo, algo celoso, y no me gustaba que tuviera tanta confianza con los hombres. En 2002 nació nuestro primer hijo. Luego vinieron dos más, en 2005 y 2008. Ella ha sido fiel, leal, dedicada. Juntos hemos construido una familia hermosa.

Agentes federales vienen a interrogar a mi esposa

Todo era felicidad con ella y mis tres hijos. Ya teníamos una casa propia. Pero, como cosas de la vida, la pesadilla comenzó en el año 2011, cuando dos agentes federales llegaron a mi casa a buscar a mi esposa.

Vinieron a interrogarla porque tenían registros que mostraban que ella había sido la esposa del coyote que huyó del país.
Yo les respondí que no, que ella era mi esposa y que nunca se había casado legalmente con nadie más. Pero ellos insistieron: habían vivido juntos casi dos años —desde septiembre de 1997 hasta el 20 de abril de 1999— y por eso, según ellos, se le consideraba legalmente su esposa. Aunque no se casaron ni por la iglesia ni por la corte, para ellos la convivencia era suficiente.

Todo esto me cayó como un balde de agua fría.

Los dejé entrar, pensando que era lo mejor. Mi esposa no tenía nada que esconder.
La interrogaron durante un poco más de media hora.
Ella les dijo que no sabía nada de él. Solo había escuchado, por medio de una señora, que lo habían asesinado en su país.

Los agentes se fueron. Afortunadamente, no le presentaron cargos.
No sé si le creyeron, o qué pusieron en el reporte. Pero como ya pasaron varios años, pienso que todo salió bien.

Las consecuencias invisibles

Para mí, todo esto fue muy difícil.
Los fantasmas del pasado de mi esposa llegaron a mi casa.
A mi puerta.
Con mis tres hijos presentes.

Vi que los agentes traían un folder con mi nombre. Era evidente que ya me habían investigado a mí también.
Y si ellos sabían de la existencia de mi esposa es porque, en el reporte de su investigación, ella figura con nombre completo y datos personales.
De una u otra forma, la están ligando al caso de los coyotes.

Y eso es muy grave…
Porque mi esposa no entró al país legalmente, y esto podría perjudicarla ya que estamos en proceso de someter documentos para arreglar su estatus migratorio.

Estado migratorio de mi esposa

Ella está actualmente amparada por el TPS (Estatus de Protección Temporal) desde marzo de 1999 hasta el día de hoy.
Yo soy ciudadano naturalizado de los Estados Unidos, y nuestros tres hijos son nacidos en este país.

Hemos consultado a varios abogados en busca de ayuda para resolver la situación migratoria de mi esposa.

La situación todavía está en proceso debido a la gravedad de su historial migratorio, ya que entró al país en tres ocasiones, y en las tres fue detenida. Sin embargo, la última entrada es la más compleja, porque involucra a un menor de edad que su expareja —el coyote— le proporcionó para facilitar su cruce.
Eso es lo que más me preocupa: que puedan vincularla a él y que le presenten cargos federales por complicidad.

Esa historia con él no solo la persigue a ella, sino que también ha alcanzado a nuestra familia, a mí y a nuestros hijos.

Todavía estamos luchando por su estatus migratorio, con la sombra de su pasado persiguiéndonos a todos.
Espero en Dios que podamos resolverlo.

La verdad de su pasado sale a la luz.

Actualmente, con el presidente Trump, las cosas con inmigración se han vuelto más difíciles.
Decidí que enfrentáramos la situación sin temor. Contratamos un abogado, quien obtuvo su historial de inmigración a través de un FOIA (Freedom of Information Act). Y fue allí donde nos dimos cuenta de que mi esposa tiene una orden de deportación por no haberse presentado a corte.

También solicitamos el historial criminal de mi esposa y del hombre con quien estuvo —su ex. Ella está limpia. Pero él, no.

Cuando lo arrestaron, él dijo que vivía con ella en la dirección que él mismo proporcionó. Esa es la única conexión legal directa que hay entre ellos: la dirección.
Pero tenemos miedo de que, al someter la moción para abrir su caso de deportación, las autoridades pregunten por esa persona y su relación con mi esposa, y concluyan que ella sabía quién era realmente y que fue cómplice de lo que hacía.

Fue en ese momento que supe toda la verdad.
La verdad que ella había minimizado durante años.
Él tenía seis cargos criminales de felonía agravada.
Usaban niños rentados.
Les pagaban a los padres para que les prestaran a sus hijos, y con esos niños, los migrantes cruzaban con más facilidad gracias a una ley que decía que todo migrante acompañado de un menor debía ser dejado entrar a Estados Unidos.

Era un negocio multimillonario. Lo raro que mi esposa dice que nunca tenía dinero, a menos que ella me este mintiendo una vez más.
Y él era un gran criminal a gran escala.
Pero ella lo había minimizado.

Me enojé mucho con ella por no haberme dicho toda la verdad. No porque tenga celos, sino porque me dolió profundamente su falta de sinceridad.

No sé si suena exagerado, pero a mí me afectó muchísimo saber toda la verdad sobre el tipo de persona con el que mi esposa estuvo involucrada, con el que entrego completamente lo mas sagrado de una mujer: su cuerpo, de donde nace la vida.
A veces lloro dormido.
No por celos.
Por heridas.
Pienso en su intimidad.
En lo que compartieron.
En todo lo que vivieron.
No quiero juzgarla.
No soy mejor que ella. Solo soy diferente.

No soporté la situación.
Caí en depresión.
Me afectó en el trabajo.
No me podía concentrar.
No quería hacer nada.
Solo dormir.

Fue así que conocí a Cristo, mi Señor y Salvador

Un día estaba solo en mi cuarto, llorando.
Me hinqué, alcé mis manos y le dije a Dios:

“Ayúdame, por favor. Ya no soporto esta situación. Todo el día estoy pensando en lo mismo sobre mi esposa. Ya no quiero vivir así… esto no es vida. Por favor, ayúdame.
Haz que no tenga odio hacia mi esposa. Haz que ya no piense más en la intimidad que ella tuvo con él.
Por favor, Dios, ¡ayúdame!
Sana mi corazón. Tenemos tres hijos y siento miedo de perderlos.
Haz que no cambie mi amor por mi esposa. Que la perdone y la siga amando igual.
Que su pasado no me afecte.”

Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.
Salmo 147:3

Cristo me encontró también.
Me enseñó a perdonar.
A amar.
A ver que ella ya no es esa mujer… y que yo tampoco soy el mismo hombre.


La situación migratoria de mi esposa sigue en el vacío.
Pero la vamos a enfrentar juntos.
Ya tenemos al abogado, y él conoce toda la historia.
Vamos a tratar de abrir el caso.
Eso… se los contaré en otra historia.


Si tú estás leyendo esto… y también luchas con el pasado de alguien que amas,
déjame decirte algo desde lo más profundo de mi alma:
Cristo también puede sanar tu corazón.

No estás solo.

Yo también estoy aquí:
Luchando.
Orando.
Sanando.

Mi historia no es perfecta.
Pero es real.

Y si Dios puede usarla para tocar otro corazón…
entonces, valió la pena contarla.

Anonimo Anonimo
Anonimo Anonimo
Esta historia ha sido compartida por un creyente que, por razones personales, ha decidido mantener su identidad en reserva. Su testimonio refleja vivencias reales que muestran el poder transformador de Dios en medio del dolor, la lucha y la redención. Aunque su nombre no se mencione, su mensaje es auténtico y nace del corazón. En SomosCristianos.org creemos que cada testimonio, anónimo o no, tiene el poder de tocar vidas y acercarnos más a la gracia de Cristo.

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