Desde los inicios de la humanidad, los filósofos, pensadores y hombres de fe se han hecho la misma pregunta: ¿para qué estamos aquí?, ¿cuál es el verdadero propósito de la vida? Esta inquietud no es solo intelectual, sino profundamente existencial. Surge en momentos de soledad, en medio de pruebas, o incluso en la plenitud de la alegría, cuando el corazón se detiene a reflexionar sobre el sentido último de nuestra existencia.
La búsqueda universal de propósito
Todo ser humano, sin importar su cultura, religión o época, lleva en lo más profundo de su ser un anhelo de trascendencia. No basta con sobrevivir, trabajar, acumular bienes o disfrutar de placeres momentáneos. Hay una voz interna que nos recuerda que la vida debe tener un propósito más grande, uno que vaya más allá de lo inmediato y lo material.
Los antiguos griegos hablaban de la “eudaimonía”, un estado de plenitud y virtud. En la filosofía oriental, el propósito de vivir se vinculaba con la armonía, la paz interior y la conexión con el todo. En la fe cristiana, la respuesta se centra en el diseño original de Dios para el ser humano: vivir en relación con Él, reflejar Su carácter y cumplir una misión en este mundo.
Propósito y sentido según la fe cristiana
La Biblia enseña que el propósito de vivir no es un misterio oculto, sino una verdad revelada. El libro de Eclesiastés expresa que todo en la vida —el trabajo, la riqueza, los placeres— es vanidad cuando se busca como fin último. El verdadero sentido, dice el sabio, es “temer a Dios y guardar sus mandamientos” (Eclesiastés 12:13).
Jesús mismo afirmó que vino para darnos “vida en abundancia” (Juan 10:10). Esto significa que el propósito de nuestra existencia no se limita a pasar por la vida, sino a vivirla con plenitud, bajo la dirección de Dios, experimentando paz, gozo y esperanza, y siendo luz para los demás.
Tres dimensiones del propósito según la Palabra de Dios:
- Amar a Dios y disfrutar de Él
Fuimos creados para tener una relación íntima con nuestro Creador. Adorarle, conocerle y experimentar Su amor es la base del propósito de vivir. - Amar al prójimo y servir
El segundo gran mandamiento nos enseña que nuestra vida cobra sentido cuando miramos más allá de nosotros mismos. Servir, ayudar y dar esperanza a otros llena la existencia de propósito eterno. - Cumplir nuestra misión en la tierra
Cada persona tiene talentos, dones y oportunidades únicas. Descubrirlos y ponerlos al servicio de Dios y de la humanidad convierte la vida en un camino con dirección.
El vacío existencial sin propósito
Muchas personas, aun alcanzando fama, éxito económico o reconocimiento, confiesan sentirse vacías. Esto demuestra que el propósito de vivir no puede sostenerse en lo efímero. El vacío existencial surge cuando intentamos responder al “para qué” con cosas pasajeras: trabajo, diversión, poder o riqueza.
Por eso, la depresión, la ansiedad y la falta de sentido crecen en sociedades materialistas. El ser humano necesita una base sólida que le dé esperanza más allá de lo visible.
El propósito y el sufrimiento
Una de las preguntas más difíciles es: ¿cómo encaja el sufrimiento en el propósito de vivir? Desde una perspectiva cristiana, el dolor no es un accidente sin sentido. Puede ser un instrumento de transformación, un camino hacia la madurez espiritual y un recordatorio de que nuestra vida en este mundo es temporal.
El apóstol Pablo escribió: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17). Es decir, aún en medio del sufrimiento, hay un propósito que Dios utiliza para moldearnos y prepararnos para la eternidad.
El propósito y la eternidad
Otro aspecto fundamental es comprender que el propósito de vivir no se limita a los años que pasamos en esta tierra. Somos seres eternos, creados no solo para el tiempo presente, sino también para la vida futura. La fe cristiana enseña que lo que hacemos aquí tiene repercusiones eternas: nuestras decisiones, actos de amor y fe tienen valor más allá de la muerte.
Conclusión
El propósito de vivir no se encuentra en acumular cosas, ni en la gloria pasajera, ni en una existencia sin rumbo. El verdadero propósito se halla en Dios, en conocerle, amarle y servirle. Cuando entendemos que fuimos creados por Él y para Él, todo cobra sentido: el trabajo, la familia, los sueños, incluso las pruebas.
Vivir con propósito es despertar cada día sabiendo que nuestra vida no es un accidente, sino parte de un plan eterno. Es reconocer que en Cristo hallamos el sentido que el mundo no puede ofrecer. Y es, sobre todo, comprender que nuestra existencia tiene valor, dignidad y destino eterno.




