Hay momentos en los que creemos estar caminando en fe, pero en realidad estamos siendo movidos por la ansiedad. Decimos “confío en Dios”, pero al mismo tiempo no podemos dormir pensando en cómo resolver lo que solo Él puede hacer. Nos repetimos versículos, hacemos oraciones largas, pero dentro de nosotros hay una lucha silenciosa entre el control y la confianza.
A veces, la ansiedad se disfraza de fe cuando oramos, pero no soltamos. Cuando pedimos a Dios una respuesta, pero al minuto siguiente queremos tomar las riendas. Cuando decimos “Señor, hágase tu voluntad”, pero en el fondo tenemos miedo de que su voluntad no sea la nuestra. Ese es el punto donde la fe se convierte en apariencia, y la ansiedad toma el mando con voz espiritual.
La ansiedad disfrazada de fe se nota cuando queremos que todo suceda rápido, cuando sentimos que si Dios no actúa ya, algo terrible pasará. Pero la verdadera fe no exige; espera. La verdadera fe no corre; reposa. Jesús dijo: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir… ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25).
El problema no es pedir, sino no soltar. No se trata de dejar de orar, sino de aprender a descansar después de orar. Hay una diferencia entre clamar con fe y preocuparse con Biblia en mano. Muchos hijos de Dios están agotados porque oran, pero no entregan. Piden ayuda, pero siguen cargando la mochila del miedo en la espalda.
Entregar la ansiedad a Dios no es algo que sucede una sola vez. Es un ejercicio diario. Cada pensamiento que se levanta diciendo “¿y si no funciona?”, “¿y si me va mal?”, debe ser llevado cautivo a la obediencia de Cristo. Como dice Filipenses 4:6-7: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
Cuando de verdad entregas algo a Dios, lo reconoces en tus decisiones. Dejas de manipular, dejas de forzar, y empiezas a vivir con la serenidad de quien sabe que el Padre no falla. Esa es la fe genuina: no la que aparenta tener control, sino la que se atreve a perderlo en las manos de Aquel que tiene todo bajo control.
Momento de reflexión:
Tal vez estás cansado de repetir “confío en Dios” sin sentirlo realmente. Quizá tu corazón está inquieto y te cuesta soltar. Hoy puedes hacerlo. No con palabras ensayadas, sino con un suspiro honesto. Dile al Señor:
“Padre, reconozco que he querido tener el control. He confundido mi ansiedad con fe, y he tratado de resolver lo que solo Tú puedes hacer. Hoy te entrego mis miedos, mis planes y mis tiempos. Enséñame a confiar, incluso cuando no entiendo. Que mi fe no sea una máscara, sino un descanso en Ti. Amén.”
Oración final:
Señor amado, enséñame a reconocer cuando mi ansiedad se disfraza de fe. Ayúdame a discernir cuándo estoy confiando verdaderamente en Ti y cuándo solo estoy intentando controlar lo que escapa de mis manos. Dame la paz que prometes en Tu Palabra, esa que sobrepasa todo entendimiento. Que cada día aprenda a descansar en Tu fidelidad, a esperar en Tu tiempo, y a vivir con un corazón quieto bajo Tu cuidado. En el nombre de Jesús, Amén.
somoscristianos.org




