En el Evangelio de Mateo 14:22-33 encontramos uno de los relatos más impactantes del ministerio de Jesús. Después de alimentar a los cinco mil, el Señor envió a sus discípulos en la barca mientras Él subía al monte a orar. De repente, en medio del mar, se levantó una gran tormenta que golpeaba con fuerza contra la barca. Los discípulos remaban con angustia, cansados y temerosos, cuando algo inesperado sucedió: Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua.
La tormenta no es el final
La tormenta representa las pruebas, las dificultades y los momentos de incertidumbre que todos enfrentamos en la vida. Los discípulos, a pesar de ser pescadores experimentados, se vieron superados por la fuerza del viento y las olas. Muchas veces nos sentimos igual: aunque tengamos experiencia o fuerza, llega un momento en que los problemas nos rebasan. Sin embargo, la tormenta no era el final de la historia.
Jesús apareció en el momento de mayor desesperación. Esto nos recuerda que aunque la prueba sea intensa y parezca que Dios está distante, Él siempre llega a tiempo. Isaías 43:2 dice:
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.”
La presencia que calma el temor
Cuando los discípulos vieron a Jesús caminar sobre el agua, pensaron que era un fantasma y gritaron de miedo. Es interesante que, en medio de la tormenta, no lo reconocieron de inmediato. Muchas veces, cuando estamos afligidos, tampoco reconocemos que Dios está obrando.
Jesús les dijo: “¡Tened ánimo! Soy yo; no temáis.” (Mateo 14:27).
La presencia de Cristo es suficiente para disipar el temor. El problema no era la tormenta en sí, sino el miedo que dominaba sus corazones. Su palabra sigue siendo la misma para nosotros hoy: “No temas, yo estoy contigo” (Isaías 41:10).
La fe que nos sostiene
Pedro, conmovido, pidió caminar hacia Jesús sobre las aguas. Mientras fijó su mirada en el Maestro, pudo hacer lo imposible: caminar sobre el mar. Pero cuando desvió su mirada hacia el viento y las olas, comenzó a hundirse.
Aquí hay una enseñanza poderosa: nuestra fe se fortalece cuando mantenemos los ojos puestos en Cristo, no en la tormenta. Hebreos 12:2 nos exhorta: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.”
Cuando Pedro clamó: “¡Señor, sálvame!”, Jesús extendió su mano y lo sostuvo. No lo dejó hundirse. Así también, cuando nuestra fe flaquea, Él siempre está dispuesto a extender Su mano y levantarnos.
La tormenta revela quién es Jesús
Al final, cuando Jesús subió a la barca y el viento se calmó, los discípulos se postraron y dijeron: “Verdaderamente eres Hijo de Dios.” La tormenta se convirtió en un escenario para revelar la identidad y el poder de Cristo.
De la misma manera, nuestras pruebas no son solo obstáculos, sino oportunidades para experimentar la fidelidad de Dios y conocerlo más profundamente.
Conclusión
Todos atravesamos tormentas: problemas familiares, económicos, emocionales o espirituales. Pero la enseñanza es clara: no estamos solos en medio de ellas. Jesús sigue caminando sobre las aguas, acercándose a nosotros para darnos paz, sostenernos con su mano y mostrarnos que Él es verdaderamente el Hijo de Dios.
A través de la tormenta, la clave no está en remar con más fuerza, sino en reconocer la presencia de Cristo y confiar en que Él tiene poder sobre el viento y el mar.




