El enojo es una emoción natural y, en sí misma, no es mala. Es una señal interna que nos advierte cuando algo no está bien, cuando sentimos injusticia o cuando enfrentamos desafíos. Sin embargo, la diferencia entre un enojo saludable y uno destructivo radica en cómo lo manejamos.
La Biblia nos advierte sobre el enojo en Efesios 4:26: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Esto nos muestra que el enojo no es el problema, sino lo que hacemos con él. Si permitimos que el enojo nos controle, nos volvemos personas amargadas, hirientes y resentidas. Pero si aprendemos a canalizarlo correctamente, puede convertirse en una fuerza para el bien.
Jesús mismo se enojó cuando vio la corrupción en el templo (Marcos 11:15-17), pero su enojo no fue por orgullo ni venganza, sino por un celo santo y justicia. Eso nos enseña que el enojo puede ser usado para defender lo correcto, pero sin perder el control ni dañar a otros.
Si hoy enfrentas enojo, reflexiona:
- ¿Es por algo justo o solo por orgullo herido?
- ¿Cómo puedes expresar tu enojo sin pecar?
- ¿Estás dispuesto a perdonar y soltar la carga?
El enojo es como un fuego: puede iluminar y purificar o consumir y destruir. La decisión está en nuestras manos.