martes, noviembre 25, 2025

Agradecer a Dios en Todo Momento.



Hay días en los que uno se levanta con el corazón ligero, casi flotando. Todo parece acomodarse sin esfuerzo: la salud está bien, los hijos sonríen, el trabajo avanza, la casa está en paz. Y uno respira profundo y dice: “Gracias, Señor”. Es casi automático, como si la gratitud saliera sola, sin pedir permiso. Y qué bonito se siente agradecer cuando la vida está alineada y suave.

Pero luego vienen esos otros días. Los que nadie publica en redes. Los que te quitan el sueño, te dejan preocupado, te arrancan lágrimas silenciosas en el baño para que nadie te vea. Uno de esos días llegó a mi vida hace unos años. Recuerdo que todo se me vino encima al mismo tiempo: un problema familiar que no esperaba, una deuda que me reventó de sorpresa, un diagnóstico que me asustó, y encima un silencio de Dios que dolía más que todo lo anterior junto. Fue una semana donde, sinceramente, no tenía ganas de agradecer nada. Ni fuerzas. Ni ánimo. Ni fe. Sentía que si decía “Gracias, Señor” estaría siendo hipócrita, como fingiendo algo que no estaba sintiendo.

Una noche, mientras intentaba dormir sin conseguirlo, me acordé del versículo que más trabajo me ha costado digerir: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18). En todo. No dice “en lo bonito”, “en lo que entiendes”, “en lo que te hace sonreír”, “en lo que te sale bien”. No. Dice en todo. Cerré los ojos y dije en voz bajita: “Señor… la verdad no entiendo nada. Pero gracias”. Y no te voy a mentir: no explotó un rayo de luz en el cuarto ni escuché una voz del cielo diciéndome que todo se iba a arreglar. Nada. Lo único que pasó es que sentí un poco menos de peso en el pecho. Solo eso. Como si una parte muy pequeña del dolor se hubiera aflojado.

A veces así empieza la gratitud en las malas: no con una fiesta, sino con un suspiro. Con un “Señor, aquí estoy… y aunque esté roto… gracias”.

Con el tiempo entendí que agradecer en las buenas es una reacción natural, pero agradecer en las malas es una decisión espiritual. Es una postura del corazón. Un acto de fe que declara: “Dios sigue siendo bueno incluso cuando mi vida no lo parece”. Y eso, aunque no nos guste admitirlo, es algo que forma carácter, profundiza raíces y nos acerca más a Él.

Cuando la Biblia dice que demos gracias en todo, no se refiere a que debemos agradecer por el mal directamente. Dios no espera que agradezcamos por una enfermedad, por una traición o por un accidente. La Biblia no pide gratitud por el desastre, sino en medio del desastre. La gratitud no es negar la realidad, es reconocer que incluso ahí, Dios no deja de ser Dios.

A veces pensamos que la gratitud es un sentimiento, pero en realidad es una disciplina del corazón. Y esa disciplina nos entrena para ver la vida con otra perspectiva. Porque cuando uno agradece en las malas, no está diciendo “todo está bien”; está diciendo “mi Dios sigue al mando”.

Piensa en Job. Él no agradeció por haber perdido todo, pero dijo: “Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. No lo dijo celebrando. Lo dijo quebrado. Pero lo dijo confiando. Y Dios honró esa postura. Después de todo ese proceso, su vida fue restaurada, su fe profundizada y su perspectiva transformada.

Piensa en Pablo, escribiendo cartas de gratitud desde una prisión. ¡Desde una prisión! ¿Quién mantiene gratitud ahí? Alguien que entiende que la presencia de Dios vale más que la comodidad, que el propósito vale más que la libertad física, y que la eternidad vale más que cualquier circunstancia temporal.

Piensa en Jesús mismo. Antes de multiplicar los panes, dio gracias. Antes de resucitar a Lázaro, dio gracias. Antes de ir a la cruz, tomó el pan, lo bendijo y dio gracias. ¿Cómo se agradece antes del dolor? ¿Cómo se agradece cuando sabes que lo que viene será duro? Jesús nos mostró que la gratitud no depende de lo que está pasando, sino de quién está con nosotros en lo que está pasando.

La gratitud en las malas no es natural, pero sí es poderosa. Cambia la forma en que vemos nuestra vida. Cambia la forma en que vemos nuestras pruebas. Y cambia incluso la forma en la que vemos a Dios. Porque, cuando uno agradece, aunque duela, aunque confunda, aunque cueste, se está recordando a sí mismo que Dios sigue siendo digno de confianza.

Un día, platicando con una persona que admiro muchísimo, le dije: “No sé cómo agradecer a Dios en medio de algo que me está doliendo tanto”. Ella me respondió algo que todavía guardo: “Agradecer no siempre quita el dolor, pero siempre te mantiene cerca de la mano que te sostiene en el dolor”. Y eso me cambió la perspectiva.

Hay temporadas en las que agradecer es fácil porque la mesa está llena, la familia está unida y la vida se siente bonita. Pero también hay temporadas en las que agradecer es un acto de resistencia espiritual. Es decir: “Esto no me va a tumbar. Esto no me va a quitar la fe. Esto no me va a alejar de Dios”. Agradecer se convierte en un arma, una declaración, una forma de mantener viva la luz en medio de la oscuridad.

Tal vez hoy estás en una época bonita. Entonces dale gracias a Dios con libertad, con alegría, con gozo. Que tu gratitud sea una ofrenda. Pero si estás en una época difícil, no te sientas obligado a fingir. No se trata de esconder tu dolor. Se trata de reconocer a Dios en medio de él. Dile: “Señor, no entiendo, pero gracias porque no me sueltas”. Y créeme, a veces esa es la oración más genuina que uno puede hacer.

La gratitud en las malas también tiene un efecto curioso: limpia los ojos. Te ayuda a ver cosas que normalmente no notarías. Te permite encontrar pequeñas luces en los días grises. Un abrazo. Un mensaje. Una persona que aparece justo cuando la necesitabas. Una idea que llega. Una puerta que se abre. Una paz que cae sin explicación. La gratitud no cambia la situación, pero te cambia a ti dentro de la situación.

Y si algo he aprendido, es esto: siempre hay algo por lo que agradecer. Siempre. A veces lo grande. A veces lo pequeño. A veces lo espiritual. A veces lo práctico. Pero siempre hay algo. Incluso cuando la vida está pesada, Dios sigue presente. Y su presencia sola… ya es motivo suficiente.

Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión que me ha acompañado en mis días difíciles: agradecer en las buenas muestra educación; agradecer en las malas muestra fe. La gratitud no es un adorno espiritual, es un ancla. Te sostiene. Te centra. Te recuerda que tu historia no termina donde estás, porque Dios nunca deja nada a medias. Agradece hoy, incluso si lo haces con lágrimas. Dios recibe esa gratitud como una semilla. Y Él nunca falla en hacer crecer lo que sembramos con sinceridad.

Te invito a unirte conmigo en esta oración: Señor, gracias por lo que entiendo y por lo que no entiendo. Gracias por lo que has dado y por lo que has quitado. Gracias por las puertas abiertas y por las que cerraste para protegerme. Aunque haya días pesados, confío en que sigues conmigo. Dame un corazón agradecido que no dependa de las circunstancias, sino de tu amor. Sostén mi vida, fortalece mi fe y enséñame a ver tu mano aun cuando mis ojos no la entienden. En el nombre de Jesús, amén.

En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.

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