martes, noviembre 25, 2025

¿Por Qué Algunos Prosperan y Otros No? El Salmo 1 lo Revela.



Hay preguntas que uno se hace en silencio, sin decirlas en voz alta porque suenan muy fuertes. Una de esas preguntas me ha acompañado varias veces en mi vida, sobre todo en esos momentos donde uno siente que se esfuerza, trabaja, ora, hace lo correcto… y aun así no ve los resultados que esperaba. Yo he pasado por temporadas así, donde veía a otros avanzar más rápido, lograr más fácil las cosas, mientras que para mí todo parecía un cerro difícil de subir. Y un día, cansado y un poco frustrado, abrí mi Biblia sin mucha expectativa. Y ahí estaba el Salmo 1. Claro, sencillo, directo, como si Dios me estuviera respondiendo de la forma más honesta posible: no todos prosperan porque no todos caminan en el lugar correcto.

Este salmo siempre se ha considerado la puerta de entrada al libro de los Salmos, pero más que una poesía hermosa, es un diagnóstico espiritual. Es como si Dios te pusiera una radiografía del alma y te dijera: “Mira, así funciona la vida.” Y esa frase inicial es de las que golpean pero sanan: “Bienaventurado el varón que no anda en consejo de malos”. No dice “bienaventurado el más fuerte”, ni “el más talentoso”, ni “el más inteligente”. Dice “el que no anda en consejo de malos”. Es decir, el que cuida qué voces escucha. Y cuando entendí eso, muchas cosas empezaron a acomodarse dentro de mí.

A veces pensamos que la prosperidad depende solo de esfuerzo, trabajo, estudios, conexiones o suerte. Y sí, esas cosas influyen, pero el Salmo 1 te muestra que la verdadera prosperidad —la que dura, la que no se derrumba cuando la vida golpea— nace de la voz a la que decidas prestarle atención. El consejo que permites entrar a tu mente marca la dirección de tus pasos. Y tus pasos marcan tu destino. Todo empieza ahí.

Yo recuerdo una temporada donde todo a mi alrededor estaba lleno de opiniones negativas. Gente que hablaba mal de otros, personas que siempre criticaban, amigos que veían la vida desde la amargura y no desde la fe. Nada abiertamente malo, pero sí un ambiente que poco a poco me estaba contaminando. Y sin darme cuenta, empecé a pensar igual, a hablar igual, a reaccionar igual. Un día me sorprendí diciendo algo lleno de pesimismo… y ahí me cayó el veinte: llevaba semanas sentándome emocionalmente en una mesa que no me alimentaba. Y ese día, con el corazón inquieto, fue cuando el Salmo 1 me confrontó. Dios me mostró que uno no se desvía de un día para otro, uno se desvía despacito, cuando empieza a tolerar conversaciones que no edifican, pensamientos que no ayudan y ambientes que no nutren.

El salmista describe el proceso muy claro: primero andas en el consejo equivocado, luego te detienes en el camino equivocado y, por último, te sientas en el lugar equivocado. Es una secuencia. Primero escuchas, luego convives, luego adoptas. Y eso explica por qué muchos no prosperan: están plantados en ambientes sin vida, sin fe, sin esperanza. Quieren crecer, pero la tierra donde están sembrados no tiene agua.

Y ahí es donde la segunda parte del Salmo 1 cambia todo: “Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” La palabra clave es “delicia”. No obligación. No rutina. No carga. Delicia. ¿Te das cuenta del peso que tiene eso? Hay gente que no prospera porque su relación con Dios se volvió una obligación, un compromiso más en la lista, algo que hacen “cuando se puede”. Y cuando tu vida espiritual depende de sobras de tiempo, sobras de energía o sobras de ánimo, tu alma se debilita sin que te des cuenta.

Pero cuando aprendes a disfrutar a Dios, cuando Su Palabra deja de ser información y se vuelve alimento, algo desde adentro empieza a encenderse. Y no es que todo te salga perfecto, pero empiezas a caminar distinto. Ya no reaccionas desde el miedo, sino desde la confianza. Ya no tomas decisiones desde la ansiedad, sino desde la paz. Y de pronto… empiezas a prosperar. No porque te esfuerces más, sino porque estás conectado a la fuente correcta.

El salmo da una imagen muy fuerte: “Será como árbol plantado junto a corrientes de agua.” Un árbol no se desespera para dar fruto. No está estresado. No está comparándose con otros árboles. Solo está plantado donde hay vida. Y eso me cambió la forma de ver mi propia historia. Yo había estado intentando dar fruto sin revisar dónde estaba sembrado. Estaba tratando de prosperar sin preguntarme si mi alma estaba recibiendo el agua correcta. Porque prosperar no es producir mucho, prosperar es producir bien. Y eso no pasa fuera de Dios.

Y mira lo que sigue: “Da su fruto a su tiempo.” Ahí entendí algo que me liberó. No todos tenemos el mismo tiempo. No todos florecemos al mismo ritmo. Hay frutos que vienen rápido y otros que tardan. Pero si estás plantado junto a Dios, el fruto llega. Tarde o temprano, llega. Y lo más hermoso es que el salmo dice “a su tiempo”, no al tiempo que otros esperan de ti, ni al tiempo que tú quisieras, sino al tiempo perfecto de Dios. Y ese tiempo nunca falla.

“Y su hoja no cae.” Esta parte es más profunda de lo que parece. Significa estabilidad. Significa que aun en temporadas difíciles, aun cuando todo alrededor se seca, tú no te derrumbas. ¿Por qué? Porque tu raíz está en la presencia de Dios. Hay gente que no prospera porque su estabilidad depende de emociones, de circunstancias, de personas, de trabajos o de resultados. Pero cuando tu estabilidad viene de Dios, no hay tormenta que te tumbe. No te quita el dolor, pero te sostiene. Y eso, en la vida real, vale más que mil éxitos temporales.

Y luego viene la frase que a muchos les suena exagerada, pero cuando la entiendes, te llena de esperanza: “Todo lo que hace, prosperará.” No significa que todo saldrá como tú quieres, significa que todo lo que Dios permite en tu camino —aún lo difícil— va a avanzar hacia un bien mayor. Es como si Dios dijera: “Si caminas conmigo, nada será desperdiciado. Todo será usado para fortalecer, levantar y guiar tu vida.” Y esa es la prosperidad más profunda: saber que Dios está en tu proceso y que tu historia no se va a quedar estancada.

Pero el salmo también es honesto. “No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento.” El tamo es liviano, superficial, sin raíz. Es lo que queda después de separar el grano. Se ve como si fuera mucho, pero no pesa nada. Esa es la vida sin Dios: llena de movimiento, pero vacía de propósito. Llena de actividad, pero sin fundamento. Y solo hace falta un viento fuerte para mostrar que no había nada sólido. Eso explica por qué hay personas que parecen avanzar rápido, pero se derrumban igual de rápido. Su raíz no estaba en Dios.

La parte final es fuerte pero necesaria: “Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá.” Que Dios “conozca” tu camino significa que lo supervisa, lo protege, lo dirige, lo acompaña. Y esa es la diferencia entre prosperar de verdad o no prosperar. Cuando Dios conoce tu camino, tu vida no queda a la deriva. Cuando Él conoce tu camino, cada paso tiene un sentido. Cuando Él conoce tu camino, aun lo que hoy parece confuso mañana tendrá propósito.

Y si hay algo que este salmo me enseñó es que prosperar no comienza afuera, comienza adentro. Comienza en qué voces escuchas, dónde te plantas, qué alimenta tu alma y qué dirección eliges seguir. Y lo más hermoso es que Dios no te obliga, Él invita. Él te muestra el camino, te extiende la mano y te dice con ternura: “Si caminas conmigo, tu vida va a florecer.”

Quisiera cerrar este mensaje con una breve reflexión… Puede que hoy te preguntes por qué no estás viendo el avance que deseas. Puede que te sientas cansado, confundido o incluso frustrado. Pero este salmo te recuerda que nada está perdido. Si te plantas de nuevo en Dios, si vuelves a la fuente, si dejas que Su Palabra te alimente, tu vida volverá a florecer. Dios no ha terminado contigo. Él sabe exactamente dónde estás y hacia dónde quiere llevarte. Solo necesitas dar ese paso de regresar a Su presencia.

Los invito a que me acompañen en la siguiente oración… Señor, gracias por recordarme que la verdadera prosperidad comienza en Tu presencia. Hoy te entrego mis caminos, mis dudas, mis temores y mis decisiones. Plántame cerca de Tu río. Dame raíces profundas, un corazón sensible a tu voz y la fuerza para alejarme de todo lo que seca mi alma. Permite que mi vida florezca en Tu tiempo y conforme a Tu voluntad. Que todo lo que haga sea guiado por Ti y prospere para Tu gloria. Amén.

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