martes, noviembre 25, 2025

El ayuno que toca el corazón de Dios.



A veces uno llega a una etapa de la vida donde ya no quiere hacer las cosas por costumbre ni por tradición, sino porque de verdad vienen del corazón. Y eso pasa mucho con el ayuno. Muchos crecimos escuchando que había que ayunar para que Dios te contestara más rápido, o para que se moviera algo en el cielo, o para “ganar puntos espirituales”. Pero cuando uno va madurando, cuando ya vivió pruebas, pérdidas, cansancio, momentos donde sientes que no puedes más, uno empieza a preguntarse si eso es realmente lo que Dios quería. Y honestamente, yo también pasé por ahí. Sentía que ayunaba, pero la vida seguía igual. Me frustraba. Hasta que un día entendí que el verdadero ayuno no es dejar de comer; es dejar aquello que me sostiene más que Dios, aquello que me domina, aquello que no me deja oír Su voz.

Lo interesante es que la Biblia jamás trata el ayuno como una dieta. No es castigo, no es sacrificio para manipular a Dios. Es un acto de sinceridad, un espacio consciente donde le dices al Señor: “Quiero escucharte sin ruido, quiero buscarte sin máscaras, quiero darte un tiempo donde mi alma sea más fuerte que mis impulsos”. Pero llegar a ese tipo de ayuno requiere un pequeño viaje interior. Porque no es fácil dejar el teléfono, las redes, el pan dulce o la Coca-Cola cuando uno está estresado, ni dejar ese orgullo que alimentamos sin darnos cuenta. Por eso el ayuno es tan poderoso: porque te confronta con lo que realmente te gobierna.

Una vez escuché a un pastor decir: “El ayuno revela tus ídolos”. Y me quedó grabado. No porque uno adore cosas, sino porque uno sin querer se refugia en cosas equivocadas. Cuando ayunas de comida, salen a la luz tus emociones desordenadas. Cuando ayunas de redes sociales, descubres cuanto tiempo te estaba robando. Cuando ayunas de hablar mal de otros, te das cuenta que la lengua necesita más dominio que el estómago. Y cuando ayunas de orgullo, Dios puede hablar sin que tu ego le grite encima. El verdadero ayuno no es una carga, es un alivio.

La Biblia explica esto de una manera preciosa. En Isaías 58, Dios se molesta con un pueblo que ayunaba solo para presumir. Gente que dejaba de comer pero seguía criticando, seguía oprimiendo, seguía siendo injusta, seguía sin perdonar. Dios les dijo: “Ese ayuno no lo quiero”. Y luego describe el ayuno correcto: uno que libera cargas, que rompe cadenas, que acerca al necesitado, que sana heridas, que cambia actitudes, que produce luz. Es impresionante cómo Dios le da más importancia al cambio de corazón que a la abstinencia de comida. Él siempre ha querido transformación, no rituales vacíos.

Y la verdad, uno también lo ha vivido. ¿Cuántas veces ayunamos pero no dejamos de pelear? ¿Cuántas veces ayunamos pero seguimos igual de enojados, igual de ansiosos, igual de indiferentes al dolor de otros? A veces pensamos que el ayuno es una llave mágica, pero en realidad es una invitación. Una invitación a soltar. A soltar el enojo, el orgullo, el pecado escondido, la necesidad de controlarlo todo. Dios ve eso y sonríe. Porque para Él es más valioso un corazón rendido que un estómago vacío.

Algo que aprendí con el tiempo es que el ayuno no es solamente “no comer”. El verdadero ayuno siempre te empuja a reemplazar aquello que dejas con algo que construye tu espíritu. Si dejas de comer pero no oras, no es ayuno. Si dejas el teléfono pero no lees la Biblia, no conectaste. Si dejas de hablarle a alguien, pero no perdonas, no hay transformación. El ayuno bíblico siempre es: dejar algo + buscar a Dios. Es ese “espacio santo” donde el alma respira. Donde te acuerdas que no eres tú quien sostiene tu vida, sino Él.

En estos tiempos modernos, donde vamos corriendo a todos lados, quizá uno de los ayunos más difíciles es el ayuno del ruido. El ayuno de la prisa. El ayuno de querer aparentar. Porque a veces el alma está tan saturada que ni siquiera puede escuchar a Dios aunque Él esté hablándote. Por eso Jesús se apartaba. No porque estuviera a dieta. Sino porque necesitaba silencio para oír al Padre. Su ayuno era compañía. Su ayuno era intimidad. Y eso cambia la perspectiva.

También es importante entender que el ayuno no cambia a Dios; te cambia a ti. Dios no se mueve más por ti porque hayas dejado de comer. Pero tú sí te mueves más hacia Él cuando bajas la velocidad y te haces consciente de tu dependencia. Cuando uno ayuna en intimidad, cuando uno ayuna con deseo verdadero, los pensamientos se aclaran, los temores se calman, y hasta los problemas se ven con otros ojos. No porque desaparezcan, sino porque tu espíritu se alinea con la voz del Señor.

He visto personas que ayunan para pedir un milagro, y qué bueno, porque la Biblia dice que podemos pedir. Pero el mejor milagro del ayuno no siempre está afuera, sino adentro. Esa paz que llega cuando entregas algo que te cuesta. Esa claridad que aparece cuando apagas todo lo que te distrae. Ese suspiro profundo donde, por fin, dejas que Dios tome Su lugar. Ese es el verdadero ayuno. Ese que te transforma antes de transformar tus circunstancias.

Otra cosa que vale la pena decir es que el ayuno no compite con la gracia. No tienes que ayunar para que Dios te ame. Él ya te ama. Ayunas para acercarte. Ayunas para ordenar el alma. Ayunas para decirle al cuerpo: “Tú no mandas aquí”. Ayunas porque la carne se fortalece demasiado rápido y el espíritu se nos queda atrás. Ayunas porque necesitas algo más que comida; necesitas dirección, sabiduría, descanso interior, limpieza del corazón. Por eso Jesús dijo que hay guerras que solo se ganan con oración y ayuno. No porque Dios necesite sacrificios extremos, sino porque hay batallas donde tu espíritu debe estar más despierto que tus emociones.

Si alguna vez te has sentido desconectado de Dios, si sientes que tu corazón anda seco, si te cuesta orar, si tu mente está saturada, si tus emociones están rebeldes, el ayuno es una herramienta hermosa para regresar al centro. No es castigo. No es obligación. Es un respiro. Es como limpiar la ventana para ver mejor hacia afuera. Es como apagar la música fuerte para escuchar un susurro. Es como hacer un alto y decir: “Señor, aquí estoy… háblame”.

Y algo más: el ayuno no se hace para ser visto. Jesús fue muy claro con eso. Cuando ayunes, arréglate, peínate, sonríe, no lo publiques como logro espiritual. Un ayuno verdadero es entre tú y Dios. Nadie más necesita saberlo. Porque el propósito del ayuno no es impresionar; es acercarte. El ayuno secreto tiene recompensas que nadie te puede quitar. Pek no son recompensas materiales, sino espirituales: paz, discernimiento, fuerza, humildad, sensibilidad para escuchar Su voz.

Si quieres empezar un ayuno, no tienes que hacerlo perfecto. Puedes comenzar con algo pequeño pero sincero. Dios mira la intención más que la duración. Ayuna una mañana. O una tarde. O ayuna redes sociales. O ayuna enojo. O ayuna quejas. O ayuna ese hábito que te tiene esclavo. Pero hazlo con propósito. Hazlo con oración. Hazlo con la Biblia abierta. Hazlo con un corazón honesto. Y te prometo algo: Dios hablará. A su manera. A su tiempo. Pero hablará.

Antes de terminar, quiero dejarte esta reflexión… El verdadero ayuno no es dejar de comer; es dejar aquello que te impide escuchar la voz de Dios. Es entregar lo que te domina. Es permitir que el Espíritu Santo acomode lo que está revuelto en el alma. Y cuando uno ayuna de verdad, no solo cambia algo en el cielo… cambia algo en uno mismo. Y ese cambio, aunque a veces empieza pequeño, termina marcando la vida entera.

Te invito a unirte conmigo en esta oración… Señor, enséñame a ayunar de verdad. No quiero hacerlo por costumbre ni por apariencia. Quiero hacerlo para acercarme a Ti, para ordenar mi corazón, para escucharte con claridad. Muéstrame qué debo entregar, qué debo soltar, qué debo callar y qué debo cambiar. Ayúdame a buscarte con sinceridad. Llena mi alma mientras dejo aquello que me distrae. Y permite que este ayuno sea un encuentro contigo. Amén.

En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.

También te puede interesar:

COMENTARIOS EN FACEBOOK

COMENTARIOS EN SOMOSCRISTIANOS