Hace unos días escuché a un joven decir con orgullo: “Yo soy así, y nadie me va a cambiar”. Me quedé pensando en esa frase. Vivimos en un tiempo donde todos queremos definirnos, defender quiénes somos, mostrar al mundo nuestra “identidad”. Pero… ¿qué pasa cuando esa identidad se convierte en un trono que desplaza a Dios?
En esta era de etiquetas y causas, muchos terminan construyendo un “yo” tan fuerte, que ya no hay espacio para la voz de Cristo. Nos decimos cristianos, pero a veces adoramos más nuestras ideas, nuestro grupo o nuestro pasado que al Dios que nos salvó.
La Biblia nos advierte sobre esto. “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). No siempre esos dioses son figuras talladas; a veces, son versiones idealizadas de nosotros mismos. Cuando el “yo” manda, Cristo deja de ser el Señor.
Piensa en esto: si Dios te pide cambiar algo que forma parte de “tu identidad”, ¿lo harías?
Esa es la prueba. Porque cuando una parte de quién somos se vuelve intocable, hemos hecho de ella un ídolo.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
Ese versículo resume lo que muchos han olvidado: nuestra verdadera identidad no está en lo que sentimos, pensamos o aparentamos, sino en Aquel que murió y resucitó por nosotros.
A veces queremos definirnos por nuestras heridas: “soy la víctima”, “soy el rechazado”, “soy el que fracasó”. Otras veces por nuestros logros: “soy exitoso”, “soy fuerte”, “soy diferente”. Pero ninguna de esas definiciones tiene poder para salvarnos. Solo Cristo puede darnos un nombre nuevo y eterno.
Cuando la identidad se convierte en idolatría, el alma se encierra en sí misma. Se vuelve ciega a la voz del Espíritu. Pero cuando la rendimos a Dios, Él la transforma.
Y lo más hermoso es que no perdemos quiénes somos: descubrimos quién fuimos creados para ser.
Quizás has sentido la presión de encajar, de definirte, de sostener una imagen. Pero hoy quiero recordarte algo: tú no tienes que sostener nada. Es Cristo quien te sostiene a ti.
“Porque vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).
No somos lo que el mundo dice, ni siquiera lo que nosotros decimos. Somos lo que Dios declara: hijos amados, redimidos, perdonados.
Antes de terminar, quiero dejarte esta breve reflexión:
El enemigo no necesita destruirte si logra que adores tu propia imagen. Pero Dios no busca que te niegues a ti mismo por desprecio, sino para que descubras la plenitud de Su propósito. Cuando te vacías de ti, Él puede llenarte de lo eterno.
Te invito a unirte conmigo en esta oración:
Señor Jesús, hoy te entrego mi identidad, mis ideas, mis heridas y mis etiquetas. Rompe en mí todo orgullo, toda máscara, toda idolatría del yo. Enséñame a encontrarme en Ti, y a vivir conforme a lo que Tú dices que soy: un hijo amado, libre y transformado por tu gracia. Amén.
En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.




