Ven, Espíritu Santo, soplo eterno del Padre,
voz suave que no grita, pero transforma el alma.
Vienes sin ruido, como amanecer entre las sombras,
como lluvia que acaricia la tierra sedienta,
como fuego que purifica, no para destruir,
sino para renovar lo que dentro de mí duerme.
Tú no llegas cuando todo brilla,
sino cuando el corazón se apaga.
Te acercas sin anunciarte,
te sientas al lado del cansado,
y en silencio le recuerdas
que aún hay propósito en su respirar.
Oh Espíritu, amigo fiel que nunca me deja,
cuántas veces te he sentido y no te he reconocido.
En una palabra que me calma,
en una canción que toca el alma,
en una lágrima que no pude contener,
ahí estabas Tú, invisible pero real.
Eres ese viento que no se ve,
pero mueve todo dentro de mí.
Cuando el miedo me paraliza, soplas fe.
Cuando el orgullo me ciega, soplas humildad.
Cuando el pecado me ata, soplas libertad.
Tu presencia es poder, pero también ternura;
eres fuego que consume, pero también refugio que abraza.
No hay rincón donde no pueda encontrarte.
Si subo a la montaña, allí estás;
si caigo al valle, Tú me sostienes.
Eres la voz que dice: “no temas”,
cuando el mundo dice: “ya no hay salida”.
Eres el consuelo del alma rota,
el suspiro en la noche,
la esperanza que vuelve a nacer con cada amanecer.
Espíritu Santo, sé mi guía,
no quiero caminar sin sentir tu compañía.
Enséñame a escuchar tu voz entre tantas voces,
a distinguir tu paz entre tantas ofertas del mundo.
Rompe las cadenas que yo mismo he forjado,
y lléname de Ti, hasta que ya no quede espacio para el yo.
Tú eres el secreto del cristiano verdadero,
no el que aparenta, sino el que ama,
no el que habla, sino el que perdona,
no el que juzga, sino el que abraza.
Porque donde Tú estás, hay fruto,
y el fruto es amor, gozo y paz;
paciencia, bondad y fe;
mansedumbre y dominio propio.
Ven Espíritu Santo,
haz de mi corazón tu morada permanente.
No solo quiero sentirte en un culto o en una canción,
quiero conocerte en el silencio,
en la rutina, en el cansancio,
en los momentos donde nadie me ve.
Allí donde el alma se vuelve sincera,
allí donde las palabras sobran,
allí, quédate Tú.
Sopla sobre mi familia, sobre mi casa,
sobre cada sueño que se enfrió.
Despierta lo que la duda adormeció,
enciende lo que el miedo apagó,
restaura lo que la culpa rompió.
No te vayas, Espíritu amado,
porque sin Ti, la fe se vuelve religión,
la palabra se vuelve letra muerta,
y el amor se enfría.
Eres el puente entre el cielo y mi corazón,
el regalo del Padre y la promesa cumplida del Hijo.
Sin Ti, no hay poder;
sin Ti, no hay santidad;
sin Ti, no hay vida.
Por eso hoy levanto mis manos y mi alma,
no para pedir riquezas,
sino para pedirte a Ti,
porque tenerte es tenerlo todo.
Te invito a unirte conmigo en esta oración:
Espíritu Santo, ven y habita en mí. Limpia mi mente, sana mis heridas, y lléname de tu presencia. Que tu fuego me transforme desde adentro, que tu voz me guíe y tu paz me acompañe donde vaya. Que nunca me faltes, porque cuando estás conmigo, nada me falta. Amén.
En Somos Cristianos Conectamos Corazones con Cristo.




