En somos cristianos conectamos corazones con Cristo.
Desde que conocí a Cristo he escuchado una pregunta que divide opiniones entre creyentes: ¿la salvación se puede perder? Algunos aseguran que una vez salvos, siempre salvos; otros, que si nos apartamos de Dios, podemos perder ese regalo. Pero más allá de los debates teológicos, hay algo que debemos entender: la salvación no es un simple papel firmado, es una relación viva con el Salvador.
Cuando una persona entrega su vida a Cristo de corazón, ocurre algo sobrenatural. El Espíritu Santo viene a morar dentro de nosotros, nos transforma, nos guía y nos convence de pecado. Jesús dijo en Juan 10:28: “Y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” Esta es una promesa firme, llena de amor. Sin embargo, también encontramos advertencias serias en la Palabra que nos llaman a permanecer fieles, a no volver atrás, a no descuidar una salvación tan grande.
El apóstol Pablo escribió en Filipenses 2:12: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.” No porque la salvación dependa de nuestras obras, sino porque requiere responsabilidad, obediencia y una vida que refleje la fe genuina. La salvación no es un boleto para pecar sin consecuencias, sino una nueva oportunidad para vivir en santidad.
Recuerdo a un hermano que conocí en la iglesia hace años. Era un hombre apasionado, servía, cantaba, oraba, y todos lo admiraban. Pero poco a poco fue enfriándose, se alejó de la congregación, dejó de orar, y su corazón se llenó de orgullo y resentimiento. Un día me dijo: “Yo ya fui salvo, ya no necesito nada más.” Esa frase me estremeció. No porque dudara del poder de Dios, sino porque entendí que cuando alguien se aleja voluntariamente de la luz, el corazón se va apagando poco a poco, hasta quedar en tinieblas.
Jesús mismo habló de esto en Juan 15:6: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.” Permanecer en Él es la clave. La salvación es un regalo, sí, pero debe cuidarse, debe cultivarse, debe mantenerse viva. Nadie puede quitártela, pero tú puedes decidir alejarte del que la da.
Algunos dicen que si una persona “pierde la salvación”, entonces nunca fue salva de verdad. Y puede ser cierto en algunos casos. Pero la Biblia también muestra que hay quienes gustaron del don celestial y luego se apartaron. En Hebreos 6:4-6 leemos: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados… y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento.” Esto no significa que Dios no quiera perdonar, sino que el corazón del hombre puede llegar a endurecerse tanto que ya no desea volver.
El pecado tiene ese efecto: adormece la conciencia. Lo que antes dolía, deja de doler; lo que antes ofendía, se justifica; y cuando el corazón se enfría, la comunión con Dios se rompe. Pero aun en medio de eso, el amor de Cristo sigue llamando. Él no se cansa de buscar al hijo pródigo que se fue. El problema no es que Dios cierre la puerta, sino que el hombre deje de tocar.
Pensemos en Pedro: negó a Jesús tres veces, pero su corazón se quebrantó y volvió. En cambio, Judas también caminó con Jesús, lo vio hacer milagros, escuchó su voz, pero eligió traicionarlo y no se arrepintió. Ambos pecaron, pero uno se volvió y el otro se perdió. Esa es la diferencia entre tropezar y apartarse voluntariamente.
Entonces, ¿la salvación se pierde? No como quien pierde una llave o un documento. Pero sí puede abandonarse. Sí puede descuidarse. No porque Dios falle, sino porque el hombre puede cerrar su corazón. Dios no nos obliga a permanecer, nos invita a hacerlo. Y mientras haya vida, siempre habrá esperanza de volver.
El Espíritu Santo nunca deja de hablar al corazón del creyente, pero llega un punto en que el hombre puede apagar su voz. Pablo dijo en 1 Tesalonicenses 5:19: “No apaguéis al Espíritu.” Y también en Hebreos 3:12 advirtió: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.” Eso quiere decir que es posible apartarse, no porque Dios nos expulse, sino porque nosotros nos alejamos.
La salvación es eterna para los que permanecen en Cristo. Pero no para los que deliberadamente rechazan Su gracia. En 2 Pedro 2:20-21 se lee: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor… se enredan otra vez en ellas, su postrer estado viene a ser peor que el primero.” No es una amenaza, es una advertencia llena de amor.
No hay nada más triste que ver a alguien que conoció la verdad y volvió atrás. Pero también no hay nada más hermoso que ver a un hijo perdido volver al Padre. Jesús contó esa historia por una razón: para que sepamos que mientras haya aliento, hay perdón. Ningún pecado es más grande que la cruz. Pero tampoco debemos jugar con la gracia.
Dios no quiere que vivas con miedo de “perderte”, sino con el deseo de permanecer en su amor. En Romanos 8:38-39 Pablo declara con certeza: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir… podrá separarnos del amor de Dios.” Pero observa que habla del amor de Dios, no de la obediencia del hombre. El amor de Dios es eterno, pero nosotros debemos elegir responder a él.
La verdadera seguridad no está en decir “ya soy salvo y nada puede pasarme”, sino en caminar cada día con Jesús, amarlo, obedecerlo y dejar que su Espíritu nos transforme. No se trata de vivir con miedo, sino con gratitud. De cuidar la fe como un tesoro, de no conformarnos, de no descuidar el fuego del altar.
Si un día te apartaste, si sientes que tu fe se ha enfriado, no pienses que Dios te ha desechado. Él sigue esperando con los brazos abiertos. La salvación no se pierde mientras haya arrepentimiento, porque Cristo sigue siendo suficiente. Pero sí puede perderse si endurecemos el corazón y rechazamos su gracia. Por eso, hoy es el mejor día para volver, para orar, para pedirle que renueve tu espíritu y tu amor por Él.
Nunca olvides que la salvación no es una doctrina, es una relación. Y toda relación necesita cuidado, tiempo, comunicación y fidelidad. El mismo Jesús dijo: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Apocalipsis 2:10). Que esas palabras queden grabadas en nuestro corazón cada día.
Reflexión:
La salvación es el regalo más precioso que Dios puede darte, pero también el más delicado. No vivas confiado en el pasado, sino caminando en el presente con Cristo. No se trata de miedo, sino de amor. Ama tanto a Dios que no quieras apartarte jamás.
Oración:
Señor, gracias por tu salvación que no merezco pero que recibí por tu gracia. Ayúdame a permanecer fiel, a no apagar tu Espíritu, a cuidarme del pecado y del orgullo. Si alguna vez me enfrío, recuérdame tu amor. Quiero vivir para ti hasta el fin, y permanecer en tus manos, donde nadie puede arrebatarme. Amén.




