martes, noviembre 25, 2025

Lo que Dios dice sobre la intimidad en el matrimonio cristiano.

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El matrimonio fue instituido por Dios como una unión sagrada entre un hombre y una mujer. Dentro de esa unión, la intimidad sexual no es algo sucio o vergonzoso, sino una expresión profunda de amor, unidad y entrega mutua. Sin embargo, en una sociedad donde el deseo carnal se confunde con amor verdadero, muchos cristianos se preguntan cómo debe vivirse la intimidad en el matrimonio y cuáles son los límites que agradan a Dios.

La Biblia nos da una base clara: “Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4). Este versículo enseña que el acto íntimo dentro del matrimonio es santo y honroso, siempre que se mantenga sin contaminación moral. Dios diseñó la intimidad como una bendición, no como un pecado, siempre que se viva conforme a Su propósito.

El propósito divino de la intimidad.

Desde el principio, Dios creó la unión entre hombre y mujer con un propósito espiritual, emocional y físico. En Génesis 2:24, se nos dice: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Esa expresión —“una sola carne”— no se refiere solo a la unión física, sino a la comunión total de dos personas que se entregan completamente, sin egoísmo ni manipulación.

La sexualidad en el matrimonio tiene varios propósitos:

  1. Unidad: refuerza el vínculo emocional y espiritual entre esposos.
  2. Reproducción: permite cumplir el mandato divino de fructificar y multiplicarse.
  3. Placer santo: Dios permite que el esposo y la esposa disfruten de su unión como una expresión de amor y deleite mutuo, siempre dentro del marco del respeto.

El libro de Cantares muestra este aspecto con un lenguaje poético y romántico, recordándonos que el deseo dentro del matrimonio es una bendición, no un tabú. Pero también deja claro que la pasión debe estar guiada por el amor y no por la lujuria.

Santidad en el lecho matrimonial.

El enemigo ha corrompido la idea de la sexualidad, haciendo creer que el placer es el fin último, cuando en realidad, para el creyente, el placer debe ser el fruto de la pureza, el amor y el respeto mutuo. El cuerpo del cristiano pertenece al Señor. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…? glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20).

Esto significa que incluso dentro del matrimonio, no todo lo que produce placer es correcto ante Dios. El matrimonio no autoriza la impureza. Lo que se hace entre esposos debe ser con amor, respeto, consentimiento mutuo y sin caer en prácticas que degraden o dañen la dignidad del otro.

Efesios 5:28-29 enseña: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos; el que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia.”

El amor verdadero no busca placer a costa del dolor, la humillación o la impureza. Por tanto, cualquier práctica que cause daño físico, moral o espiritual, no honra a Dios.

Límites santos en la intimidad conyugal.

Dios dio libertad al matrimonio para disfrutar de la unión física, pero esa libertad no significa libertinaje. El lecho matrimonial debe ser un lugar de amor, pureza y respeto mutuo. Todo lo que se haga entre esposos debe reflejar el amor de Cristo, no el deseo carnal sin control.

La Biblia no entra en detalles sobre las formas o expresiones de la intimidad, pero sí deja principios espirituales firmes para guiarnos. Uno de ellos es el respeto por el diseño divino del cuerpo humano. 1 Corintios 6:19 nos recuerda: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…? glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.”
Esto significa que ningún acto que humille, degrade o cause daño al cuerpo —propio o del cónyuge— puede considerarse puro ni agradable a Dios.

El segundo principio es el del consentimiento y la conciencia limpia. En Romanos 14:23 se nos enseña: “Todo lo que no proviene de fe, es pecado.” Si alguna práctica produce culpa, vergüenza o incomodidad espiritual, no debe realizarse. Dios nos dio la conciencia y Su Espíritu Santo para guiarnos hacia lo correcto.

El tercer principio es el del amor que edifica. 1 Corintios 13:5 dice: “El amor no hace nada indebido.” Si algo en la intimidad causa dolor físico, humillación, o convierte el cuerpo del otro en un objeto, deja de ser amor y se convierte en egoísmo. La verdadera unión busca agradar a Dios y bendecir al cónyuge, no satisfacer impulsos sin control.

Por tanto, dentro del matrimonio cristiano puede haber ternura, expresión y afecto, pero siempre bajo tres condiciones:

  1. Que ambos estén de acuerdo.
  2. Que no haya daño físico ni emocional.
  3. Que la conciencia de ambos esté en paz delante de Dios.

Cuando la intimidad se vive así —con amor, pureza y dominio propio— el matrimonio es bendecido. Pero cuando se traspasan los límites naturales del cuerpo, se cae en prácticas que contradicen el diseño divino y pueden traer consecuencias físicas, morales y espirituales.

Recordemos que Dios es el Creador del cuerpo y estableció su función de manera sabia. Todo lo que va contra su propósito natural, o que convierte el acto conyugal en algo impuro o degradante, no agrada al Señor.
Por eso, la pareja cristiana debe buscar siempre que su unión sea expresión de amor santo, y no una imitación de lo que el mundo enseña.

El Espíritu Santo es el mejor consejero dentro del matrimonio. Cuando hay duda, Él mismo da convicción y paz. La regla es sencilla: si algo no glorifica a Dios ni refleja amor, entonces no tiene lugar en el matrimonio cristiano.

La pureza y el respeto mutuo.

La intimidad cristiana no debe ser movida por lo que el mundo enseña, ni por lo que la cultura aprueba. Muchos matrimonios cristianos se confunden al pensar que, porque son esposos, “todo se vale”. Pero el creyente debe recordar que su cuerpo y su mente fueron consagrados al Señor. Romanos 12:1-2 dice: “Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios… No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.”

Reflexión final.

El amor verdadero dentro del matrimonio no se mide por la pasión momentánea, sino por la entrega diaria, el respeto y la pureza con que se ama. Dios no busca matrimonios perfectos, sino corazones que le honren incluso en lo más íntimo. Cuando Cristo es el centro del hogar, la intimidad se convierte en una expresión de adoración y unidad.

Oración.

Señor, te pedimos que bendigas nuestro matrimonio. Enséñanos a amarnos con pureza, a respetarnos con ternura y a mantener nuestro lecho sin mancha delante de Ti. Que cada muestra de amor sea reflejo de Tu presencia en nosotros. En el nombre de Jesús, amén.

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