En Somoscristianos.org conectamos corazones con Cristo.
Esta es una de esas preguntas que nos sacuden el alma. Porque a simple vista parece contradictoria: ¿cómo alguien puede amar a Jesús, seguir sus enseñanzas, admirar su mensaje de amor y perdón… pero al mismo tiempo rechazar a quienes se dicen sus seguidores? Sin embargo, esta realidad existe. Y quizá todos, en algún momento, hemos conocido o incluso sido una de esas personas.
Hace unos días, una joven me escribió por redes sociales y me dijo algo que me dejó pensando: “Yo amo a Jesús con todo mi corazón, pero no quiero saber nada de los cristianos”. Le pregunté por qué sentía eso, y su respuesta fue sencilla pero profunda: “Porque muchos me juzgaron cuando más necesitaba amor”.
Esa frase, tan corta, revela una herida que muchos comparten. Detrás de esas palabras hay una historia de decepción, de heridas causadas por la religión, por hipocresías, por personas que hablaron en nombre de Dios, pero actuaron sin amor.
Cuando el reflejo se distorsiona
Jesús vino a mostrar el rostro del Padre: un Dios lleno de compasión, verdad, justicia y misericordia. Pero cuando las personas miran a la Iglesia o a los cristianos y no encuentran ese reflejo, el resultado es confusión. Y lo más doloroso es que muchos alejan su corazón no de Cristo, sino de quienes lo representan mal.
Jesús mismo enfrentó algo parecido. Los fariseos de su tiempo conocían la ley, hablaban de Dios, pero su corazón estaba lejos del amor. Por eso Jesús dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).
Cuando las personas ven cristianos que predican amor pero muestran odio, que hablan de perdón pero no perdonan, o que hablan de humildad mientras buscan poder, se produce una desconexión entre el mensaje y el mensajero. No se trata de odiar a Cristo, sino de no reconocerlo en el comportamiento de algunos de sus seguidores.
Entre el amor a Cristo y el dolor humano
No todos los que dicen seguir a Jesús viven como Él. Y eso duele. Hay quienes crecieron en iglesias donde se les señaló por su pasado, por su apariencia, o por no cumplir con ciertos estándares. Otros se sintieron usados, manipulados o ignorados cuando más necesitaban apoyo.
Y aunque esas heridas no provienen de Jesús, se asocian a Él porque vinieron de personas que llevaban su nombre.
“En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tienen amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
Esa era la marca que debía distinguirnos. Pero cuando el amor se pierde, todo lo demás se vuelve ruido.
No es extraño que muchos amen a Jesús pero no a los cristianos, porque el Jesús que conocen es compasivo, tierno y justo, mientras que los cristianos que han conocido —algunos, no todos— han sido lo contrario. Es triste, pero real.
Jesús también tuvo “malos representantes”
En los tiempos de Jesús también existía la religión sin corazón. Los líderes religiosos imponían cargas que ellos mismos no llevaban. Por eso Jesús los confrontó con firmeza: “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” (Mateo 23:13).
¿Te das cuenta? La historia se repite. Cuando el cristianismo se vuelve apariencia, cuando dejamos de amar, cerramos puertas en lugar de abrirlas. Y quienes buscan a Dios sienten que no hay lugar para ellos.
Pero Jesús no vino a fundar una religión fría; vino a restaurar corazones. Y cuando alguien ama a Jesús, aunque se aleje de la iglesia o de los cristianos, hay una semilla viva dentro de él. Tal vez se alejó de las paredes, pero no del Espíritu que habita en su corazón.
El error de confundir a Cristo con sus seguidores
Debemos aprender a separar a Cristo de las fallas humanas. El problema no es Jesús; el problema somos los hombres. Porque todos fallamos, todos pecamos, y ninguno de nosotros refleja perfectamente su luz.
Pero a veces, por orgullo o falta de humildad, no lo reconocemos. Queremos tener siempre la razón, y eso hace que las personas sientan rechazo. Jesús nunca forzó a nadie. Nunca gritó en las calles. Nunca señaló a los pecadores para humillarlos. En cambio, los miraba con amor, los tocaba y los restauraba.
La mujer adúltera, el publicano, el leproso, el ladrón en la cruz… todos encontraron compasión en Jesús. Pero si ellos hubieran encontrado primero a algunos “cristianos modernos”, tal vez se habrían ido antes de recibir perdón.
¿Cómo podemos sanar esa herida?
El primer paso es reconocer el daño. Muchos cristianos se han olvidado del corazón del Evangelio: el amor. No el amor sentimental, sino el amor que actúa, que abraza, que perdona, que entiende, que acompaña.
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13).
Si Jesús puso el amor por encima de todo, ¿por qué a veces nosotros ponemos las reglas por encima del amor?
La iglesia debe volver a ser un hospital, no un tribunal. Un lugar donde los heridos encuentren consuelo, no condena. Donde el mensaje de Jesús vuelva a brillar sin filtros humanos.
El amor no significa aprobar el pecado
Ahora bien, amar como Jesús no significa aprobar todo. Jesús amó a los pecadores, pero no el pecado. Les dijo “ve y no peques más”, pero lo dijo después de haberlos perdonado, no antes. El orden es importante: primero la gracia, luego la transformación.
Si la gente ama a Jesús es porque Él los amó primero. Pero si no aman a los cristianos, quizás es porque algunos cristianos olvidaron amar como Él.
Una fe más allá de la apariencia
La verdadera fe no se mide por asistir cada domingo ni por repetir versículos, sino por el fruto que damos. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16).
Y el fruto del Espíritu, según Gálatas 5:22, es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.”
Cuando esos frutos desaparecen, lo que queda es una cáscara vacía. Y las personas, al notar esa falta de autenticidad, se alejan.
El mundo no necesita más cristianos que citen versículos, sino cristianos que los vivan. No necesita templos más grandes, sino corazones más humildes. No necesita sermones más largos, sino manos que sirvan con compasión.
Jesús sigue siendo la razón
A pesar de todo, Jesús sigue atrayendo corazones. Su mensaje sigue vivo. Su amor sigue transformando. Las personas que aman a Jesús, aunque no a los cristianos, no están tan lejos como parece. Tal vez lo que necesitan no es doctrina, sino testimonio. No discursos, sino ejemplo.
A veces, la mejor forma de predicar no es hablar de Cristo, sino parecerse a Él. Amar sin condiciones, servir sin esperar nada, perdonar incluso cuando no hay disculpas. Esa es la clase de fe que convence sin palabras.
Una invitación a todos nosotros
Quizá esta reflexión no sea para señalar a nadie, sino para mirarnos por dentro. Todos hemos fallado en representar bien a Cristo alguna vez. Todos hemos juzgado, hemos herido, hemos sido impacientes o fríos con alguien que buscaba amor.
Pero todavía hay tiempo para cambiar. Todavía podemos pedir perdón, abrazar, restaurar. Todavía podemos ser la Iglesia que Jesús soñó: un refugio, no una fortaleza cerrada.
“Sed imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó” (Efesios 5:1-2).
Reflexión final
Amar a Jesús pero no a los cristianos no es el final del camino. A veces es el inicio de una fe más auténtica, una búsqueda personal del Dios verdadero más allá de las máscaras.
Y a los que amamos a Cristo, nos toca dar el paso hacia la reconciliación: pedir perdón por el mal testimonio, mostrar un amor más real, y volver a ser luz en lugar de obstáculo.
Jesús no nos llamó a tener la razón, sino a tener amor. Porque solo el amor puede derribar las barreras que la religión y el orgullo levantaron.
Si hoy alguien se alejó de los cristianos, o incluso de la iglesia, pero sigue amando a Jesús… que sepa que Jesús no lo ha dejado de amar a él. Y quizás, en ese amor, encuentre el camino de regreso.
Oración final
Señor Jesús, enséñanos a amarte no solo con palabras, sino con acciones que reflejen tu corazón. Perdona cuando hemos herido en tu nombre, cuando hemos cerrado puertas en lugar de abrirlas. Danos humildad para reconocer nuestros errores y gracia para restaurar a quienes se alejaron. Que cada persona que nos mire pueda verte a Ti en nosotros. Amén.




