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“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.” — Romanos 15:4
Muchos de nosotros hemos leído la Biblia y sentido que una palabra saltaba del papel directo al corazón. Un versículo que fue escrito hace miles de años, pero parece que fue Dios hablándonos personalmente. Y entonces nos preguntamos: ¿Esto fue para Abraham, Moisés, Josué… o también para mí?
Esa duda es más común de lo que pensamos. Porque la Biblia está llena de promesas, mandatos y palabras que Dios dijo a personas reales, en momentos específicos, pero que también contienen verdades universales. La gran pregunta es: ¿cómo saber cuáles aplican solo a ellos y cuáles también a nosotros hoy?
La respuesta está en el mismo versículo de Romanos 15:4. Pablo nos recuerda que todo lo que fue escrito antes tiene un propósito: enseñarnos, consolarnos y darnos esperanza. Es decir, las historias y promesas de la Biblia no quedaron atrapadas en el pasado; siguen vivas porque el Dios que las dio sigue siendo el mismo.
1. La Biblia: un mensaje histórico y eterno
La Biblia no fue escrita para ti… pero fue escrita por ti.
Cada libro tiene contexto, cultura, idioma y destinatarios concretos. Sin embargo, el Espíritu Santo inspiró esas palabras sabiendo que, siglos después, tú y yo las leeríamos en momentos de necesidad.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).
Esto significa que cada historia, profecía y promesa sigue teniendo propósito hoy. Lo importante es entender cómo aplicarla correctamente.
2. Promesas personales y principios universales
Hay pasajes que fueron promesas personales, dadas a individuos específicos para su misión única.
Por ejemplo:
A Abraham, Dios le dijo: “Haré de ti una nación grande” (Génesis 12:2).
Esa promesa literal fue para él y su descendencia física.
A Josué, le dijo: “Todo lugar que pisare la planta de tu pie te lo he dado” (Josué 1:3).
Tampoco significa que cualquiera de nosotros pueda reclamar territorios físicos.
Pero dentro de esas palabras hay principios eternos: la fidelidad de Dios, la necesidad de obedecer, la recompensa a la fe.
Y esos principios sí nos pertenecen a todos los creyentes.
3. ¿Por qué sentimos que Dios nos habla a través de ellos?
Porque el mismo Dios que habló entonces, sigue hablando hoy.
El Espíritu Santo usa las Escrituras para recordarnos Su carácter inmutable.
Cuando lees un pasaje y te toca el alma, no significa que esa promesa te pertenece literalmente, sino que el mismo principio detrás de ella se aplica a ti.
Por ejemplo, cuando Dios le dijo a Moisés:
“Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (Éxodo 33:14),
esa fue una promesa específica, pero el principio —que Dios acompaña a los suyos— es eterno.
Jesús lo confirmó siglos después:
“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
4. Las promesas a Abraham: de lo físico a lo espiritual
Dios le prometió a Abraham una descendencia tan numerosa como las estrellas. Pero en Gálatas 3:29, Pablo revela algo maravilloso:
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.”
Eso significa que las promesas no son solo biológicas, sino espirituales.
No heredamos su tierra, pero sí su fe.
No somos su sangre, pero sí su familia espiritual.
Cada vez que caminamos por fe, estamos viviendo bajo la misma bendición que Dios le dio a Abraham: una vida guiada por la confianza en Su palabra.
5. Las palabras a Josué: una herencia de valentía
A Josué, Dios le dijo:
“Esfuérzate y sé valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9).
Ese mandato no fue solo para él.
Cada creyente que enfrenta miedo, incertidumbre o cambio puede apropiarse de ese mismo principio.
Dios sigue diciendo: “Yo estaré contigo.”
Jesús reafirmó ese mismo mensaje cuando dijo:
“En el mundo tendréis aflicción, pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
6. Las palabras a Israel: un modelo de redención
Israel fue escogido para mostrar al mundo el carácter de Dios.
Por eso, cuando leemos:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal” (Jeremías 29:11),
debemos recordar que fue escrito a los exiliados en Babilonia.
Pero el principio detrás de esa promesa sigue siendo verdadero: Dios siempre tiene planes de bien y esperanza para su pueblo.
El contexto cambia, pero el corazón de Dios no.
Lo que fue escrito para Israel, hoy nos enseña cómo Dios obra con misericordia, paciencia y fidelidad.
7. Las palabras a David: del trono terrenal al reino eterno
A David, Dios le prometió un trono que no tendría fin.
“Tu casa y tu reino serán estables para siempre delante de mí” (2 Samuel 7:16).
Esa promesa se cumplió en Cristo, el Hijo de David, el Rey eterno.
Hoy esa promesa se extiende a nosotros:
si Cristo reina en nuestro corazón, somos parte de Su reino.
El trono ya no está en Jerusalén; está en cada vida donde gobierna Jesús.
8. Las palabras a los profetas: consuelo y propósito
A Jeremías le dijo:
“Antes que te formara en el vientre te conocí, y antes que nacieras te santifiqué” (Jeremías 1:5).
Aunque fue dirigida a un profeta, refleja una verdad eterna: Dios conoce y tiene propósito para cada vida.
Lo que fue un llamado personal para Jeremías, es un recordatorio universal de que nada en nuestra existencia es casualidad.
Cada ser humano fue creado con intención divina.
9. Las palabras de Jesús: promesas directas a nosotros
Con Jesús, las promesas se hacen personales.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).
“El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Estas no son palabras para unos pocos elegidos; son para todo aquel que cree.
En Cristo, las promesas del pasado se cumplen y se abren para nosotros.
Por eso Pablo dice:
“Todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén” (2 Corintios 1:20).
10. Cómo aplicar correctamente las promesas bíblicas
Dios cumple lo que promete, pero debemos entenderlo en su contexto.
Algunos versículos se malinterpretan cuando se usan sin conocer a quién fueron dirigidos o con qué propósito.
Por eso, antes de aplicar una promesa, pregúntate:
- ¿A quién fue dirigida originalmente?
- ¿Qué principio eterno enseña sobre Dios?
- ¿Cómo puedo vivir esa verdad en mi situación actual?
Así la Biblia deja de ser un libro ajeno y se convierte en un manual vivo para el alma.
11. Lo que sí es para ti
Hay verdades y promesas que no tienen caducidad:
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1).
“Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1).
“Clama a mí, y yo te responderé” (Jeremías 33:3).
“Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:31).
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Todas estas promesas siguen vivas porque el Dios que las dio no ha cambiado.
12. Reflexión final: un Dios que sigue hablando
Cuando lees la Biblia, no la veas como un libro antiguo.
Es una carta viva de Dios para ti.
Cada historia, cada milagro y cada promesa revelan el mismo deseo: acercarse al corazón humano.
Las promesas a Abraham, a Moisés, a Josué, a David y a los profetas fueron ejemplos de lo que Dios sigue haciendo hoy.
Porque el Dios de la Biblia no cambia, y su Palabra sigue siendo fuente de consuelo y esperanza.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
Oración final
Señor, gracias por recordarme que Tu Palabra no tiene fecha de expiración.
Gracias porque tus promesas y enseñanzas siguen vivas y activas en quienes creen en Ti.
Enséñame a entender la Biblia con sabiduría, a aplicar sus verdades con fe, y a vivir con esperanza en tus promesas eternas.
Eres el mismo Dios de Abraham, de Moisés, de Josué… y también mi Dios.
Amén.




