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Cuando llega ese momento en que los hijos terminan la preparatoria y anuncian que quieren ir a la universidad, el corazón de los padres se sacude. Es un orgullo profundo, pero también un golpe silencioso al alma. Orgullo porque sabemos que todo el esfuerzo, las desveladas y los sacrificios valieron la pena. Pero también miedo… miedo de soltarlos, de verlos alejarse, y de no saber qué camino tomarán.
Este tema se ha vuelto una conversación muy común entre familias latinas cristianas en Estados Unidos. Muchos padres se preguntan:
¿Es mejor que mis hijos estudien en una universidad local y vivan en casa, o que se vayan a otra ciudad o incluso a otro estado para vivir en el campus?
No hay una sola respuesta correcta, pero sí hay algo que todos los padres comparten: el deseo de que sus hijos crezcan, se preparen y no se aparten de Dios.
1. Soltar sin perder.
Cuando los hijos crecen, llega el momento en que los padres deben aprender a soltar sin perder. No perder la conexión, ni el amor, ni la fe que los une. Solo cambiar la forma de acompañarlos.
Y esa transición no es fácil.
La Biblia dice en Proverbios 22:6:
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
Ese versículo no es una fórmula mágica, sino una promesa basada en siembra.
Si has enseñado a tu hijo con amor, disciplina y fe, esa semilla lo acompañará dondequiera que vaya. Incluso cuando tú ya no estés cerca para recordárselo.
2. La cultura latina y el valor de la familia.
En nuestras familias latinas, la cercanía familiar es parte de nuestra identidad. Crecemos en hogares donde la mesa se comparte, los abuelos aconsejan, los tíos visitan y todos se cuidan unos a otros.
Por eso, cuando un hijo dice que quiere irse a vivir a una residencia universitaria o a otro estado, no solo se trata de distancia física, sino de una separación emocional y cultural.
Mientras en otras culturas el irse de casa a los 18 años se celebra como independencia, en la nuestra suele sentirse como pérdida.
Pero Dios también puede usar la distancia para formar carácter, responsabilidad y madurez.
No se trata solo de “irse o quedarse”, sino de entender qué es lo que más conviene espiritualmente para cada joven.
3. Cuando los hijos estudian cerca de casa.
Muchos padres latinos han optado por una decisión que, con el tiempo, les ha traído paz y buenos resultados: que sus hijos estudien en universidades locales y vivan en casa.
La mayoría lo hace no por sobreprotección, sino por prudencia.
Prefieren que los jóvenes se enfoquen en sus estudios sin distracciones, rodeados del apoyo familiar y espiritual que el hogar brinda.
El razonamiento es sencillo: cuando un joven vive en casa, mantiene la estructura familiar, la disciplina y la conexión con Dios. Además, se evita la exposición a influencias negativas que son comunes en muchos campus universitarios —fiestas, alcohol, drogas, amistades que no edifican—.
Y lo más importante: el hogar sigue siendo un refugio espiritual.
También hay un aspecto práctico. Los gastos de hospedaje y alimentación en los campus suelen ser muy elevados.
Algunas familias descubren que, con el dinero que gastarían en vivienda, pueden invertir en algo más útil, como un automóvil para que el joven se traslade a clases y al trabajo.
Esa decisión no solo ahorra dinero, sino que enseña responsabilidad.
En muchos casos, esta opción ha funcionado muy bien.
Los hijos aprenden a organizar su tiempo, a estudiar con disciplina y, sobre todo, a valorar lo que tienen.
Y lo más hermoso es que siguen cerca de la familia y de la iglesia, fortaleciendo su fe mientras avanzan hacia sus metas.
4. Cuando los hijos se van a vivir al campus.
Pero también hay familias que deciden lo contrario, y no necesariamente están equivocadas.
Hay jóvenes que sienten el llamado de estudiar fuera, ya sea porque la carrera que desean no se ofrece localmente o porque desean vivir una experiencia universitaria completa.
Y a veces, esa decisión también puede traer crecimiento, madurez y una nueva visión de la vida.
Por ejemplo, hay hijos que se van a otra ciudad o incluso a otro estado, y esa separación los impulsa a madurar más rápido.
Aprenden a administrar su dinero, a cocinar, a cuidar de sí mismos y a tomar decisiones por su cuenta.
Muchos de ellos regresan convertidos en adultos responsables, agradecidos y con una fe más personal, ya no solo heredada de sus padres, sino probada y fortalecida.
Una madre cristiana contaba que su hija se fue a una universidad a seis horas de casa. Al principio, fue un golpe duro. Las primeras semanas lloraba cada noche al verla tan lejos. Pero con el tiempo comprendió que Dios también estaba trabajando en ella: le estaba enseñando a confiar más en Su cuidado.
La joven, por su parte, buscó una iglesia local, se unió a un grupo cristiano universitario y siguió creciendo espiritualmente.
La distancia no las separó; las unió en oración y confianza.
Claro que hay riesgos.
Vivir en un campus universitario significa convivir con personas de todo tipo: algunas con valores muy distintos, otras sin fe, y muchas presionadas por un ambiente social y cultural muy secular.
Por eso, los padres deben preparar a sus hijos antes de enviarlos, no solo académica, sino espiritualmente.
Jesús dijo en Juan 17:15:
“No te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
Esa oración sigue viva para los hijos que estudian lejos.
Dios puede cuidarlos en los dormitorios universitarios igual que en casa, si ellos conservan su fe y sus convicciones.
5. Cuando las apariencias pesan más que la sabiduría.
También es común ver familias que, movidas por la emoción o por lo que “los demás hacen”, envían a sus hijos fuera del estado pensando que eso representa mayor prestigio o estatus.
Algunos padres lo hacen con la ilusión de darles “lo mejor”, pero sin analizar los riesgos y las consecuencias económicas.
Hay familias que se endeudan para pagar la vivienda universitaria, los viajes y los gastos adicionales.
Y cuando los jóvenes se gradúan, lo hacen con una carga financiera que los acompañará por años.
A veces, por querer dar “lo mejor”, terminan atrapados en deudas que podrían haberse evitado.
Claro que también hay casos donde estudiar fuera del estado abre grandes oportunidades.
Existen universidades con programas especializados, contactos profesionales y experiencias únicas que pueden marcar una diferencia positiva.
Por eso no se trata de juzgar una u otra opción, sino de evaluar cada caso con oración y sabiduría.
6. Ventajas y desventajas de quedarse en casa.
Ventajas:
- Ahorro económico.
- Supervisión y apoyo familiar.
- Continuidad espiritual (pueden seguir asistiendo a su iglesia).
- Estabilidad emocional.
Desventajas:
- Menor desarrollo de independencia.
- Falta de experiencias fuera del hogar.
- Posible comodidad o dependencia prolongada.
Todo depende del carácter del hijo.
Si es responsable, organizado y con metas claras, quedarse en casa puede ser una gran bendición.
Pero si tiende a depender demasiado, quizás sea necesario darle más libertad bajo supervisión.
7. Ventajas y desafíos de irse lejos.
Ventajas:
- Aprenden independencia y administración.
- Conocen nuevas culturas y oportunidades.
- Crecen en madurez emocional y espiritual.
Desafíos:
- Mayor riesgo de influencias negativas.
- Soledad, ansiedad y nostalgia.
- Posible alejamiento de la familia y la fe.
Por eso, los padres deben prepararlos espiritualmente antes de que se vayan, y mantener comunicación constante, sin control, pero con amor.
8. Sabiduría antes que decisiones.
La Biblia dice en Santiago 1:5:
“Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.”
Esta decisión no se toma con la mente ni con la emoción, sino con oración y discernimiento.
Cada hijo tiene un propósito distinto.
Algunos necesitan quedarse cerca para afirmarse; otros deben salir para descubrir su llamado.
Pero todos deben hacerlo bajo la guía del Señor.
9. Cómo prepararlos antes del cambio.
- Fortalece su fe. Enséñales a orar, a depender de Dios y no de las circunstancias.
- Edúcalos financieramente. Que aprendan a administrar su dinero y evitar deudas innecesarias.
- Mantén la comunicación abierta. Que sepan que siempre pueden contar con sus padres sin temor a ser juzgados.
- Ora por ellos cada día. La intercesión de un padre o madre tiene poder eterno.
10. Una mirada equilibrada.
No se trata de decir que una opción es mejor que la otra.
Lo importante es el corazón, la madurez y la fe del joven.
A veces quedarse en casa fortalece la familia y la fe.
Otras veces, irse lejos abre puertas que Dios mismo preparó.
La clave está en discernir el plan de Dios para cada hijo.
Como dice Jeremías 29:11:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis.”
11. Reflexión final para los padres.
Ser padre no es controlar, es guiar.
No es retener, es acompañar.
Y a veces, amar también significa confiar en que Dios completará la obra que comenzó en ellos.
El hogar no debe ser una jaula, sino un nido: un lugar del que los hijos puedan volar sabiendo que siempre podrán regresar.
El éxito no se mide por la distancia que recorren, sino por el corazón que permanece firme en Dios.
Oración final.
Padre celestial,
te doy gracias por los hijos que nos confías, por su futuro, sus estudios y sus sueños.
Danos sabiduría para guiarlos sin temor y fe para soltarlos cuando llegue el momento.
Guárdalos del mal, del orgullo y de las tentaciones del mundo.
Haz que donde vayan, lleven tu presencia grabada en el corazón.
Y ayúdanos, Señor, a recordar que no se trata de tenerlos cerca físicamente, sino de mantenerlos unidos a Ti.
En el nombre de Jesús, amén.




