Vivimos en una era en la que todo parece avanzar más rápido que la conciencia humana. Las redes sociales dictan pensamientos, las pantallas educan emociones y la fama se mide en segundos. En medio de esa corriente donde lo superficial se confunde con lo verdadero, una nueva generación está creciendo. Una generación cansada de la hipocresía, de los discursos vacíos y de la fe sin poder. Jóvenes que no solo buscan respuestas, sino sentido.
Ya no se trata de una juventud perdida, como muchos adultos suelen decir, sino de una generación profética que está despertando. No con gritos religiosos, sino con un fuego interior que no se apaga: el deseo de vivir con propósito, de ser luz en un mundo que ya se acostumbró a la oscuridad.
Esta generación —a la que muchos subestiman— no será recordada por sus tendencias, sino por su valentía para creer cuando otros se rindieron. Son muchachos y muchachas que no se dejan comprar por la aprobación del mundo. Que entienden que seguir a Cristo no es moda, sino guerra.
Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5:14). Ese llamado no fue poético, fue una declaración de guerra espiritual. Porque cuando todo se oscurece, los verdaderos hijos de Dios no corren… encienden su antorcha.
Pero esa antorcha no se enciende con frases motivacionales ni con religión de domingo. Se enciende en la intimidad. En las lágrimas que nadie ve, en las noches de oración, en los “sí” que se dan a Dios cuando el corazón tiembla.
Y es precisamente ahí donde el enemigo ha querido golpear a los jóvenes: en su identidad. Les ha hecho creer que son reemplazables, que su voz no importa, que su pureza es anticuada. Pero el cielo grita otra cosa: “Tú eres Mi elegido para este tiempo”.
Cada generación tiene una batalla. La nuestra, sin duda, es la oscuridad del alma humana: ansiedad, relativismo, apatía espiritual. Sin embargo, no hay tiniebla tan densa que pueda apagar a un joven lleno del Espíritu Santo.
Quizás no tengan púlpitos, ni micrófonos, ni títulos teológicos. Pero tienen algo más fuerte: una convicción. Y esa convicción —cuando se une a la obediencia— se convierte en fuego.
Dios no busca multitudes, busca corazones dispuestos. No necesita influencers del Evangelio, sino intercesores que se atrevan a llorar por su generación. Mientras el mundo aplaude la rebeldía y celebra el vacío, el Reino busca jóvenes que digan con su vida: “Aquí estoy, Señor. Úsame aunque duela.”
Si tú lees esto y sientes que ya no encajas en lo que todos llaman “normal”, no te preocupes: no fuiste creado para encajar, sino para brillar. La oscuridad solo demuestra que tu luz hace falta.
No escondas tu antorcha. No te avergüences de tu fe. Porque cuando el mundo vea en ti un corazón encendido, muchos recordarán que aún hay esperanza.
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1).
Oración:
Señor, despierta en mí el fuego que el mundo no puede apagar. Hazme una antorcha viva en medio de esta generación confundida. Que mi fe no dependa de emociones, sino de Tu presencia. Y cuando el temor quiera apagar mi llama, recuérdame que Tú me encendiste para alumbrar. Amén.




