Eres el alba que rompe mi noche,
la voz que calma mi tempestad,
el fuego eterno que en mí no muere,
mi rumbo, mi paz, mi verdad.
Cuando caigo, tus brazos me alzan,
cuando dudo, me enseñas a ver,
que en tus heridas florece la gracia,
y en tu silencio aprendo a creer.
No hay trono más alto que tu humildad,
ni corona más pura que tu perdón;
en tu cruz encuentro mi vida,
y en tu sangre, mi redención.
Eres el canto que el alma entona,
el refugio que nunca se va,
mi amigo fiel en cada jornada,
mi Cristo, mi Rey, mi hogar.
Y cuando el mundo apague su brillo,
y el tiempo deje de correr,
seguiré diciendo en voz baja y firme:
“Jesús, solo Tú eres mi bien.”




