martes, noviembre 25, 2025

¿Fue Jesús realmente migrante? La verdad bíblica detrás del debate que reavivó Charlie Kirk.

Cuando pensamos en Jesús, muchas veces lo imaginamos rodeado de multitudes, enseñando en los montes o sanando enfermos. Pero pocas veces recordamos que su vida comenzó con una huida. El Hijo de Dios, apenas un niño, conoció el desarraigo, el miedo y la incertidumbre de quienes dejan su tierra buscando refugio.

El evangelio de Mateo relata que, después del nacimiento de Jesús, un ángel se apareció a José en sueños y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto; y permanece allá hasta que yo te diga, porque Herodes buscará al niño para matarlo” (Mateo 2:13). Así comenzó la travesía de la Sagrada Familia, dejando atrás su hogar en Belén y emprendiendo camino hacia un país extranjero.

Egipto no era solo un destino geográfico; era símbolo de protección en medio del peligro. En ese lugar, Jesús creció por un tiempo como forastero, compartiendo la condición de los desplazados y perseguidos. El Hijo de Dios experimentó lo que sienten millones de migrantes: la necesidad de sobrevivir, la nostalgia por lo que se deja atrás y la esperanza de un futuro seguro.

En tiempos recientes, figuras públicas como Charlie Kirk han dicho que Jesús no fue realmente un migrante porque Egipto estaba bajo control romano, al igual que Judea. Pero aunque el Imperio Romano dominaba ambos territorios, no eran la misma provincia ni compartían gobierno. Judea estaba bajo Herodes el Grande, un rey cliente de Roma, mientras que Egipto era administrado directamente por un prefecto imperial. Es decir, José, María y Jesús cruzaron de una jurisdicción a otra con diferentes autoridades y leyes, lo que en términos humanos equivalía a salir de su tierra y buscar refugio en un país ajeno.

Más allá del debate técnico, lo esencial permanece: Jesús y su familia huyeron por causa de la persecución. En su infancia, Él vivió la experiencia del exilio, del desarraigo y de la vulnerabilidad del extranjero. Esa vivencia no fue casualidad; fue una enseñanza divina. Desde niño, Jesús se identificó con quienes huyen, con los que son rechazados y con los que buscan un lugar de paz.

“Fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35) —esas palabras cobran un significado más profundo cuando recordamos que Él mismo fue migrante. Quien extiende su mano a un inmigrante, quien ofrece comida, abrigo o consuelo, en realidad está acogiendo al mismo Cristo.

Hoy, miles de familias recorren caminos parecidos al de José y María. Escapan de la violencia, del hambre o de la pobreza, cargando con sus hijos, sus sueños y su fe. Tal vez no llevan oro ni incienso, pero llevan esperanza. Y cada vez que alguien les abre la puerta, el amor de Dios vuelve a hacerse carne en medio de este mundo.

Meditación final.

Jesús no nació en un palacio, ni creció en seguridad. Conoció lo que significa empezar de nuevo en tierra ajena. Si tú también has tenido que dejar tu país o empezar desde cero, recuerda: no caminas solo. El mismo Jesús que fue refugiado en Egipto camina contigo, te comprende y te sostiene.

“El Señor guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene” (Salmo 146:9).

Confía en que Dios tiene un propósito incluso en los viajes forzados. Donde el mundo ve desarraigo, Él ve preparación; donde hay lágrimas, Él está sembrando nuevas promesas.


Oración del migrante.

Señor Jesús, Tú que conociste el camino del exilio y la incertidumbre,
acompáñanos en nuestros pasos por tierras ajenas.
Danos fuerza cuando el cansancio nos venza,
consuelo cuando la nostalgia nos duela,
y esperanza cuando el futuro parezca incierto.
Que en cada rostro que encontremos, podamos ver el reflejo de tu amor.
Amén.

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