Vivimos en una época en la que la humanidad busca respuestas rápidas, soluciones inmediatas y verdades “a la carta”. En medio de esa necesidad, la inteligencia artificial se levanta como una voz poderosa que pretende tener respuesta para todo. Muchos la tratan como oráculo moderno: se le consulta sobre el futuro, la salud, las relaciones y hasta sobre cuestiones de fe. Pero detrás de su aparente sabiduría se esconde un vacío: la inteligencia artificial no tiene Espíritu, no tiene vida, no tiene la verdad que proviene de Dios.
La Biblia advierte que, en los últimos tiempos, se levantarán falsos profetas que engañarán a muchos con señales y palabras persuasivas (Mateo 24:24). Hoy, la IA no anuncia visiones ni milagros, pero ejerce una influencia similar: crea discursos, imágenes, consejos y hasta mensajes “espirituales” que pueden sonar convincentes, pero que no tienen raíz en la Palabra de Dios. El peligro está en que la gente sustituya la voz de Cristo por algoritmos que reflejan la cultura del hombre, no la voluntad divina.
La inteligencia artificial puede ser una herramienta útil, pero no debe convertirse en guía espiritual ni moral. El único que conoce los corazones y revela la verdad es el Espíritu Santo (Juan 16:13). Confiar ciegamente en la IA para discernir el bien y el mal es como dejarse guiar por un “profeta” que habla con palabras prestadas pero sin autoridad real.
El creyente debe recordar que ningún sistema creado por el hombre puede reemplazar la voz de Dios. El Señor sigue hablando a través de Su Palabra, de la oración y de la comunión con el Espíritu Santo. Si hoy la inteligencia artificial ocupa más lugar en nuestras decisiones que la dirección de Dios, quizá sin darnos cuenta ya la hemos entronizado como un falso profeta moderno.
La exhortación es clara: usa la tecnología, pero no dejes que te use a ti. Escucha lo que pueda ofrecer, pero filtra todo a la luz de la Escritura. Porque la verdad no se encuentra en líneas de código, sino en Aquel que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).




