La inmigración no es solo un tema social o político, sino también un tema espiritual profundamente bíblico. Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, Dios muestra su interés y cuidado por los extranjeros, y nos llama a tratarlos con dignidad, amor y justicia.
Dios recuerda a su pueblo que fueron inmigrantes
Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, Dios les recordó una y otra vez que no debían oprimir al extranjero, porque ellos mismos habían sido extranjeros en esa tierra.
“No maltratarás ni oprimirás al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Éxodo 22:21).
“Al extranjero que habite con vosotros lo amaréis como a uno de vosotros; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Levítico 19:34).
Dios ama al extranjero y pide que nosotros también lo hagamos
La ley de Moisés enseñaba que los inmigrantes debían ser tratados con igualdad y recibir justicia. Dios mismo defiende su causa.
“Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Deuteronomio 10:19).
“No oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre” (Zacarías 7:10).
Jesús también fue inmigrante
Cuando Herodes buscaba matar al niño Jesús, José y María huyeron con Él a Egipto. El Hijo de Dios vivió en carne propia lo que significa ser refugiado en tierra ajena (Mateo 2:13-15).
Esto nos recuerda que Dios entiende la experiencia del inmigrante, porque Jesús mismo la vivió.
El mandato de recibir al extranjero
En el Nuevo Testamento, Jesús nos enseña que cuando recibimos al forastero, lo hacemos a Él mismo.
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35).
La hospitalidad cristiana es una expresión de amor y obediencia a Dios:
“No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2).
Aplicación para nosotros hoy
Como cristianos, estamos llamados a:
- Mostrar compasión a quienes llegan a un nuevo país buscando una vida mejor.
- Apoyar y defender a los inmigrantes, especialmente a los más vulnerables.
- Ver a Cristo en cada forastero que necesita ayuda.
El corazón de Dios hacia los inmigrantes es claro: amarlos, protegerlos y recibirlos. Cuando lo hacemos, reflejamos el carácter de nuestro Padre celestial.




