martes, noviembre 25, 2025

Los migrantes y el llamado cristiano a la compasión

En la más reciente reunión de obispos de la frontera entre México y Estados Unidos, se levantó una voz profética: la migración ya no es solo un tránsito, sino un camino de riesgos y sufrimiento. Los testimonios de hombres, mujeres y niños que atraviesan México enfrentando extorsiones, violencia y puertas cerradas, nos confrontan como sociedad y como Iglesia.

El rostro de Cristo en el migrante

Jesús mismo nos enseñó: “Fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35). En cada migrante hay un rostro que refleja al mismo Cristo necesitado. No son estadísticas, sino personas con nombre, con familia y con sueños. Al escuchar sus historias, se nos recuerda que la fe cristiana no es solo un credo, sino un llamado a amar en lo concreto.

Un desafío para la Iglesia

Los obispos denunciaron la violencia de grupos criminales, pero también las omisiones institucionales y la indiferencia social. Esto nos interpela como creyentes: ¿hemos cerrado nuestros ojos y corazones al dolor de los que tocan a nuestra puerta? El Evangelio nos invita a ser una Iglesia que no se queda en los templos, sino que sale al encuentro del herido en el camino.

Entre puertas cerradas y manos abiertas

Aunque los migrantes narran sufrimiento, también hablan de gestos de solidaridad: una comida, un techo, una ayuda en el camino. Eso nos recuerda que, aunque la oscuridad es grande, la luz de Cristo brilla en cada acto de misericordia.

Reflexión final

La migración es un fenómeno que seguirá marcando a nuestras comunidades, pero la pregunta es: ¿cómo responderemos? Como cristianos no podemos permanecer neutrales. El Señor nos llama a ser voz de los sin voz, a acompañar a los débiles y a recordar al mundo que cada ser humano tiene dignidad porque es creación de Dios.


👉 Conclusión:
Más allá de políticas y fronteras, la vida de cada migrante nos recuerda que el Reino de Dios se construye con compasión y justicia. Su clamor es también el llamado de Cristo: abrir nuestras manos, nuestros hogares y nuestros corazones.

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